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El obispo Forbassach asentía con impaciencia, pues Coba ya le había contado la historia.

– Coba ha cometido una imprudencia al pensar que el sajón tenía moral alguna y que acataría las normas del asilo. En estos momentos debe de ir rumbo al este hacia el mar para encontrar un barco que lo lleve a tierras sajonas.

Entonces se volvió hacia Fidelma, con la misma expresión abochornada de momentos antes.

– Solamente quería deciros -le dijo- que lamento haber pensado que estabais implicada en la primera fuga. Quiero dejar claro a vuestro hermano, el rey de Cashel, que me he disculpado por cualquier ofensa que pueda haberos causado. No obstante, también quiero haceros saber que ahora el sajón se ha atado la soga al cuello.

Fidelma estaba enfrascada en sus cavilaciones, por lo que sólo había oído la última parte del comentario.

– ¿Cómo? -preguntó.

– Es evidente que ha huido de Cam Eolaing porque es culpable.

– Eso mismo dijisteis cuando asegurabais que se había escapado de la abadía.

– ¿Por qué motivo iba escapar de la fortaleza, si en ella estaba seguro? ¿Por qué si no es culpable? Podía haberse quedado indefinidamente.

– Indefinidamente no: sólo mientras se le prestara asilo -corrigió Fidelma con suficiencia.

– Con todo, no deja de ser cierto que ha huido. Ahora cualquiera puede capturarlo y matarlo sin más. Cualquiera puede hacerlo de acuerdo con la ley.

En ese momento Mel entró en la sala. Se excusó y, cuando se disponía a salir, el obispo Forbassach, irritado, le hizo una seña ordenándole que se quedara.

– Puede que os necesite, Mel -le explicó-. Este asunto concierne al rey.

Entretanto, Fidelma tomó asiento cansinamente al darse cuenta de que Forbassach estaba en lo cierto. Un asesino convicto que rompía las normas del maighin digona y huía del refugio prestado podía ser tratado como hombre muerto. Por un momento, reparó en que estaba apretando los dientes para contener la angustia que sentía.

El obispo Forbassach se dirigió hacia la puerta, anunciando:

– Debo alertar a los guerreros del rey. Venid conmigo, Mel.

– ¡Esperad!

El ruego de Fidelma hizo volverse al brehon.

– Ya que estáis aquí, tengo una denuncia que presentar contra Gabrán. El y sus hombres me atacaron anoche.

– ¿El marinero? -preguntó el obispo Forbassach, desconcertado-. ¿Qué tiene él que ver con el caso que estamos discutiendo?

– Quizá mucho. Quizá nada.

– Gabrán es de Cam Eolaing, territorio del que soy jefe -intervino Coba-. ¿Qué ha hecho?

– Anoche, de regreso a Fearna con uno de mis compañeros, Gabrán y algunos de sus hombres nos atacaron con espadas.

Se impuso el silencio en la sala.

– ¿Gabrán? -repitió Coba con la voz hueca-.

¿Cómo sabéis que fue Gabrán, si la noche de ayer fue muy oscura?

Fidelma volvió el cuerpo hacia él con los ojos entornados para responderle:

– Olvidáis que pese a ser una noche oscura, había luna y hasta las nubes pueden tener un gesto amable y apartarse.

– Pero, ¿qué interés podría tener en atacaros?

– Eso mismo me gustaría averiguar. ¿Sabéis algo más de su vida privada, de sus lealtades o de sus principios?

– Vive fuera del poblado -respondió Coba con un gesto de indiferencia-, al otro lado del río; de hecho, en el lado este del valle. No creo que deba lealtad a nadie ni nada en concreto, salvo a su comercio. Que yo sepa, vive solo. No está casado.

El obispo Forbassach seguía la conversación, si bien con suspicacia.

– ¿Estáis segura de lo que decís, hermana? -preguntó el abad Noé, interviniendo así en la conversación-. Gabrán ha mantenido un trato comercial con la abadía durante muchos años y es considerado persona de confianza.

– Estoy segura de que Gabrán es quien nos ha atacado -afirmó Fidelma.

– ¿Dónde decís que os atacaron? -se interesó el obispo Forbassach.

Fidelma lo miró con cautela y sostuvo su mirada.

– Regresábamos de un lugar que, creo, conocéis muy bien. Volvíamos de visitar una cabaña en el poblado de Raheen. El brehon palideció cual cirio y tardó unos instantes en recuperar la voz.

– En las calzadas que rodean Fearna a menudo hay ladrones que asaltan a viajeros incautos -sugirió con nerviosismo en el tono.

– Era Gabrán -repitió Fidelma.

– Yo habría dicho que Gabrán se ganaba bien la vida con el barco -observó Coba, rascándose la barbilla con aire pensativo-. Suele transportar mercancías a lo largo del río, y llega incluso muy al sur, hasta el lago Garman, adónde transporta cargas destinadas a los barcos de navegación oceánica que van a Gran Bretaña y a Galia.

– ¿Qué clase de mercaderías transporta? -preguntó Fidelma con curiosidad.

– ¿Qué más da? -respondió el obispo Forbassach con impaciencia-. ¿Estamos aquí para hablar de Gabrán y su negocio o de la fuga del sajón?

– De momento, me gustaría saber por qué Gabrán me atacó.

El brehon parecía preocupado pese a su actitud. Sabía las graves implicaciones que un ataque a una dálaigh podía acarrear, y mucho peor si era hermana del rey. Era precisamente la razón por la que había acudido a pedir disculpas a Fidelma por su conducta anterior.

– ¿Estáis acusando a ese hombre de haberos atacado, sor Fidelma? -inquirió.

– Así es.

– En tal caso, mandaré que lo detengan para que responda a tal acusación. ¿Oís, Mel?

El comandante de la guardia asintió con diligencia.

– Así que, en cuanto nos marchemos, saldremos los dos en busca de Gabrán -anunció Forbassach-. Podemos hacer indagaciones sobre el sajón al mismo tiempo. La búsqueda del fugitivo sajón debe primar. En cuanto a esto, Fidelma de Cashel, debo advertiros que vos también corréis peligro si le habéis ayudado a evadir la justicia de este reino.

Un destello cruzó la mirada de Fidelma.

– ¡Tengo muy presente la ley, Forbassach! -protestó-. Yo no he ayudado al hermano Eadulf a escapar, como tampoco le he prestado asilo. Entretanto, mi intención es seguir investigando los misterios que envuelven este asunto… misterios que me han conducido hasta el camino que va a Raheen.

Coba no se apercibió de la dureza de su tono ni de la palidez que cubrió el rostro de Forbassach.

– Lamento que el sajón me engañara al fugarse -dijo-, pero no lamento haberlo liberado con el fin de evitar la ejecución dictada por los Penitenciales. Debería ser castigado según las leyes tradicionales de nuestro país.

El obispo Forbassach había recuperado algo de su talante habitual y, mirando al bó-aire con gesto torcido, sentenció:

– Sois minoría en el consejo del rey de Laigin, Coba. Disteis a conocer vuestro punto de vista cuando el rey y yo tomamos la decisión de aprobar los castigos que pidió la abadesa Fainder. Con eso debería haberse dado por terminada la cuestión.

– De ningún modo: esa cuestión no podía terminar así -objetó Coba con vehemencia-. Esa cuestión debería haberse aplazado hasta el gran festival de Tara para plantearla en la asamblea jurídica de los cinco reinos. La decisión debía haber sido tomada por los reyes, los abogados y las autoridades seglares de los cinco reinos, del mismo modo que se presenta ante ellos cualquier otra ley importante a fin de debatirla antes de aprobarla.

El abad Noé intervino con serenidad.

– Hermanos cristianos, calmaos. A nadie beneficia perder el tiempo en discusiones. Seguro que ambos tenéis asuntos que atender. Si vos no los tenéis, yo desde luego sí.

El obispo Forbassach los fulminó con la mirada antes de despedirse con un saludo cortante y salir sin más demora de la posada, seguido del guerrero Mel, que tuvo tiempo de dirigir una mirada de disculpa a Fidelma antes de marcharse.