– Nunca la soltarán en un lugar tan apartado para que le pase cualquier vaina -dijo-. Será mañana con seguridad y en un lugar seguro.
Un reportero le cerró el paso con el micrófono.
– Lo que sorprende -le dijo- es la confianza que usted le tiene a esa gente.
– Es palabra de guerra -dijo Villamizar.
Los periodistas de más confianza se quedaron en los corredores del apartamento -y algunos en el bar- hasta que Villamizar los invitó a salir para cerrar la casa. Otros hicieron campamentos en camionetas y automóviles frente al edificio, y allí pasaron la noche. Villamizar despertó el lunes con los noticieros de las seis de la mañana, como de costumbre, y se quedó en la cama hasta las once. Trató de ocupar el teléfono lo menos posible, pero las llamadas de periodistas y amigos no le dieron tregua. La noticia del día seguía siendo la espera de los secuestrados.
El padre García Herreros había visitado a Mariavé el miércoles 15 de mayo para darle la noticia confidencial de que su esposo sería liberado el domingo siguiente. No ha sido posible saber cómo la obtuvo setenta y dos horas antes del primer comunicado de los Extraditables sobre las liberaciones, pero la familia Santos lo dio por hecho. Para celebrarlo hicieron fotos del padre con Mariavé y los niños, y la publicaron el sábado en El Tiempo con la esperanza de que Pacho la entendiera como un mensaje personal. Así fue: tan pronto como abrió el periódico en su celda de cautivo, Pacho tuvo la revelación nítida de que las gestiones del padre habían culminado. Pasó el día inquieto a la espera del milagro, deslizando trampas inocentes en la conversación con los guardianes para ver si se les escapaba alguna indiscreción, pero no consiguió nada. La radio y la televisión, que no le daban tregua al tema desde hacía varias semanas, lo pasaron por alto aquel sábado. El domingo empezó igual. A Pacho le pareció que los guardianes estaban raros y ansiosos por la mañana, pero en el curso del día volvieron poco a poco a la rutina dominicaclass="underline" almuerzo especial con pizza, películas y programas enlatados de televisión, un poco de barajas, un poco de fútbol. De pronto, cuando ya nadie lo esperaba, el noticiero Criptón abrió con la primicia de que los Extraditables anunciaban la liberación de los dos últimos secuestrados. Pacho dio un salto con un grito de triunfo, y se abrazó a su guardián de turno. «Creí que me iba a dar un infarto», ha dicho. Pero el guardián lo recibió con un estoicismo sospechoso.
– Esperemos a que llegue la confirmación -dijo.
Hicieron una barrida rápida por los otros noticieros de radio y televisión, y el comunicado estaba en todos. Uno de ellos transmitía desde la sala de redacción de El Tiempo, y Pacho volvió a sentir después de nueve meses el piso firme de la vida libre: el ambiente más bien desolado del turno dominical, las caras de siempre en sus cubículos de cristal, su propio sitio de trabajo. Después de repetir una vez más el anuncio de la liberación inminente, el enviado especial del noticiero blandió el micrófono -como un barquillo de helado-, lo arrimó a la boca de un redactor deportivo, y le preguntó:
– ¿Cómo le parece la noticia?
Pacho no pudo reprimir un reflejo de redactor jefe.
– ¡Qué pregunta tan idiota! -dijo-. ¿O esperaba que dijeran que me dejarán un mes más?
La radio, como siempre, era menos rigurosa, pero también más emotiva. Unos y otros se estaban concentrando en la casa de Hernando Santos, desde donde transmitían declaraciones de todo el que encontraban a su paso. Esto aumentó el nerviosismo de Pacho, pues no le pareció descabellado pensar que lo soltaran esa misma noche. «Así empezaron las veintiséis horas más largas de mi vida -ha dicho-. Cada segundo era como una hora».
La prensa estaba en todas partes. Las cámaras de televisión iban de la casa de Pacho a la de su padre, ambas desbordadas desde la noche del domingo por parientes, amigos, simples curiosos y periodistas de todo el mundo. Mariavé y Hernando Santos no recuerdan cuántas veces fueron de una casa a otra según los rumbos imprevistos que tomaban las noticias, hasta el punto de que Pacho terminó por no saber a ciencia cierta cuál era la casa de quién en la televisión. Lo peor era que en cada casa volvían a hacerles a ambos las mismas Preguntas, y la jornada se hizo insoportable. Era tal el desorden, que Hernando Santos no logró abrirse paso entre la muchedumbre embotellada en su propia casa, y tuvo que colarse por el garaje.
Los guardianes que no estaban de turno acudieron a felicitarlo. Estaban tan alegres con la noticia, que Pacho se olvidó de que eran sus carceleros, y la reunión se convirtió en una fiesta de compadres de una misma generación. En aquel momento se dio cuenta de que su propósito de rehabilitar a sus guardianes quedaba frustrado por su libertad. Eran muchachos de la provincia antioqueña que emigraban a Medellín, se encontraban perdidos en las comunas y mataban y se hacían matar sin escrúpulos. Por lo general procedían de familias rotas donde la figura del papá era muy negativa, y muy fuerte la de la madre. Estaban acostumbrados a trabajar por un ingreso muy alto y no tenían el sentido del dinero. Cuando por fin logró dormir, Pacho tuvo el sueño terrorífico de que era libre y feliz, pero de pronto abrió los ojos y vio el mismo techo de siempre. El resto de la noche lo pasó atormentado por el gallo loco -más loco y cercano que nunca- y sin saber a ciencia cierta dónde estaba la realidad.
A las seis de la mañana -lunes- la radio confirmó la noticia sin ninguna pista sobre fe hora de la posible liberación. Al cabo de incontables repeticiones del boletín original, se anunció que el padre García Herreros daría una conferencia de prensa a las doce del día, después de una entrevista con el presidente Gaviria: «Ay, Dios mío -se dijo Pacho-. Ojalá este hombre que tanto ha hecho por nosotros no la vaya a embarrar a última hora». A la una de la tarde le avisaron que sería liberado, pero no Supo nada más hasta después de las cinco, cuando uno de los jefes enmascarados le avisó sin emoción que -de acuerdo con el sentido publicitario de Escobar- Maruja saldría a tiempo para el noticiero de las siete y él para el noticiero de las nueve y media.
La mañana de Maruja había sido más entretenida. Un jefe de segunda entró en el cuarto como a las nueve y le precisó que la liberación iba a ser en la tarde. Le contó además algunos pormenores de las gestiones del padre García Herreros, tal vez con el propósito de hacerse perdonar una injusticia que había cometido en una visita reciente cuando Maruja le preguntó si su suerte estaba en manos del padre García Herreros. El hombre le había contestado con un punto de burla.
– No se preocupe, usted está mucho más segura.
Maruja se dio cuenta de que él había interpretado mal la pregunta, y se apresuró a aclararle que siempre tuvo un gran respeto por el padre. Es cierto que al principio no ponía atención a sus prédicas de televisión, a veces confusas e inescrutables, pero desde el primer mensaje a Escobar comprendió que tenía que ver con su vida, y lo vio con mucha atención noche tras noche. Había seguido el hilo de sus gestiones, sus visitas a Medellín, el progreso de sus conversaciones con Escobar, y no dudaba de que estaba en el camino recto. El sarcasmo del jefe, sin embargo, le había hecho temer que tal vez el padre no tuviera tanto crédito con los Extraditables como se podría suponer por sus conversaciones públicas con los periodistas. La confirmación de que pronto sería liberada por sus gestiones le aumentó la alegría. Al cabo de una conversación breve sobre el impacto de las liberaciones en el país, ella le preguntó por el anillo que le habían quitado en la primera casa la noche del secuestro.
– Usted tranquila -dijo el-. Todas sus cosas están seguras.
– Es que estoy preocupada -dijo- porque el anillo no me lo quitaron aquí sino en la primera casa en que estuvimos, y al tipo que se quedó con él no lo volvimos a ver. ¿No fue usted? -Yo no -dijo el hombre-. Pero ya le dije que esté tranquila, porque sus prendas están ahí. Yo las he visto.