– En tal caso, remitámonos a las irregularidades de las declaraciones de la testigo. Mandaron venir a sor Étromma para identificar a la niña. ¿Cómo es posible que la identificara si nunca la había visto antes de ver el cuerpo? Alguien le había dicho que era una novicia de la abadía. Si bien no lo sabía de primera mano.
– Se lo dijo la maestra de las novicias.
– Ésta ya había partido en santa peregrinación. Y aunque se lo hubiera dicho, vos conocéis bien la ley, Forbassach. No conocía a la niña directamente. La declaración de Étromma no es válida según las normas de los tribunales.
– Corresponde al juez decidir si es válido o no -respondió el obispo Forbassach sin dar su brazo a torcer-. Y yo decidí que la identificación era un asunto menor; lo importante era que la niña fuera identificada, no quién la identificara.
– Estamos hablando de normas legales -replicó Fidelma-. Pero pasemos al siguiente testigo: el médico, el hermano Miach, que examinó el cuerpo. Juró que la niña había sido violada. Cierto, era una virgen que había tenido relaciones sexuales antes de morir. Como médico es cuanto debería habernos dicho. No obstante, también aportó su opinión sobre las pruebas, y aquélla fue que la niña había sido violada. Con esto no digo que no fuera así, sólo digo que una opinión no es una prueba y, por consiguiente, no debiera haber sido aceptada como tal. Las pruebas no indican sin lugar a dudas qué clase de relación sexual se dio antes de la muerte. ¿Fue un crimen de focloir o sleth, es decir, fue una violación con uso de fuerza o una violación con persuasión? Esto debiera haberse matizado y considerado.
»Por otra parte, tenemos la declaración de sor Fial, según la cual, en plena oscuridad, vio como un hombre agredía y estrangulaba a su amiga en el muelle. Debió de pasar a un metro del lugar donde se estaba perpetrando la agresión. ¿Y cómo reaccionó ante lo que vio? Se limitó a esperar entre los fardos y a mirar mientras agredían y estrangulaban a su amiga. Luego vio al hombre correr hacia la abadía y entrar. Todo esto en plena oscuridad. Se quedó de pie allí sin saber qué hacer… ¿cuánto tiempo? No nos lo dijo. Y ni siquiera se lo podemos preguntar porque, al parecer, sor Fial ha desaparecido de la abadía. Se quedó allí sin intención alguna de socorrer a su amiga. Entonces apareció la abadesa, y permaneció oculta en la penumbra mientras Mel examinaba el cuerpo. Tardó un buen rato en aparecer y contar lo que había pasado.
Fidelma calló un momento; un silencio absoluto se había impuesto en la sala.
– Luego contamos con la declaración de Mel, el capitán de la guardia, que, al acercarse al muelle, vio la figura de la abadesa, de la abadesa Fainder, a caballo mirando el cuerpo tendido en el suelo. Aun así, no se llegó a llamarla a declarar sobre su posición en este asunto. Señaló el cuerpo a Mel, quien se encargó, con su compañero Daig, de llevarlo a la abadía. Asimismo, Fial, nuestra testigo ausente, les dijo que identificaba al agresor como el monje sajón que se hospedaba en la abadía.
»Eadulf se hallaba durmiendo y, oportunamente, tenía en la cama consigo un pedazo ensangrentado del hábito de la niña asesinada y no hizo ademán de ocultarlo.
Forbassach intervino con una sonrisa adusta y burlona.
– Creo que habéis echado por tierra vuestros propios argumentos, dálaigh. Las pruebas demuestran claramente que el sajón estaba en la cama con dicha pieza de ropa ensangrentada, lo cual indica sin lugar a dudas que es el culpable.
– Yo creo que las irregularidades pesan más que las pruebas, y esas irregularidades deben aclararse antes de tomar en cuenta las manchas de sangre. Ya he analizado las circunstancias de su detención, que, como ya he dicho antes, no están conformes con la ley. El acusado está detenido en la abadía. Ya conocemos las consecuencias. Lo que no sabemos es de qué modo la testigo ausente, Fial, identificó al hermano sajón. Es más, ¿cómo sabía que era un monje sajón si el hermano Eadulf ha dicho que, desde que llegara a la abadía, no vio a esa niña en ningún momento? Habló con muy pocas personas: la abadesa, sor Étromma y un monje de nombre Ibar. Sólo ellos sabían que era sajón, pues habla perfecto irlandés. Nadie preguntó a la niña cómo pudo reconocer al sajón en plena oscuridad. Son demasiadas las preguntas que no se han hecho en este caso y mucho menos las que no se han respondido.
Fidelma hizo una breve pausa, como si quisiera tomar aire.
– Con estos argumentos, brehon de Laigin, apelo directamente a vos con la petición de que se suspenda la sentencia del hermano Eadulf hasta que se haya realizado una investigación oportuna y se le dé un juicio justo.
El obispo Forbassach esperó un momento, como si le diera la oportunidad de proseguir, pero de pronto le preguntó:
– ¿Tenéis más argumentos que presentarme, dálaigh de Cashel?
– Dado el tiempo que se me concedió, es cuanto he podido aportar hasta el momento. Creo que es suficiente para suspender la ejecución durante al menos unas semanas.
El obispo Forbassach se volvió hacia Fianamail, con quien sostuvo una breve conversación susurrada. Fidelma esperó con paciencia. El obispo volvió a dirigirse a ella:
– Daré a conocer la decisión mañana por la mañana. No obstante -advirtió, lanzando una mirada amargada a Fianamail-, si de mí solamente dependiera la decisión, diría que no acepto la apelación.
Fidelma, que solía dominar sus emociones, dio un paso atrás como si alguien la hubiera empujado. Si era franca consigo misma, debía reconocer que sabía desde el principio que el obispo Forbassach estaba dispuesto a proteger su juicio y sentencia iniciales. Con todo, había albergado la esperanza de que fuera a aplazar la ejecución unos días aunque sólo fuera por guardar las apariencias. Al parecer, Fianamail sabía más guardar las apariencias de la justicia que Forbassach. Fidelma no estaba preparada para tan flagrante demostración de injusticia.
– ¿Por qué diríais que no aceptáis la apelación, Forbassach? -le preguntó tras recuperar la voz-. Me interesa conocer la razón. ¿Podría el sabio doctor decirme qué motivos tiene para rechazar mi apelación?
Lo dijo en un tono tranquilo, contenido.
El obispo Forbassach lo malinterpretó como la aceptación de la derrota. Su gesto reflejaba cierto triunfo.
– Os he dicho que anunciaré la decisión mañana. No obstante, en primer lugar, yo fui el juez que presidió el juicio del sajón. Y afirmo que se le concedió todo el respeto y todos los servicios necesarios. Él asegura que no fue así. Es su palabra, la de un forastero en esta tierra, contra la mía. Yo hablo como brehon de Laigin. Pocas dudas caben sobre qué palabra habría que aceptar.
Fidelma entornó los ojos con enfado y se dejó llevar por la furia.
– ¿Rechazáis mi apelación porque presidisteis el primer juicio? Yo no os he pedido que seáis el juez en éste. Veo que solamente estáis protegiendo vuestros intereses…
– ¡Fidelma de Cashel! -exclamó Fianamail-. Os estáis dirigiendo a mi brehon. Ni siquiera vuestro parentesco con el rey de Muman os da derecho a insultar a los oficiales de mi corte.
Fidelma se mordió el labio al darse cuenta de que se había dejado llevar por su genio.
– Retiro lo dicho. No obstante, debo decir que me resulta… extraño que un juez se juzgue a sí mismo… sólo eso. Aparte del hecho de que un juez no quiera reconocer un error que pudiera haber cometido, me gustaría saber qué razones tiene para rechazar esta apelación.
El obispo Forbassach se inclinó hacia delante.
– La rechazaría porque carecéis de argumentos fehacientes. Os habéis limitado a hacer unas cuantas preguntas ingeniosas.
– Preguntas que ahora mismo carecen de respuestas -saltó Fidelma-. Tal es la base de mi apelación: una apelación que interrumpa la sentencia hasta que esas preguntas puedan responderse.