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Fidelma se levantó inesperadamente.

– Mi deber como dálaigh es averiguar la verdad en este asunto.

– Habéis oído los hechos, y los hechos son diversos.

– La falsedad suele llegar más lejos que la verdad -sentenció Fidelma, recordando el comentario de su mentor, el brehon Morann.

De lejos les llegaron los repiques de una campana, anunciando el ángelus del mediodía.

La abadesa Fainder también se puso en pie.

– Tengo cosas que hacer -anunció.

– Una última pregunta: ¿dónde se encuentra la cámara del abad Noé?

– ¿Noé? -La pregunta pareció sorprender a la abadesa Fainder-. Fearna ha dejado de ser la residencia principal del abad, aunque conserva aquí unas dependencias en el palacio del rey. Con todo, no lo encontraréis allí, porque partió de Fearna ayer por la mañana, rumbo al norte. Y no espera regresar en mucho tiempo.

– ¿Al norte? -Fidelma se mostró decepcionada-. ¿Sabéis por qué motivo se ha ido?

– Las actividades del obispo no son de mi incumbencia.

Fidelma inclinó la cabeza y dejó a la abadesa en su cámara. Al llegar al pequeño patio interior, una intuición la llevó a detenerse en la sombra de un hueco de los muros de piedra. Instantes después, la abadesa salió de su cámara y cruzó a toda prisa el patio. Pero en vez de ir hacia la capilla en la que se estaban congregando los miembros de la comunidad para las oraciones del mediodía, salió por una puerta lateral.

Fidelma la siguió guardando la distancia. Al abrir las puertas de madera, descubrió que daban a otro patio interior, el mismo con salida al muelle. Entonces, al ver que la abadesa estaba en medio del patio subiéndose a un caballo, se echó atrás sin cerrar del todo la puerta. No había nadie más en los aledaños. La abadesa salió a caballo por la puerta. Fidelma estaba asombrada de que la abadesa abandonara la abadía mientras las campanas tocaban al ángelus, llamando a la comunidad a rezar.

Se preguntó qué podía ser tan importante para hacerla acudir.

Sin perder un instante, Fidelma cruzó el patio hasta la puerta que daba a los muelles y que había quedado abierta. Miró por todas partes sin ver rastro alguno de la abadesa y el corcel. Ésta debía de haber arrancado al galope para desaparecer tan deprisa. No obstante, para su sorpresa, de la penumbra de los muros de la abadía vio aparecer a Enda a caballo, al que echó a trotar sin prisas por la orilla del río. Era evidente que estaba siguiendo a la abadesa.

Una amplia sonrisa se dibujó en su rostro. Casi había olvidado que había pedido a Dego y a Enda que trataran de averiguar adónde iba la abadesa en sus salidas a caballo, y que no había revocado la orden. Al menos Enda la seguiría y resolvería el misterio.

Capítulo XI

En el abad Noé pensaba todavía Fidelma de regreso a La Montaña Gualda. Le sorprendió que no hubiera mostrado interés en acudir a Fearna, dadas las circunstancias. Fidelma esperaba que, como abad y consejero espiritual de Fianamail, ocupara un lugar destacado en las medidas que se estaban tomando. Exceptuando el supuesto apoyo que concedía a la aplicación de los Penitenciales, no había ocupado un lugar destacado en ninguno de los acontecimientos posteriores.

Ahora bien, Fidelma no sabía por qué el abad Noé estaba presente en sus pensamientos. Por lo poco que conocía del irascible abad, le sorprendió que hubiera nombrado a alguien para estar a cargo de su antigua abadía, a una persona que pretendía cambiar las leyes tradicionales. Según recordaba, el abad Noé siempre había apoyado el sistema legal de Fénechus. Aunque por experiencia también sabía que era un hombre taimado y dado a la intriga. No podía evitar, así, pensar que podía tener un papel importante en aquel misterio.

Se sentó en la sala principal de la posada cavilando sobre esto. Pero luego volvió a concentrarse en la desaparición de Eadulf de la abadía. Escogió a conciencia la palabra «desaparición», pues no se fiaba ni de Forbassach ni de la abadesa. ¿Se había fugado realmente? Demasiadas personas habían «desaparecido», todas ellas testigos clave de los acontecimientos. De pronto tuvo un escalofrío. ¿Qué estaba diciendo? ¿Que Eadulf sencillamente había desaparecido con los demás?

El calor del fuego y el sueño interrumpido de la noche anterior favorecieron la somnolencia y, aunque trató de vencerla, sus cavilaciones la adormecían y se dejó llevar hasta entregarse al sueño.

Sin saber cuánto tiempo habría pasado, una puerta la despertó al abrirse. Enda entró en la sala con un gesto de satisfacción. Fidelma contuvo un bostezo, se estiró y lo saludó.

– ¿Qué habéis averiguado, Enda?

Sin perder un instante, el joven guerrero tomó asiento a su lado. Bajó la voz tras haber lanzado una mirada alrededor para asegurarse de que estaban solos, y dijo:

– He seguido a la abadesa sin que reparase en mí. Se ha dirigido hacia el norte…

– ¿Hacia el norte?

– Sí, pero sólo unos cinco o seis kilómetros. Luego ha subido colina arriba, hasta un poblado llamado Raheen. Al llegar ha ido hasta una cabaña, donde la ha recibido una mujer. Parecían tener mucha amistad.

– ¿Mucha amistad? -repitió Fidelma enarcando ligeramente una ceja, extrañada.

– Se han abrazado. Y luego han entrado en la cabaña. He esperado una hora más o menos hasta que la abadesa ha salido.

Entonces Fidelma se dio cuenta de que había perdido buena parte de la tarde y que había dormido varias horas.

– Proseguid -dijo, tratando de disimular el fastidio de haber perdido el tiempo-. ¿Y luego?

– Entonces ha llegado nuestro amigo Forbassach. La mujer los ha dejado solos un rato. Después Forbassach se ha marchado y, al poco, la abadesa Fainder también. Ha vuelto a caballo a Fearna, por lo que no me he tomado la molestia de seguirla.

– ¿Y qué habéis hecho entonces?

– He pensado que querríais saber quién era la mujer de la cabaña a la que habían visitado.

Fidelma sonrió con aprobación.

– Veo que aprendéis rápido, Enda. Acabaremos haciendo de ti un dálaigh.

El joven negó con la cabeza, tomándose en serio el comentario liviano de Fidelma.

– Yo soy guerrero e hijo de guerrero, y cuando sea demasiado viejo para seguir siendo guerrero, me retiraré a una granja.

– ¿Habéis averiguado quién era la mujer?

– He pensado que era mejor no dirigirme directamente a su cabaña, sino indagar entre otros habitantes del lugar. Me han dicho que se llama Deog.

– ¿Deog? ¿Habéis descubierto algo más?

– Que ha enviudado hace poco. Su esposo se llamaba Daig.

Fidelma calló unos momentos y preguntó luego:

– ¿Estáis seguro que os han dicho ese nombre?

– Así es, señora.

– Si hace poco que es viuda, debe de tratarse del mismo hombre.

– No sé si os comprendo, señora -Enda no estaba seguro de qué había querido decir Fidelma.

Fidelma pensó que no tenía tiempo para explicárselo. ¿Qué interés tendrían la abadesa Fainder y el obispo Forbassach en visitar a la viuda del vigilante que se había ahogado en el muelle? Fainder le había dado la impresión de no conocer apenas a aquel hombre… ¿para qué iría a visitar a su viuda? Y no sólo eso: según había contado Enda, parecían buenas amigas. He ahí un misterio más.

– Supongo que no habéis preguntado si la abadesa visita con frecuencia a esa mujer, Deog se llama, ¿no es así?

Enda negó con la cabeza y explicó:

– No quería atraer demasiado la atención. Así que me he abstenido de preguntar en exceso.

Fidelma reconoció que Enda había actuado correctamente: demasiadas preguntas podían haber puesto a la gente en guardia.

– ¿A qué distancia de aquí decís que vive esa mujer?

– A menos de una hora a buen galope.