Выбрать главу

Fidelma entrecerró los ojos al recordar algo.

– Yo os he visto antes, ¿verdad?

– ¡No creo! -exclamó el hombrecillo, frunciendo el ceño.

– ¡Sí, sí que os he visto antes! Estabais en el patio de la abadía contemplando como bajaban el cuerpo del hermano Ibar.

– ¿Y qué tiene de malo? Comercio mucho con la abadía.

– ¿Tenéis curiosidad morbosa en lo grotesco, o acaso un interés particular en la suerte que corrió el hermano Ibar? -Fidelma hizo la pregunta por instinto y no tanto por lógica.

Lassar, algo desconcertada por la conversación, pues había llegado hacía unos momentos, intervino a fin de prestar su ayuda.

– Gabrán también comercia mucho río arriba, río abajo, ¿no?

El hombre se limitó a dar media vuelta y salir de la posada sin responder a ninguna de las preguntas. Lassar sonrió y dijo en tono de lamento:

– Creo que habéis herido sus sentimientos. Si os interesa saberlo, hermana, el hermano Ibar robó y mató a uno de los hombres de Gabrán.

Dego hizo una mueca y preguntó a Fidelma:

– ¿He hecho mal en intervenir?

Fidelma negó con la cabeza y comentó a Lassar, que estaba sirviendo pan recién hecho:

– Ese hombre no me ha parecido un marinero, salvo por la ropa que llevaba.

La mujerona se encogió de hombros.

– Aun así lo es, hermana. Tiene su propio barco, al que llama Cág y con el que comercia por los pueblos a orillas del río. De vez en cuando se queda a dormir en la posada, cuando ha bebido de más y no es capaz de volver al barco. Pasó aquí la noche que mataron a su hombre.

– ¿Cág, decís que se llama el barco? ¿No es Grajilla un nombre raro para un barco?

Lassar, indiferente a la connotación que pudiera tener el nombre, comentó:

– Cada maestrillo tiene su librillo.

Con una breve sonrisa, Fidelma observó:

– Sabio dicho, éste. ¿Qué sabéis acerca del asesinato de su tripulante?

– No sé nada de primera mano.

– Pero habréis oído algún rumor al respecto -insistió Fidelma.

– Los rumores no siempre dicen la verdad -respondió la mujer.

– En eso lleváis razón. Pero a veces, la información llena de prejuicios puede ser muy útil para conocer a la verdad. ¿Qué habéis oído?

– Sólo que en el muelle encontraron a un marinero muerto el día después de que el sajón asesinara a aquella niña. Un día después sorprendieron al hermano Ibar con algunos objetos del marinero, y entonces fue juzgado y condenado por el crimen.

– ¿Quién presidió el juicio?

– El brehon, claro, el obispo Forbassach.

– ¿Sabéis si el hermano Ibar llegó a reconocerse culpable?

– No. Ni durante el juicio ni después, o eso me han dicho.

– ¿Y la prueba en contra era que tenía en su posesión objetos personales del marinero?

– Para confirmarlo, habríais de preguntar a alguien que hubiera asistido al juicio. Yo tengo cosas que hacer.

– ¡Un momento! ¿Fue acaso vuestro hermano Mel quien participó en el apresamiento de Ibar? Porque era el capitán de la guardia, ¿no es así?

Para su sorpresa, Lassar lo negó.

– Mel no tuvo nada que ver con el caso de Ibar. Aunque fue un hombre de su guardia. Se llamaba Daig.

Fidelma sopesó sus palabras en silencio y a continuación observó con tranquilidad.

– Parece que muere mucha gente en el muelle de la abadía. Da la sensación de ser un lugar siniestro y desdichado.

Mientras recogía los platos, Lassar respondió con una mueca:

– Eso es verdad. Ya habéis conocido a sor Étromma y a su hermano tonto, ¿verdad?

– ¿Cett? Sí, ya los conozco. ¿Qué tienen que ver ellos?

– Nada. Los menciono como un ejemplo de desdicha. ¿Os podéis creer que sor Étromma es descendiente de la línea real de Laigin, los Uí Cheinnselaig?

Fidelma trató de recordar por qué el dato no la sorprendió. Estaba segura de que alguien ya se lo había dicho.

Lassar ganó confianza y relató:

– ¿Sabíais que, cuando los Uí Néill de Ulaidh atacaron el reino, Étromma era muy pequeña, y que los tomaron, a ella y a su hermano, como rehenes? Dicen que hirieron a Cett en la cabeza y que es simple desde entonces. Es una historia triste.

– Sí, es triste, si bien nada excepcional -opinó Fidelma.

– Ah, pero lo excepcional fue que, aun siendo Étromma de estirpe real, el rey Crimthann, que gobernaba en esa época, se negó a pagar el rescate y abandonó a ambas criaturas al tierno cuidado de los Uí Neill. La rama de la familia de Étromma era pobre, y no pudieron pagar el rescate.

– ¿Qué sucedió? -preguntó Fidelma, interesada.

– Un año después, Étromma y su hermano lograron fugarse del norte y regresaron aquí. Creo que ella les guardaba mucho rencor. Ambos entraron al servicio de la abadía. Tenéis razón, es una historia muy triste.

Lassar acabó de recoger los platos y salió. Fidelma se quedó sentada unos momentos antes de levantarse. Dego la miró con gesto intrigado.

– ¿Adónde os dirigís, mi señora? -le preguntó.

– Quiero volver a la abadía para ver si puedo obtener más información -respondió.

– ¿Creéis que el obispo Forbassach está en lo cierto y alguien ha ayudado al hermano Eadulf a escapar? -preguntó Dego.

– Creo que sería difícil escaparse de la celda en la que estaba encarcelado, sin la ayuda de nadie -asintió-. Pero el misterio que debemos resolver es quién le ayudó y por qué. Una persona podría haberle ayudado, y es un jefe llamado Coba. Respeta y defiende sin ningún tipo de dudas las leyes de Fénechus frente a los Penitenciales que tanto le gustan a Fainder. Pero quizá no conviene preguntar directamente a Coba, pues tal vez me equivoque. Mientras yo voy a la abadía, averiguad cuanto podáis sobre Coba. Pero sed discretos.

Dego inclinó la cabeza a modo de asentimiento.

– Eadulf ha hecho algo peligroso, señora. ¿Creéis que tratará de ponerse en contacto con nosotros?

– Eso espero -contestó Fidelma con fervor-. Me gustaría que se presentara ante Barrán para limpiar su nombre. El obispo Forbassach tiene razón al decir que la huida puede interpretarse como una acción propia de un hombre culpable.

– Y si no hubiera huido, ahora sería hombre muerto -le recordó Dego con sequedad.

Fidelma sintió una punzada de resentimiento.

– ¿Acaso pensáis que he olvidado que, a pesar de mis conocimientos jurídicos, fui incapaz de ayudar a Eadulf? -soltó al guerrero-. Quizá debería haber hecho lo que otros han hecho.

– Señora -se apresuró a corregir Dego-, no era mi intención criticaros.

Fidelma le puso una mano en el brazo.

– Disculpad mi mal genio. La culpa es mía -se excusó, contrita.

– Si Eadulf es capaz de evitar que lo capturen durante los próximos días, habrá la posibilidad de que Aidan regrese con el brehon Barrán -señaló Dego para reconfortarla-. Y si es así, podrá celebrarse un nuevo juicio, como deseáis.

– Pero si ahora es libre, ¿adónde irá? -caviló Fidelma-. Podría intentar tomar un barco rumbo a tierras sajonas, podría regresar a su propio país.

– Señora, él jamás abandonaría este país sin antes decíroslo, y menos ahora que sabe que estáis en Fearna.

La idea no consoló a Fidelma.

– Puede que no tenga otro remedio, pero espero que no se demore por mí. Más bien debiera adentrarse en las colinas o los bosques y esperar a que amaine el revuelo. -Se interrumpió, turbada, pues un dálaigh jamás debería considerar el mejor modo de eludir la ley-. Por cierto, ¿dónde está Enda?

– Ha salido temprano. Creo que ha dicho que le habíais encargado una misión.

Fidelma no recordaba haber ordenado a Enda que fuera a ninguna parte, pero se limitó a encogerse de hombros y decir: