Escobar le correspondió con igual cordialidad y con un gran respeto. Se sentaron en dos de los sillones de cretona floreada de la sala, frente a frente, y con el ánimo dispuesto para una larga charla de viejos amigos. El padre se tomó un whisky que acabó de calmarlo, mientras Escobar se bebió un jugo de frutas sorbo a sorbo y con todo su tiempo. Pero la duración prevista de la visita se redujo a tres cuartos de hora por la impaciencia natural del padre y el estilo oral de Escobar, tan conciso y cortante como el de sus cartas.
Preocupado por las lagunas mentales del padre, Villamizar lo había instruido para que tomara notas de la conversación. Así lo hizo, pero al parecer fue más lejos. Con el pretexto de su mala memoria, le pedía a Escobar que escribiera de su puño y letra sus propuestas esenciales, y una vez escritas se las hacía cambiar o tachar con el argumento de que eran imposibles de cumplir. Fue así como Escobar minimizó el tema obsesivo de la destitución de los policías acusados por él de toda clase de desmanes, y se concentró en la seguridad del lugar de reclusión.
El padre contó que le había preguntado a Escobar si era el autor de los atentados contra cuatro candidatos presidenciales. Él le contestó en diagonal que le atribuían crímenes que no había cometido. Le aseguró que no había podido impedir el del profesor Low Mutra, cometido el 30 de abril pasado en una calle de Bogotá, porque era una orden dada desde mucho antes y no hubo modo de cambiarla. En cuanto a la liberación de Maruja y Pacho eludió decir algo que pudiera comprometerlo como autor, pero dijo que los Extraditables los mantenían en condiciones normales y con buena salud, y serían liberados tan pronto como se acordaran los términos de la entrega. En particular sobre Pacho, dijo con seriedad: «Ése está feliz con su secuestro». Por último reconoció la buena fe del presidente Gaviria y expresó su complacencia de llegar a un acuerdo. Ese papel, escrito a veces por el padre, y la mayor parte corregida y mejor explicada por Escobar de su puño y letra, fue la primera propuesta formal de la entrega.
El padre se había levantado para despedirse cuando se le cayó una de las lentillas de contacto. Trató de ponérsela, Escobar lo ayudó, solicitaron auxilios de los empleados, pero fue inútil. El padre estaba desesperado. «No hay nada que hacer -dijo-. La única que puede es Paulina».
Para su sorpresa, Escobar sabía muy bien quién era ella, y sabía dónde estaba en aquel momento.
– No se preocupe, padre -dijo-. Si quiere la mandamos a traer.
Pero el padre no soportaba más la ansiedad de regresar y prefirió irse sin los lentes. Antes de los adioses, Escobar le pidió la bendición para una medallita de oro que llevaba al cuello. El padre lo hizo en el jardín asediado por los escoltas.
– Padre -le dijeron ellos-, usted no se puede ir sin darnos la bendición.
Se arrodillaron. Don Fabio Ochoa había dicho que la mediación del padre García Herrero, sería decisiva para la rendición de la gente de Escobar. Este debía pensar lo mismo, y tal vez por eso se arrodilló con ellos para dar el buen ejemplo. El padre los bendijo a todos y les soltó una admonición para que volvieran a la vida legal y ayudaran al imperio de la paz. No demoró más de seis horas. Apareció en La Loma como a las ocho y media de la noche, ya bajo las estrellas radiantes, y descendió del carro con un salto de escolar de quince años.
– Tranquilo, mijo -le dijo a Villamizar-, aquí no hay problema, los acabo de arrodillar a todos.
No fue fácil ponerlo en orden. Cayó en un estado de excitación alarmante, y no valieron paliativos ni los cocimientos sedantes de las Ochoa. Seguía lloviendo, pero él quería volar enseguida a Bogotá, divulgar la noticia, hablar con el presidente de la república para cerrar allí mismo el acuerdo y proclamar la paz. Lograron que durmiera unas horas, pero desde la madrugada estuvo dando vueltas por la casa apagada, hablando solo, rezando en voz alta sus oraciones inspiradas, hasta que el sueño lo derrumbó al amanecer.
Cuando llegaron a Bogotá, a las once de la mañana del 15 de mayo, la noticia tronaba en la radio. Villamizar encontró a su hijo Andrés en el aeropuerto y lo abrazó emocionado. «Tranquilo, hijo -le dijo-. Su mamá está fuera en tres días».
Rafael Pardo fue menos fácil de convencer cuando Villamizar se lo dijo por teléfono.
– Me alegro de veras, Alberto -le dijo-. Pero no se ilusione demasiado.
Por primera vez desde el secuestro asistió Villamizar a una fiesta de amigos, y nadie entendió que estuviera tan contento con algo que al fin y al cabo no era sino una promesa vaga como tantas otras de Pablo Escobar. A esas horas el padre García Herreros había dado la vuelta completa a todos los noticieros del país -vistos, oídos y escritos-. Pidió ser tolerante con Escobar. «Si no lo defraudamos, él se vuelve el gran constructor de la paz», decía. Y agregaba sin citar a Rousseau: «Los hombres en su intimidad son buenos todos, aunque algunas circunstancias los vuelven malignos». Y en medio de una maraña de micrófonos apelotonados, dijo sin más reservas:
– Escobar es un hombre bueno.
El diario El Tiempo informó el viernes 17 que el padre era portador de una carta personal que entregaría el lunes próximo al presidente Gaviria. En realidad, se refería a las notas que Escobar y él habían tomado a cuatro manos durante la entrevista. En la tarde, los Extraditables expidieron un comunicado dominical que corrió el riesgo de pasar inadvertido en la turbulencia de las noticias: «Hemos ordenado la liberación de Francisco Santos y Maruja Pachón». No decían cuándo. Sin embargo, la radio lo dio por hecho y los periodistas alborotados empezaron a montar guardia en las casas de los rehenes.
Era el finaclass="underline" Villamizar recibió un mensaje de Escobar en el cual le decía que no soltaría a Maruja Pachón y a Francisco Santos ese día sino el siguiente -lunes 20 de mayo- a las siete de k noche. Pero el martes a las nueve de la mañana Villamizar debería estar otra vez en Medellín para la entrega de Escobar.
11
Maruja oyó el comunicado de los Extraditables el domingo 19 de mayo a las siete de la noche. No decía ni hora ni fecha de la liberación, y por el modo de proceder los Extraditables lo mismo podía ser cinco minutos después que dentro de dos meses. El mayordomo y su mujer irrumpieron en el cuarto dispuestos para la fiesta.
– Ya esto se acabó -gritaron-. Hay que celebrarlo.
Trabajo le costó a Maruja convencerlos de que esperaran la orden oficial por boca de algún emisario directo de Pablo Escobar. La noticia no la sorprendió, pues en las últimas semanas había recibido señales inconfundibles de que las cosas iban mejor de como las supuso cuando le llegaron con la promesa descorazonadora de alfombrar el cuarto. En las emisiones recientes de Colombia los Reclama aparecían cada vez más amigos y actores populares. Con el optimismo renovado, Maruja seguía las telenovelas con tanta atención, que creyó descubrir mensajes cifrados hasta en las lágrimas de glicerina de los amores imposibles. Las noticias del padre García Herreros, cada día más espectaculares, hicieron evidente que lo increíble iba a suceder.
Maruja quiso ponerse la ropa con que había llegado, previendo una liberación intempestiva que la hiciera aparecer frente a las cámaras con la triste sudadera de secuestrada. Pero la falta de nuevas noticias en la radio, y la desilusión del mayordomo, que esperaba la orden oficial antes de dormirse, la pusieron en guardia contra el ridículo, aunque sólo fuera ante sí misma. Se tomó una dosis alta de somníferos y no despertó hasta el día siguiente, lunes, con la impresión pavorosa de no saber quién era ni dónde estaba.
A Villamizar no lo había inquietado ninguna duda, pues el comunicado de Escobar era inequívoco. Se lo transmitió a los periodistas, pero no le hicieron caso. Como a las nueve, una emisora de radio anunció con grandes aspavientos que la señora Maruja Pachón de Villamizar acababa de ser liberada en el barrio del Salitre. Los periodistas salieron en estampida, pero Villamizar no se inmutó.