– ¡Ya está! -añadió éste con una sonrisa-. No podéis acusarme de desobedecer las costumbres de nuestro país. Os he concedido tiempo para preparar la apelación. Eso queríais, ¿no?
El criado regresó con los utensilios de escritura y el rey garabateó con rapidez sobre el papel de vitela. Fidelma tardó en recuperar la voz.
– ¿No me concedéis más que veinticuatro horas? ¿Qué clase de justicia es ésta? -dijo despacio, tratando de contener la rabia.
– Sea la clase de justicia que sea, sigue siendo justicia -respondió Fianamail en un tono que denotaba su ánimo vengativo-. Nada más os debo.
Fidelma guardó silencio unos instantes, tratando de pensar en algo más que pedirle. Sin embargo, se dio cuenta de que no podía pedirle nada más. El joven poseía el poder y ella carecía de un arbitrio superior para hacer desaparecer su ánimo de venganza.
– Muy bien -dijo al fin-. Si encuentro razones para una apelación, ¿detendréis la ejecución hasta la llegada de Barrán, vuestro jefe brehon, para revisar el caso?
Fianamail resopló ligeramente y respondió:
– Si encontráis motivos para hacer una apelación y los considero dignos de mis tribunales de justicia, permitiré un aplazamiento hasta que pueda venir el brehon Barrán. Los argumentos que sostengan la apelación habrán de ser consistentes, y no meras sospechas.
– Eso se da por supuesto. ¿Me permitiréis, además, indagar sin impedimentos ni obstáculos durante las próximas veinticuatro horas?
– Queda explícito en la autorización -respondió el rey, entregándole el papel.
Antes de cogerlo, Fidelma le pidió:
– En tal caso debéis añadir vuestro sello para que conste que actúo con vuestro consentimiento y autorización.
Fianamail vaciló. Fidelma sabía que un trozo de papel con el consentimiento para hacer interrogar no servía de nada sin el sello del rey.
Fianamail titubeó otra vez, sin saber qué hacer.
– Matar a un techtaire es un delito grave para el jefe brehon y el rey supremo -observó Fidelma con firmeza-. La muerte del mensajero de un rey, ya sea por homicidio o ejecución, exige que se den cuentas. Es un acto de prudencia por vuestra parte que me autoricéis a investigar la cuestión.
Finalmente, Fianamail se encogió de hombros y tomó una pieza de cera de la caja de escritura, la fundió con la llama de una vela y, sobre la cera que cayó en el papel de vitela, apretó con firmeza el sello que llevaba en el dedo.
– Aquí tenéis mi consentimiento. Ya no podrá decirse que no he permitido que registréis hasta el último rincón de esta ciudad.
Satisfecha, Fidelma tomó la autorización.
– Quisiera ver al hermano Eadulf inmediatamente. ¿Está encarcelado en esta fortaleza?
Para su sorpresa, Fianamail negó con la cabeza.
– No, aquí no.
– ¿Dónde entonces?
– Está en la abadía.
– ¿Qué está haciendo allí?
– Allí cometió el crimen y allí es donde se le juzgó y se le condenó. La abadesa Fainder se ha encargado personalmente del caso, porque la víctima era una de sus novicias. El sajón fue procesado en la abadía, y allí será ejecutado mañana.
– ¿La abadesa Fainder? Creía que la abadía de Fearna era jurisdicción del abad Noé.
– Como ya os he dicho, el abad Noé es ahora mi consejero espiritual y confesor…
– ¿Confesor? Ése es un concepto romano.
– Llamadle «alma amiga» si preferís la designación pintoresca de la tradición antigua de la Iglesia. Le he dado jurisdicción sobre asuntos religiosos en todo mi reino. Ahora la abadesa Fainder está a cargo de la orientación espiritual de la abadía del Santísimo Máedóc. De hecho, su administradora, Étromma, es prima lejana mía. -De pronto parecía contrito-. Procede de una rama pobre con la que trato poco; pero, según me han dicho, es muy competente para administrar las necesidades diarias de la abadía. No obstante, fue la propia abadesa quien pidió que se aplicaran los Penitenciales para orientar nuestra fe cristiana y nuestras vidas cotidianas, así como instrumento de castigo al sajón.
– ¿Abadesa Fainder? -preguntó Fidelma, pensativa-. Nunca había oído hablar de ella.
– Acaba de regresar al reino tras varios años de servicio en Roma.
– ¿Y es partidaria de aplicar los Penitenciales de Roma frente a la sabiduría que brindan las escrituras de su propio país?
Fianamail inclinó la cabeza a modo de respuesta afirmativa.
– Vaya -añadió Fidelma-. Habéis comentado que se acusa al hermano Eadulf de haber matado a una novicia de la abadía. ¿Y quién era la joven a la que supuestamente mató?
Fianamail la miró con un gesto burlesco de reprobación y le dijo con picardía:
– Para haber venido desde Cashel a todo galope, resuelta a demostrar la inocencia del sajón, esperaba que supierais de qué se le acusaba exactamente.
– Se le acusa de homicidio, desde luego. Pero, ¿a quien se supone que ha matado?
– Sospecho, Fidelma de Cashel, que os habéis precipitado en esta misión con el corazón y no tanto con la cabeza -observó Fianamail en un tono que rozaba el desdén.
Fidelma se ruborizó, pero replicó con firmeza:
– Mi motivo es que se haga justicia. Decid, ¿a quien se supone que ha matado? -volvió a preguntar.
– Vuestro amigo sajón violó a una niña, a la que luego estranguló -respondió el rey con frialdad, oobservando atentamente la reacción de Fidelma-. Era novicia en la abadía… y sólo tenía doce años.
Tras abandonar la cámara del rey, Fidelma seguía sin salir de su asombro. La sola idea de que pudieran acusar a Eadulf de violar a una niña de doce años y matarla después era abominable. ¿Cómo podían haber declarado culpable a Eadulf de tamaña atrocidad? Era algo sumamente ajeno a la naturaleza del hombre que ella conocía.
En el patio de la fortaleza, Fidelma esperó a que no hubiera guerreros cerca para hablar con Dego, Aidan y Enda.
– Necesito que uno de vosotros vaya hasta Tara para buscar al jefe brehon, Barrán -les dijo a media voz-. Será un viaje peligroso a través del reino de Laigin, pero se trata de una necesidad imperiosa.
Aidan se adelantó sin pensarlo dos veces.
– Yo soy el mejor jinetes de los tres -se limitó a decir.
No eran palabras jactanciosas las suyas, y ni Dego ni Enda perdieron el tiempo para contradecirle. Fidelma aceptó la certeza de su afirmación sin más que añadir.
– Necesito que convenzas a Barrán de regresar con vos de inmediato, Aidan. Explicadle la situación. Pedídselo en mi nombre si es necesario. Y, Aidan…, tened cuidado. Puede haber gente a quien no le interese que lleguéis a Tara, y mucho menos que volváis aquí con Barrán.
– Lo sé -dijo con decisión- y llevaré cuidado, señora. Tardaré poco en llegar al territorio de los Uí Neill. No son amigos de Laigin y, en cuanto llegue allí creo que estaré a salvo. Si la suerte me acompaña, en pocos días habré regresado.
– Yo sólo debo tratar de evitar la ejecución de mañana. Y luego esperar que hayáis regresado a tiempo con Barrán para averiguar qué misterio late bajo estas circunstancias -explicó.
Aidan vaciló antes de decir:
– ¿Estáis segura de que hay un misterio que revelar, señora? Es decir, ¿cabe la posibilidad de que…? -Se interrumpió ante la mirada de desaprobación que Fidelma le lanzó.
– Si Aidan parte a plena luz del día, señora -intervino Dego, preocupado-, no tendrá muchas posibilidades, pues, como ya imagináis, los guerreros de Laigin estarán observando cada uno de nuestros movimientos.
– Entonces les daremos algo que observar -respondió Fidelma con repentina confianza-. Iremos a la ciudad a buscar alojamiento. Cuando nos mezclemos entre el gentío, Aidan se separará del grupo. Si cabalga hacia el oeste en dirección a Slaney, podría parecer que sólo regresa a Cashel. Cerca del río abundan los bosques, donde puede despistar y cambiar el rumbo hacia el norte. ¿Entendido?