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El disparo suena en otra habitación, quebrando el silencio. Salto al recibidor y en mi precipitación los papeles quedan esparcidos por el suelo. El dormitorio está al fondo. A través de la puerta abierta, distingo las piernas de Zanasis en la cama. Al entrar, veo su cabeza en la almohada. El brazo izquierdo cuelga a un lado. La mano derecha empuña aún el revólver reglamentario y reposa en el colchón, al lado del cuerpo. La cama está sin hacer, y la sangre se extiende poco a poco, tiñendo la almohada.

Capítulo 46

Ya son las tres cuando el forense y los de Laboratorio acaban su trabajo. Meto a Zanasis en la ambulancia que ha de llevarlo al depósito y me voy a casa. No quiero pasar por el despacho, porque sin duda estará repleto de periodistas y no sabría qué decirles.

En cuanto llego a casa, llamo a Guikas. Ha ido a pasar las fiestas en la casa de su suegro, en Karavómilos. El teléfono suena durante casi diez minutos, hasta que por fin una voz femenina responde inquieta:

– Dígame.

– Teniente Jaritos. Necesito hablar con el general. Por favor, es urgente.

Tengo que esperar otros cinco minutos antes de oír la voz preocupada de Guikas.

– ¿Por qué me llamas a estas horas? ¿Qué ha ocurrido?

Antes de que termine de referirle la historia, está más despierto que si hubiera tomado tres cafés.

– ¿Qué hacemos ahora?-pregunta-. ¿Qué decimos a la prensa?

Tengo la solución, aunque no sé si le gustará.

– Crimen pasional. El cabo Kurís mantenía relaciones amorosas con Karayorgui. Todo indica que ella lo utilizaba para obtener información, hasta que decidió cortar la relación. Kurís se lo tomó muy mal. La noche del crimen cenaron juntos. Le suplicó que volviera con él, pero ella se negó. La siguió hasta los estudios. Entro a hurtadillas y continuó insistiendo. Cuando vio que Karayorgui no cambiaría de actitud, la mató en un arrebato de furia. Todo el mundo sabe que ella abandonó a Petratos, así que se lo tragarán.

– ¿Y Kostaraku?

– La mató porque conocía su relación y temió que lo delatara. Cuando se dio cuenta de que le seguíamos la pista, decidió suicidarse. Recuerde que con los datos que había reunido Karayorgui y que Kurís tenía en su poder, a Duru le caerán diez años.

– ¡Espléndido! -exclama Guikas desde el otro extremo de la línea-. Ni el propio FBI habría trazado un plan tan perfecto para preservar su buen nombre.

A la mierda el FBI. Lo que a mí me importa es que el caso quede resuelto, que Antonakaki y su hija no aparezcan por ningún lado y que Zanasis se libre de la difamación después de muerto, como poli corrupto. Y de paso el departamento con él. Sovatsís y Krenek, sin embargo, los dos cerebros del negocio, están tan bien cubiertos que no hay quien los toque. Estoy luchando contra un monstruo con dos cabezas, y tengo que conformarme con cortarle tres deditos.

La voz de Guikas me devuelve a la realidad.

– No me parece necesario interrumpir mis vacaciones. Encárgate tú de la prensa. -Y cuelga.

Tendría que estar loco para venir. Él sólo comunica las buenas noticias. Las malas, todas mías. El Bueno y el Malo de la película.

No me quedan fuerzas para ir hasta la cama y me derrumbo en el sofá. Pienso que siempre fallaba por cinco centímetros cuando apuntaba a Karayorgui. Nunca daba en el blanco. Creía que era lesbiana, pero ella sólo odiaba a los hombres y se aprovechaba de ellos. La veía intercambiar miradas con Zanasis y creía que le gustaba, cuando en realidad ya lo tenía en el bote. Misteriosa mujer. Por un lado, decide seguir adelante con el embarazo para dar el bebé a su hermana y salvar su matrimonio. Por el otro, conduce a Zanasis al asesinato y al suicidio por pura perversión profesional. Con menuda arpía fue a liarse el pobre diablo. Prefiero mil veces a Adrianí, aunque finja los orgasmos.

En realidad es mejor que Guikas no venga. Así me libro de la redacción de colegio que tendría que prepararle para los periodistas. Y mejor aún que Adrianí no esté aquí. Zanasis le caía muy bien. Me acribillaría a preguntas y lloriquearía hasta la saciedad por la desgracia del pobre chico. Al final, yo perdería la paciencia y ya la tendríamos liada. Otra vez sin hablarnos. Hasta el siguiente plato de tomates rellenos.

Petros Márkaris

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