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– Diga.

– ¡John! Gracias a Dios. Te he buscado por todas partes.

Era Gill, hablaba con mucha excitación, nerviosa y tratando de mostrarse amable al mismo tiempo, en una modulación extraña y Rebus sintió que su corazón, o lo que quedaba de él para compartir con alguien, se volcaba en ella.

– ¿Qué hay, Gill? ¿Ha ocurrido algo?

– He recibido una llamada de Reeve.

A Rebus le saltó el corazón en el pecho.

– Cuéntame -dijo.

– Me ha llamado y me ha dicho que tiene a Samantha.

– ¿Y?

Gill tragó saliva.

– Y que va a matarla esta noche. -Se hizo un silencio al otro extremo de la línea y a continuación oyó unos extraños ruidos-. ¿John? John, ¿estás ahí?

Rebus dejó de dar puñetazos al taburete del teléfono.

– Sí, estoy aquí. Dios mío. ¿Dijo algo más?

– John, no deberías estar solo, ¿sabes? Yo podría…

– ¿Dijo algo más? -gritó casi sin aliento.

– Bueno, yo…

– Dime.

– Se me escapó que sabemos quién es.

Rebus se quedó sin respiración. Se miró los nudillos y vio que sangraban. Se lamió la sangre mirando por la ventana.

– ¿Cómo reaccionó? -preguntó al fin.

– Se puso furioso.

– Ya me lo imagino. Dios, espero que no se desahogue con… Dios mío, ¿por qué crees que te llamó precisamente a ti?

Ya no se lamía la herida, ahora se miraba las uñas sucias, se las mordía y escupía al suelo.

– Bueno, soy la oficial de enlace del caso y me habrá visto en la televisión o habrá leído mi nombre en los periódicos.

– O a lo mejor nos ha visto juntos. Tal vez me ha estado siguiendo todo este tiempo -dijo mirando por la ventana a un hombre mal vestido que pasaba por la calle y se paraba a recoger una colilla.

Dios, necesitaba fumar. Miró a su alrededor buscando un cenicero que tuviera colillas aprovechables.

– No se me había ocurrido.

– ¿Cómo iba a ocurrírsete? Aún no sabíamos que esto tuviera nada que ver conmigo hasta que… Fue ayer, ¿verdad? Se diría que fue hace días. Gill, recuerda que sus primeras notas no las envió por correo. -Encendió un resto de cigarrillo y aspiró el humo acre-. Lo he tenido muy cerca sin percatarme de nada, ni la más leve intuición. Menudo sexto sentido para un policía.

– Hablando de sexto sentido, John. Tengo una corazonada.

Gill se sintió más aliviada al oír que él hablaba con más calma. Ella también se sentía más tranquila, como si estuvieran ayudándose mutuamente, agarrados el uno al otro, en un bote abarrotado de gente en una galerna.

– ¿De qué se trata? -preguntó Rebus dejándose caer en el sillón y mirando el cuarto sin muebles, polvoriento y revuelto.

Vio el vaso usado por Michael, un plato con migajas de tostadas, dos cajetillas de cigarrillos vacías y dos tazas de café. Decididamente, vendería pronto aquel piso, aunque le pagaran poco por él, y se mudaría a otro sitio.

– Bibliotecas -dijo Gill, mirando su despacho, repleto de archivadores y montones de papeles, producto de años de trabajo, y sintió la electricidad en el ambiente-. Lo único que todas las niñas tenían en común, incluida Samantha, es que solían ir a la misma biblioteca, la Biblioteca Central. Reeve quizá trabajó allí y pudo obtener los nombres para montar su acertijo.

– Es una posibilidad -dijo Rebus con súbito interés.

Sí, desde luego, aunque parecía demasiada causalidad, ¿o no? ¿Qué mejor circunstancia para indagar sobre John Rebus que encontrar un trabajo tranquilo durante unos meses o unos años? ¿Qué mejor para atrapar niñas que fingirse bibliotecario? Reeve se había camuflado para hacerse invisible.

– En cualquier caso -prosiguió Gill-, tu amigo Jack Morton ya fue a la Biblioteca Central e interrogó a un sospechoso que tenía un Escort azul, pero descartó a ese individuo.

– Sí, también descartaron al destripador de Yorkshire como sospechoso más de una vez, ¿no es cierto? Merece la pena volver a interrogarlo. ¿Cómo se llama el sospechoso?

– No lo sé. He tratado de localizar a Morton pero no sé dónde anda. John, estoy preocupada por ti. ¿Dónde has estado? Intenté dar contigo.

– Eso es desperdiciar el tiempo y los recursos de la policía, inspectora Templer. Vuelve al mundo real. Encuentra a Jack y averigua el nombre de ese individuo.

– A la orden.

– Estaré en casa, por si me necesitas. Tengo que hacer unas llamadas.

– Me han dicho que Rhona está mejor…

Pero Rebus ya había colgado. Gill dejó escapar un suspiro y se frotó el rostro; necesitaba un descanso. Decidió enviar alguien al piso de John Rebus. No podían dejar que se dejara dominar por el encono y estallara. Y tenía que averiguar el nombre de aquel individuo y localizar a Jack Morton.

Rebus se preparó café. Pensó en salir a por leche, pero al final decidió tomarlo solo y sin azúcar. Pensó en la idea de Gill. ¿Reeve bibliotecario? Le parecía improbable, impensable, pero lo cierto es que todo lo que le había ocurrido últimamente era increíble. La racionalidad puede llegar a ser un poderoso obstáculo cuando uno se enfrenta a la irracionalidad. Hay que combatir el fuego con el fuego y aceptar que Gordon Reeve podría haber conseguido un empleo en la biblioteca, corno un recurso inocuo pero esencial para llevar a cabo sus planes. Y de pronto, igual que le había pasado a Gill, todo cobró sentido para John Rebus. «Para los que leen entre épocas.» Para los que usan libros entre una época (La Cruz) y otra (el presente). Dios mío, ¿había algo arbitrario en esta vida? No, nada. Tras lo que en apariencia era irracional se ocultaba el sendero dorado del designio. Tras este mundo había otro. Reeve había estado en la biblioteca; Rebus estaba seguro. Eran las cinco. Podía llegar a la biblioteca antes de que cerraran, pero ¿seguiría allí o habría cambiado de lugar ahora que ya tenía a su última víctima?

Rebus sabía ahora que Samantha era la última víctima de Reeve. No era una de las «víctimas», sino un simple instrumento; sólo podía haber una víctima: él mismo. Por ese motivo Reeve estaría cerca de allí, a su alcance; porque quería que él lo encontrase, despacio, como en el juego del ratón y el gato pero al revés. Rebus pensó en cómo jugaban al ratón y el gato en el colegio; a veces una chica cazaba a un chico o un chico cazaba a la chica, y así todo resultaba distinto de lo que parecía. Ése era el juego de Reeve. Gato y ratón; el ratón con el aguijón en la cola y el bocado entre los dientes, y él, Rebus, tan tranquilo e ignorante, satisfecho. Para Gordon Reeve no había satisfacción; no, porque le había traicionado alguien a quien él había llegado a llamar hermano.

«Sólo un beso.»

El ratón cazado.

«El hermano que nunca tuve.»

Pobre Gordon Reeve, manteniendo el equilibrio sobre aquella estrecha tubería y meándose en los pantalones mientras todos se reían de él.

Y pobre John Rebus, marginado por su padre y su hermano, un hermano que ahora era un delincuente y a quien finalmente habría que castigar.

Y pobre Sammy. Era en ella en quien debía pensar. «Piensa en ella, John, y todo se arreglará.»

Este juego iba en serio, era un juego a vida o muerte, y no tenía que olvidar ni un momento que seguía siendo un juego. Ahora sabía que tenía a Reeve. Pero cuando lo cazase, ¿qué ocurriría? De algún modo, los papeles se invertirían. Aún no conocía todas las reglas. Y sólo había una manera de aprenderlas. Dejó que el café se enfriara en la mesita. Ya tenía bastante amargor en la boca.

Afuera, bajo la llovizna gris, le esperaba la conclusión de un juego.

Capítulo 27

Desde su piso en Marchmont podía llegar a la biblioteca dando un agradable paseo a través de los hitos históricos de Edimburgo. Cruzó una zona verde llamada The Meadows, desde donde se veía en lo alto la silueta gris del Castillo con la bandera tremolando sobre las murallas en medio de la llovizna; cruzó por delante de la Royal Infirmary, sede de descubrimientos y nombres famosos, de un ala de la Universidad, del Greyfriars Kirkyard y la pequeña escultura del perro. ¿Cuántos años hacía que el perrito yacía junto a la tumba de su amo? ¿Cuántos años hacía que Gordon Reeve se iba a dormir cada noche urdiendo planes mortíferos contra John Rebus? Se estremeció. Sammy, Sammy, Sammy. Esperaba poder conocer mejor a su hija, ser capaz de decirle que era muy guapa y que encontraría mucho amor en la vida. Dios mío, esperaba encontrarla con vida.