Выбрать главу

Razoné desesperadamente que no era posible, que Claudia, pese a todo, no había podido ser tan negligente como para dejar que la carta cayera en manos de la policía; que si lo había sido, Pablo habría tenido buen cuidado al escribirla, para no comprometerme. En cualquier caso, y por más que me empeñara, la primera suposición era estúpida y la segunda, indemostrable. En medio de mi nerviosismo, volví a revolver donde ya había revuelto, y una extraña inspiración me hizo abrir el cajón donde Claudia guardaba su perfumada y virginal lencería. Entonces algo se iluminó en mi memoria. Rápidamente, vacié el cajón. Probé con la uña en las aristas del fondo y al ver que no surtía ningún efecto me fui a la cocina y volví con un cuchillo. El tablero cedió fácilmente, dejando al descubierto el doble fondo. Aquél era un truco de los viejos tiempos. Si era preciso escoger un cajón para un doble fondo, siempre uno lleno de bragas y sostenes. Así el que registra se pierde en inexorables fantasías que le impiden profundizar en su trabajo. El truco lo habíamos compartido Pablo y yo y por alguna casualidad lo había aprendido Claudia. Aquella complicidad imprevista venía a ser una contraseña, una prueba indeseada de que, a pesar de todo, aunque fuera de una forma furtiva e incompleta y yo me obstinara en negarlo, ella era de los nuestros.

Con la mente confundida por estos pensamientos, cogí la carta y los otros dos objetos que había en el doble fondo. Uno era una fotografía en la que estábamos los tres, Pablo, Claudia y yo, veinte años atrás, cuando todo era múltiple y difuso y ella aún dudaba entre ambos. El otro, un libro viejo y amarillento, con las cubiertas manoseadas y el título, Une saison en enfer, casi borrado. En la primera página se podía leer, escrita en la letra que yo había tenido alguna vez, una escueta dedicatoria: Para Ophélie, la verdad que tal vez nos envuelve con sus ángeles llorando. Me acordé bruscamente de lo que me había contado Lucrecia, de lo que Claudia le había dicho antes de volver a Madrid a encontrarnos a mí y a la muerte. Una temporada en el infierno. Venía de pasar una y quería buscar otra. Eso le había dicho a su hermana, y le había dejado suponer que el nuevo descenso, evocación de viejos pecados, tenía que ver conmigo. Me creía capaz de jurar que aquella maniobra, haber guardado allí aquel libro para que yo diese con él, era una retorcida mistificación, una broma cruel que ella celebraba desde su tumba, e incluso creía oír sus carcajadas espantosas, resonando en el cráneo que habían empezado a pelar los gusanos. Y sin embargo me costó no llorar, aunque quizá no estaba triste por ella, sino por mi letra en aquella desvaída tinta azul, trazada por aquel otro que había dejado de ser y que también había amado a una Claudia distinta.

Descorazonado, ebrio de un rencor universal, que se remontaba por encima de Claudia hasta lo que no podría llamar más que Dios o descendía bajo ella hasta lo que sólo me cabe llamar yo, volví a colocar el doble fondo, dejando debajo la fotografía y el libro, ordené con cuidado encima su ropa interior y regresé al salón con la carta en la mano. Allí me senté junto a una lámpara de mesa, saqué las cuartillas del sobre desgarrado y empecé a leer:

Mi dulce y amadísimo veneno:

Imagino que en mi ansiada ausencia tu vida transcurrirá en una continua plenitud de pasmosas delicias, que saborearás con esa singular sabiduría que siempre tuviste para el placer y tanto te faltó para los otros asuntos relevantes de la existencia. Como sabía de tu incapacidad para el sacrificio, procuré, antes de mi inevitable desaparición, dejarte bien abastecida de los medios precisos para conseguir todas las golosinas de las que depende la felicidad de tu alma. Tú eres ahora el único juez para concluir mi éxito o mi fracaso, y yo ya no puedo enmendar nada. En esta carta sólo puedo ofrecerte mis excusas en el caso de que algún deleite importante haya escapado a tu exquisito paladar. Hice cuanto supe y pude, como siempre cuando se trató de ti.

Me gustaría poder decirte algo del lugar donde estoy ahora. Cómo es la luz, cómo el silencio, de qué forma te recuerdo y te amo, obligado por mi estupidez inmune a la muerte. Pero esta carta ha sido escrita antes de cruzar la puerta, y aunque en todo lo demás, lo que se refiere a ti, lo que se refiere a otros, pude situarme más allá de ese momento de oprobio, no me ha sido posible hacer otro tanto con lo que se refiere a mí mismo. Deberás quedarte sin saberlo, lo que seguramente dolerá a tu curiosidad, siempre aguzada, aunque se trate de seres que hace una eternidad que dejaron de interesarte, como yo. Cuando pienses en mí, recurre a alguna convención verosímil. Pon que soy un humo que dibuja en la noche tu nombre. Pon que tengo veinte años y te deseo con el corazón entero, como un perro joven y fuerte desea refugio en la tormenta.

Tampoco esperes que te cuente las razones de mi desaparición. Viene a resultar indiferente cuál de entre mis numerosos enemigos causó mi desgracia. Pudo ser el que fue y pudieron ser otros. La felicidad sólo tiene un camino pero son infinitos los caminos del desastre. Desde dos años antes del desenlace he cambiado de uno a otro aguardando pacientemente el día en que alguno acabaría conmigo. Querrás pensar al leer la frase anterior que he buscado lo que he conseguido, y aunque no sea más que por un frío rechazo intelectual, puede que te horrorice la idea. No desperdicies conmigo tus reproches. También te busqué a ti, y si nada en la vida terminó trayéndome más destrucción y desdicha, me arriesgo a apostar que en el lugar en que estoy ahora sigo buscándote, aunque tenga que tantear sin dedos y mirar sin ojos y olerte sin nariz. Hay seres que nacen para crear algo diferente de ellos mismos que aprovecha a otros, con lo que cosechan la admiración y la gratitud de una, de dos o de cien generaciones. Siempre he creído que ese tipo de gente sólo tiene una habilidad realmente insustituible: la de defenderse serenamente de sí mismos. Los que carecemos de esa aptitud estamos condenados a no dejar nada detrás de nosotros y a pasar la vida empeñados en aniquilarnos. Al final, el hombre que va a hacer que me llenen el corazón de plomo no es algo sustancialmente diferente de ti; los dos sois, en esencia, instrumentos para cumplir mi destino. Y no sabría decir quién entre ambos se ha desempeñado con mayor competencia, si dejamos aparte el detalle superficial de que gracias a él daré el salto. Porque, ¿quién como tú, mi adorado veneno, me ha traído hasta el filo de este precipicio? No estoy inculpándote. No soy, ni el miedo a lo inminente, a lo que ya será pasado cuando leas estas líneas, puede hacerme ser tan burdo.

Quién puede quejarse de haber tenido una bella e incuestionable manera de sufrir. Te estoy agradecido, porque sin ti me habría visto obligado a abrazar cualquier modelo inexacto. Hay cosas en la vida que quieren el azar y otras que prefieren regirse por nítidas pautas algebraicas. No es lo mismo una mujer para vivir que una mujer para morir. No es lo mismo cuando se tiene fe para esperar que cuando se aguarda con una oscura certidumbre. No, no me quejo. He tenido cuanto debía tener, me he acercado a la puerta con el corazón trémulo, pero sin que me temblara el cerebro, con la memoria cargada de instantes magníficos, de cuando fuiste dulce conmigo y eras hermosa, de cuando me traicionaste y tuve que morderme las manos para no decir que estabas todavía más linda, tan manchada de vergüenza y de los dedos dubitativos de mi hermano. Después de todo, me disteis más que me quitasteis.

En realidad, es mejor que no sepas demasiado de lo que me estuvo envolviendo en los últimos tiempos. Ésa fue mi política en vida y no pienso quebrantarla ahora mediante esta carta. Las probabilidades de que te busquen disminuirán en la medida en que sea menor la información que de ti puedan conseguir. Sin embargo, no debo ocultarte que existen otras posibilidades de que seas perseguida que de ningún modo me ha sido posible eliminar; siempre hay imbéciles que tienen una tosca idea de la venganza, y otros que no se enteran demasiado bien de lo que ha ocurrido e intentan averiguarlo a deshora y atropelladamente. Como te advertí muchas veces cuando sólo podías creer que se trataba de divagaciones de borracho, los meses inmediatos a mi desaparición habrán sido más o menos seguros. Todos habrán estado midiéndose cuidadosamente los pasos y nadie debe de haberse acordado de ti. Pero ahora que recibes esta carta las cosas han cambiado y tú no estás a salvo. Quien te la ha hecho llegar dispone de información fiable acerca de esos dos extremos. También podrá decirte que te queda un pequeño espacio para irte y te indicará la manera de hacerlo y varios lugares apropiados entre los que puedes elegir. Naturalmente, carezco de argumentos para persuadirte de que aceptes mi aviso y las instrucciones que te darán con él. Como siempre, haz tu voluntad, pero no quiero que pueda acusárseme de que no te hice saber a qué te estabas exponiendo. Si te localizan puedes estar convencida de una cosa: se darán más o menos prisa, buscarán la ocasión o irán por ti en el mismo momento en que te encuentren, tratarán de extorsionarte o no, lograrás esquivarlos momentáneamente o no lograrás sacudírtelos de encima; en cualquier caso el final será el mismo y será inapelable. Creo que el mundo lamentaría tu pérdida. Aún eres joven y hermosa y hay por ahí otros muchos seres atormentados a los que podrías dar tanta ayuda como me diste a mí. Si no quieres cuidarte por mí o por ti, hazlo por ellos. Aunque yo sacrifiqué este conocimiento por ti, es una de las riquezas que tiene la vida. Se puede descender a lo más profundo del hastío, se puede reducir el alma a la más ínfima inanidad, pero siempre subsiste incólume la opción de remontar el vuelo y vivir todavía lo más grande. Corresponde a los espíritus ambiciosos como el tuyo tener en cuenta esa opción por encima de cualquier debilidad del ánimo. ¿No te estimula pensar que todavía puedes hacer una faena mejor que la que hiciste conmigo? En este punto zozobran mis previsiones. ¿Por qué me extiendo sobre esto? Quizá estés ya enfrascada con otro infeliz y pierdo el tiempo tratando de convencerte de algo que tienes plenamente asumido. No sé, pero quizá pienso que aunque sólo sea por cumplir con las costumbres, o por no perderte la sensación, o porque hayas decidido tenerme un poco de lástima, te habrás tomado algún tiempo para llorarme. Si no es así, tampoco tiene mayor importancia. Por supuesto que también hay un pasaje para él. Elegid un sitio romántico y bebed algo a mi salud de vez en cuando, que a fin de cuentas pago yo.