La abadesa Fainder parpadeó sin saber si Fidelma estaba siendo sarcástica o no.
– Seguramente sor Étromma sabrá cómo se llamaba, si tanto os interesa. Como rechtaire, su labor consiste en estar al corriente de estas cosas. ¿Queréis que la haga venir?
– No, no os molestéis -respondió Fidelma-. Puedo hablar con ella luego. Proseguid.
– Es una historia sórdida.
– Las muertes que no se deben a causas naturales suelen ser sórdidas.
– El marinero estaba borracho, según me contaron. Había estado bebiendo en la posada La Montaña Gualda e iba de regreso al barco de Gabrán, que se hallaba amarrado allí desde hacía dos días. En el muelle, alguien lo golpeó por detrás con una pieza de madera pesada que le rompió el cráneo. Una vez muerto, el asesino le quitó el dinero y una cadena de oro.
– ¿Hubo testigos de la agresión?
La abadesa Fainder negó con la cabeza.
– En realidad nadie vio la agresión.
– ¿Y cuándo entra el hermano Ibar en escena?
– Daig era capitán de la guardia. Capturó a Ibar.
– ¿Capitán? ¿No era Mel quien ocupaba el cargo?
– Fianamail ya había ascendido a Mel a comandante de la guardia de palacio.
Fidelma sopesó la información y observó a continuación:
– Me habían dicho que la muerte del marinero tuvo lugar un día después de la de Gormgilla.
– Y así es. A Fianamail le complació la diligencia con que Mel actuó y lo ascendió esa misma mañana.
– ¿Mel fue ascendido antes del juicio a Eadulf? -preguntó Fidelma, sacudiendo la cabeza, asombrada-. Un brehon podría interpretar el gesto como un incentivo ofrecido a un testigo.
La abadesa Fainder volvió a ruborizarse.
– El obispo Forbassach no lo vio así. Es más, aconsejó al rey que ascendiera a Mel. Ya me he percatado de que habéis intentado poner en entredicho la moral y las actuaciones del brehon de Laigin. Deberíais recordar que es obispo de la ley y, por tanto, vuestro superior tanto en el credo como en la ley. Yo que vos me cuidaría de… -Se interrumpió al reparar en el brillo de los ojos de Fidelma, cuyo verde parecía haber adquirido un gélido tono azul.
– ¿Decíais? -preguntó Fidelma sin alterarse-. ¿Decíais?
La abadesa Fainder alzó la barbilla para explicarse.
– A mi parecer, es poco ético atacar a una figura respetada como la del obispo Forbassach, sobre todo cuando ni siquiera sois súbdita de este reino.
– La ley de los brehons es la ley, estemos en el reino que estemos de los cinco de Éireann. Cuando el rey supremo Ollamh Fódhla ordenó crear la ley hace un milenio y medio, se promulgó que las leyes de Fénechus se aplicarían a cada rincón de este país. Cuando una sentencia es errónea, el deber de todos, desde el más modesto bó-aire hasta el propio jefe brehon de los cinco reinos, es exigir que ese error se explique y sea corregido.
La abadesa Fainder tensó las facciones ante la intensidad de la voz de Fidelma, y tuvo la prudencia de no decir nada más.
– Decíais, pues -continuó Fidelma, apoyándose contra el respaldo-, que Mel había sido ascendido y que Daig era capitán de la guardia del muelle. ¿Cómo capturó al hermano Ibar? Porque habéis empleado el término «capturar», ¿no es así? Éste implica que el hermano Ibar opuso resistencia o que pretendía escapar.
– No fue el caso. Cuando Daig descubrió el cuerpo del marinero, sabía que se trataba de un tripulante del barco de Gabrán. De manera que llamó a éste para que lo identificara; Gabrán fue quien reparó en que la cadena de oro que solía llevar el hombre faltaba, así como unas monedas que había cobrado hacía poco de paga. Lassar, la posadera, declaró que el marinero acababa de marcharse de la posada con mucho dinero encima. Al parecer, Gabrán acababa de pagarle el salario en la posada. De ahí que el hombre hubiera estado bebiendo. Fue a todas luces un robo.
– Muy bien. ¿Y cómo condujo hasta el hermano Ibar el ataque al marinero sin la presencia de testigos?
– Prendieron al hermano Ibar al día siguiente. Lo sorprendieron tratando de vender la cadena de oro del marinero en la plaza del mercado. Lo irónico del asunto es que trató de vendérsela al propio Gabrán; éste llamó a Daig, tras lo cual se le detuvo, se le acusó, se le declaró culpable y se le colgó.
Aquella enumeración consternó a Fidelma.
– Fue un movimiento necio por parte del hermano Ibar -reflexionó Fidelma en voz alta-. Me refiero al hecho de intentar vender la cadena de oro al capitán de la propia víctima, ¿no os parece? Pero si Gabrán es tan conocido en la abadía por su comercio, ¿no es extraño que Ibar no tuviera en cuenta que aquél podría reconocerle? Lo normal es que buscara un modo menos arriesgado de venderla.
– No me corresponde a mí adivinar qué pasaba por la mente de Ibar.
– Como habéis señalado, Gabrán mantiene actividades comerciales con la abadía desde hace bastante tiempo. ¿Cuánto tiempo hacía que Ibar vivía aquí?
La abadesa se removió con incomodidad en su lugar y respondió:
– Creo que bastante tiempo. Al menos desde antes de que yo llegara.
– Entonces tengo razón al extrañarme. ¿Cómo respondió el hermano Ibar a la acusación?
– Lo negó todo. Tanto el asesinato como el robo.
– Vaya. ¿Qué razones dio para justificar la posesión de la cadena?
– No me acuerdo, la verdad.
– ¿Para qué necesitaría el hermano Ibar dinero con tanta desesperación? Si tenemos en cuenta que él mató y robó al marinero, claro.
La abadesa se encogió de hombros sin responder.
– ¿Y qué le sucedió a Daig? ¿Cómo lo mataron?
– Ya os he dicho que fue un accidente. Se ahogó en el río.
– ¿No es extraño que un capitán de la guardia fluvial se ahogue?
– ¿Qué insinuáis? -preguntó la abadesa Fainder.
– Sólo estoy haciendo conjeturas. ¿Cómo es posible que una persona lo bastante capacitada para ser capitán de la guardia en los muelles pueda sufrir semejante accidente?
– Estaba oscuro. Supongo que resbaló y cayó al agua y, al hacerlo, se golpeó contra un pilar de madera, perdió el conocimiento y se ahogó sin que nadie pudiera ayudarle.
– ¿Hubo testigos del accidente?
– No que yo sepa.
– Entonces, ¿quién os refirió esos detalles?
La abadesa Fainder frunció el ceño con fastidio.
– El obispo Forbassach.
– De modo que también él se encargó de investigar esa muerte. ¿Cuánto tiempo transcurrió entre el juicio del hermano Ibar y este accidente?
– ¿Cuánto tiempo? Que recuerde, Daig murió antes del juicio.
Fidelma cerró los ojos un instante. Tenía que dejar de sorprenderse de las rarezas relacionadas con los hechos ocurridos en la abadía.
– ¿Antes del juicio? De manera que Daig no pudo declarar en el juicio.
– Tampoco habría hecho falta. Gabrán fue el testigo principal. Pudo identificar a la víctima. Declaró acerca del dinero robado e identificó la cadena de oro que Ibar había intentado venderle.
– Parece que las circunstancias fueron propicias. Gabrán fue el único que propuso el robo como móvil para asesinar al marinero; fue el único que afirmó que los objetos se habían robado y el único que relacionó al hermano Ibar con el crimen. Y con la declaración de un solo hombre colgaron al hermano Ibar. ¿No os parece motivo de preocupación?
– ¿Por qué debería preocuparme? El obispo Forbassach no tuvo ningún problema para aceptar la declaración de Gabrán. Cuando Daig dijo que Ibar había intentado vender la cadena de oro, se registró la celda de Ibar en la abadía. Y en ella encontraron la cadena y el dinero. Sea como fuere, el asunto de Ibar nada tiene que ver con el sajón, hermana. ¿Qué tratáis de demostrar? Yo habría dicho que vuestro deber como dálaigh sería ahora ayudarnos a volver a capturar al sajón.