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– Cuando llegó a la abadía hace tres meses -explicó sor Étromma- era una desconocida para todos nosotros. Noé había sido nuestro abad hasta entonces. Somos una comunidad mixta, como Kildare.

Fidelma sonrió con un gesto de reconocimiento.

– Lo sé. ¿Por qué el abad Noé decidió dimitir del cargo de abad?

– El propio rey le pidió que fuera su consejero espiritual, o eso nos dijeron. Aquí dispone todavía de sus aposentos, pero se aloja la mayor parte del tiempo en el palacio del rey. Ahora Fainder le ha sustituido como abadesa.

¿Era posible que Fidelma detectara un asomo de resentimiento en el tono de la administradora?

– ¿Por qué nombraron a Fainder si no formaba parte de esta comunidad?

Sor Étromma no respondió.

– ¿No creéis que vos habríais sido la persona más indicada para el cargo, como rechtaire de la abadía los últimos diez años? -preguntó Fidelma con ánimo de sembrar la discordia.

– Pero ella era la protegida del abad Noé en Roma.

– No sabía que Noé hubiera estado en Roma en calidad eclesiástica.

– Sólo fue en peregrinación, pero no pasó mucho tiempo. Allí supongo que conoció a la abadesa y luego la trajo a Fearna para nombrarla su sucesora. A su regreso anunció que se retiraba de la abadía.

– No es un procedimiento nada habitual -subrayó Fidelma, y reparó en otra posibilidad-. ¿Fainder y Noé son acaso parientes?

En las comunidades religiosas, el nepotismo no era nada extraño, y a menudo los abades y abadesas, y hasta los obispos, tomaban posesión de un cargo siguiendo el mismo sistema de sucesión que reyes y nobles. Además de ser descendientes de sangre, eran elegidos por su derbhfine, que solía comprender a tres generaciones de la familia, descendientes de un mismo bisabuelo. Hijos, nietos, sobrinos y primos eran a menudo nombrados abades para sustituir a otros de un modo muy similar al que se usaba para designar a reyes y jefes.

Al no obtener respuesta de sor Étromma, Fidelma hizo otra pregunta.

– ¿Os complace la manera en que la abadesa gobierna esta comunidad? Me refiero a si os complace su decisión de gobernar aplicando los Penitenciales y la forma administrativa de la Iglesia de Roma. Me sorprende que el abad Noé aprobara este cambio, pues siempre creí que era partidario de las reglas de Colmcille.

Sor Étromma se detuvo en seco, a lo cual Fidelma hizo lo mismo; la administradora miró a su alrededor como si quisiera asegurarse de que nadie la oía y dijo a su vez bajando la voz hasta un susurro:

– Hermana, conviene no mencionar tales conflictos en este lugar. Aquí las diferencias entre la Iglesia de Irlanda y la de Roma no son objeto de discusión. Desde que Fainder es nuestra madre superiora, se ha hecho rica y poderosa. No conviene criticar.

– ¿A qué os referís con que se ha hecho rica? -preguntó Fidelma.

Sor Étromma se encogió de hombros.

– La abadesa no hace ascos a la riqueza material, pese a predicar a los demás la austeridad de los Penitenciales. Parece que se ha enriquecido mucho desde que llegó. Quizá se deba a los ricos y poderosos que la auspician. Pero yo no soy quién para señalar.

A Fidelma le pareció evidente que la administradora guardaba rencor a la abadesa.

Con todo, Fidelma no quiso abundar en los prejuicios que pudiera tener sor Étromma. Le preocupaba más saber cómo estaba Eadulf.

Sor Étromma reanudó el paso con presteza.

– ¿Sabéis algo del hermano Eadulf? -preguntó Fidelma, habiendo dejado pasar un breve instante de silencio antes de traer a colación el asunto.

– Será ejecutado mañana.

– Me refiero a los hechos por los que lo han juzgado.

– Sé que al llegar a la abadía parecía bastante contento de estar aquí y que hablaba bien nuestra lengua.

– De modo que tuvisteis ocasión de tratar con él cuando llegó.

– ¿Acaso no soy la rechtaire de la comunidad? Es mi obligación recibir a todos los viajeros, sobre todo a quienes buscan hospitalidad dentro de sus muros.

– ¿Cuándo llegó?

– Hace ahora tres semanas. Solicitó a las puertas alojamiento para una noche. Dijo que pensaba tomar un barco río abajo hasta el lago Garman para embarcar allí hacia el país de los sajones. Desde el lago Garman zarpan muchos navíos sajones.

– ¿Y qué sucedió?

– Yo no sé gran cosa. Como he dicho, llegó a última hora del día. Le proporcioné una cama en las dependencias para los invitados. Asistió a las oraciones y cenó. Durante la noche, la abadesa se despertó. Me contó que habían hallado el cuerpo de una joven novicia en el muelle junto a la abadía. La encontró el capitán de la guardia. Roban a menudo en los barcos que amarran ahí. En el pueblo entran y salen toda clase de mercancías. Por eso hay guardia permanente en el muelle.

Al parecer, habían agredido y estrangulado a la niña. Se dio la voz de alarma. La abadesa me pidió que la acompañara a la habitación del sajón.

– ¿Y por qué el sajón? -Se extrañó Fidelma frunciendo el ceño-. ¿Qué hizo que la abadesa pensara concretamente en él?

Sor Étromma respondió sin apasionamiento:

– Es normaclass="underline" alguien lo había identificado.

– ¿Quién? ¿Cómo? -Fidelma trató de no mostrar consternación.

– El capitán de la guardia había informado a la abadesa de que el sajón era el responsable. Acompañé a la abadesa, el capitán de la guardia y otros más a la hospedería. El sajón estaba haciéndose el dormido. Cuando lo sacaron de la cama, tenía manchas de sangre y un trozo del hábito de la novicia muerta.

Fidelma reprimió una exclamación. Las circunstancias era peores de lo que esperaba.

– Eso es grave, pero no me habéis dicho cómo lo identificaron. No acabo de entender cómo es posible que el capitán de la guardia señalara al sajón como el responsable de lo ocurrido si, como decís, no estaba en el lugar de los hechos, sino en la cama de las dependencias de invitados cuando fueron a buscarlo. Por cierto, ¿cómo se llama el capitán de la guardia? Puede que me interese hablar con él.

– Se llama Mel.

Los ojos de Fidelma se abrieron al oír el nombre.

– ¿El mismo Mel que es comandante de la guardia de Fianamail? ¿El hermano de Lassar, la posadera de La Montaña Gualda?

Sor Étromma se sorprendió.

– ¿Lo conocéis?

– Me hospedo en su posada.

– La captura del sajón le valió que el rey lo nombrara uno de sus comandantes. Solía ser capitán de la guardia de los muelles.

– Pues se ganó un buen ascenso -observó Fidelma con sequedad.

– Fianamail puede ser muy generoso con quienes le rinden buenos servicios -concedió la administradora, y a Fidelma le pareció percibir un deje de cinismo en su voz.

– Permitid que repita la pregunta: ¿qué llevó al capitán de la guardia a dirigirse con tanta convicción a la cama del hermano Eadulf, al que apenas acababan de incriminar?

Sor Étromma hizo una mueca.

– Se dijo que habían visto a un monje corriendo del muelle a la abadía justo antes de descubrirse el cuerpo.

– ¿Cuántos monjes hay en la abadía de Fearna? ¿Cien? ¿Doscientos? -inquirió Fidelma sin poder evitar una nota de escepticismo.

– Más bien doscientos, hermana -afirmó sor Étromma sin molestarse.

– ¿Doscientos? Con todo, el rastro condujo hasta el sajón. Parece una admirable labor de investigación por parte del capitán de la guardia.

– La verdad es que no tanto. ¿No os lo han dicho?

Fidelma se armó de valor para oír una nueva revelación.

– Hay muchas cosas que no me han dicho. ¿A qué os referís exactamente?

– Hay un testigo de la agresión.