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– ¡No pensábamos hacerlo! -respondió Mel con frialdad.

– La propia niña os acusa.

– Se equivoca.

– ¡No me equivoco! ¡Querían matarme! -insistió Fial, algo menos histérica, mirando a los presentes-. Todos queréis matarme.

Fidelma lanzó una mirada a Coba antes de intervenir, pues estrictamente hablando era una invitada en su salón. El bó-aire accedió sin decir nada.

– Planteemos la situación de esta otra manera, Mel. ¿Por qué vos y el obispo perseguíais a la niña?

– De todos era sabido que sor Fial había desaparecido de la abadía. Sólo intentábamos llevarla de vuelta.

– Pero ¿cómo sabíais dónde encontrarla? -inquirió Fidelma.

– Yo no sabía dónde estaba. Y no creo que el obispo Forbassach lo supiera tampoco hasta que la encontramos por casualidad.

– ¿Decís que os la encontrasteis por casualidad? Creo que he pasado algo por alto. ¿Qué os trajo hasta aquí en busca de sor Fial?

– ¿Por qué insistís en llamarme «hermana»? -interrumpió la niña con un tono irascible, y se echó a llorar otra vez.

Fidelma se le acercó y le dio unas palmaditas en el brazo.

– Tened un poquito más de paciencia, querida. No tardaremos en llegar a la verdad -dijo y miró a Mel-. Seguid con vuestra historia, Mel. ¿Qué os trajo hasta aquí?

– Vos misma lo recordaréis -respondió Mel-. Estabais presente. Bajé a la sala principal de la posada de mi hermana. Estabais con Coba, el obispo Forbassach y el abad Noé. Acusasteis a Gabrán de haberos atacado. El obispo Forbassach dijo que lo investigaría y me pidió que le acompañara.

– ¿Por eso andabais preguntando por Gabrán en Cam Eolaing hace unas horas? -preguntó Fidelma.

Mel asintió afirmativamente.

– Primero, el obispo Forbassach y yo hemos ido a la abadía. Tras verse con la abadesa, hemos ido a caballo en busca de Gabrán a fin de averiguar cuanto había de verdad en vuestra acusación. El obispo no creía totalmente vuestra historia.

Fidelma miró a la abadesa Fainder.

– ¿Vos revelasteis a Forbassach el paradero de Fial?

– Yo no sabía dónde estaba -protestó aquélla.

– Pero esta mañana os habéis visto con el obispo Forbassach, ¿no?

– Ha venido temprano, tras hablar con vos en la posada. Me ha contado que habíais acusado a Gabrán de atacaros, pero no me ha dicho que se disponía a salir a buscarlo. Por eso he salido yo misma en su busca.

Fidelma se volvió hacia Mel.

– ¿Y decís que vos salisteis a buscar a Gabrán inmediatamente después? ¿Insinuáis con ello que acababais de llegar cuando os hemos encontrado persiguiendo a Fial?

– En ese momento acabábamos de llegar al barco de Gabrán, sí.

Fidelma sacudió la cabeza con un gesto de reprobación.

– Si salisteis de la abadía cuando decís que salisteis (y parece que eso queda confirmado con la visita temprana a Cam Eolaing en busca de Gabrán), ¿cómo es posible que acabarais de llegar a su barco cuando os hemos encontrado? No creo que os hubiéramos adelantado tanto.

– Nos hemos equivocado de camino -contestó Mel, sin inmutarse pese a la aparente inconsistencia-. Hemos tomado el otro ramal del río y, cuando nos hemos dado cuenta, el ancho era demasiado estrecho para que el barco de Gabrán pudiera haber llegado más allá, así que nos hemos retrasado unas horas. Y hemos tenido que desandar el camino hasta Cam Eolaing para tomar la senda que va por la orilla correcta. Si no hubiéramos cometido ese error, habríamos llegado al barco de Gabrán hace unas horas, antes que vos y la abadesa.

– Forbassach y vos sois de esta región. ¿Cómo es posible que no supierais cómo se bifurca el río?

– Fearna queda a seis o siete kilómetros de aquí. Cierto, soy de Fearna, pero no me conozco cada rincón de este reino.

Fidelma sopesó la explicación. Si bien le parecía dudosa, también era posible. Decidió que no podía continuar sin más información.

– ¿Qué ha pasado después de equivocaros de camino y regresar para buscar el barco de Gabrán?

– Entonces nos hemos cruzado con sor Fial -explicó Mel-. íbamos cabalgando por el sendero del río cuando, inesperadamente, la niña ha saltado de entre los arbustos delante de nosotros, y se ha detenido con un resbalón. Creo que nos ha reconocido, pero ha dado un grito y ha echado a correr. Y luego os hemos encontrado a vos… -dijo y se encogió de hombros con media sonrisa burlona-. El resto de la historia ya la conocéis.

Fidelma reflexionó sobre la declaración unos momentos y luego dio un profundo suspiro. Se volvió hacia Fial. Aunque ésta había dejado de sollozar, parecía enferma y angustiada.

– Fial, quiero que sepas que no pretendo haceros daño. Si sois honesta conmigo, yo lo seré con vos. ¿Lo habéis entendido?

La niña no respondió, pero sus ojos recordaron a Fidelma los de un animal acorralado. Reflejaban la misma expresión dura de un animal al acercarse a él el depredador. El instinto llevó a Fidelma a rodear con un brazo los hombros delgados de la niña.

– Ya no hay nada que temer. Yo no soy vuestra enemiga. Yo os protegeré de vuestros enemigos. ¿Me creéis?

Fial volvió a dar la callada por respuesta, de modo que Fidelma probó con preguntas más directas.

– ¿Cuánto tiempo estuvisteis presa en el barco de Gabrán?

La niña seguía si hablar.

– Sé que estuvisteis encerrada allí, en una pequeña cabina bajo la cubierta, encadenada con grilletes.

Sus palabras no fueron una pregunta, sino una afirmación. Al fin, Fial se estremeció y respondió:

– No sé cuánto tiempo estuve allí dentro. La última vez creo que fueron dos o tres días. Estaba oscuro y no había modo de saberlo.

– Estáis poniendo palabras que no ha dicho en su boca -protestó la abadesa Fainder.

Fidelma tomó las manitas de Fial y las levantó para que los demás las vieran.

– ¿Yo también le he hecho estas marcas en las muñecas, abadesa Fainder? -preguntó a media voz.

Las llagas que tenía en la piel de las muñecas demostraban que habían estado atadas.

– Creo que Fial también podría enseñarnos las llagas alrededor de los tobillos.

Coba ya había reparado en ellas.

– Niña, ¿estabais encadenada en el barco? -preguntó con brusquedad.

Viendo que no respondía, Fidelma le exhortó a hacerlo con delicadeza, repitiendo la pregunta. Fial agachó un poco la cabeza.

– Sí.

– ¿Cómo es capaz una persona de hacer algo semejante a una novicia? -quiso saber la abadesa Fainder, aceptando al fin la evidencia que se le mostraba-. Quienquiera que lo haya hecho, tendrá que dar muchas explicaciones.

Fidelma le lanzó una mirada cargada de cinismo.

– Si hacéis memoria, abadesa, Gabrán ya las ha dado. Según el médico de la abadía, el hermano Miach, Gormgilla también presentaba marcas de grilletes. -Tras la aclaración, volvió a dirigirse a la niña-. Sin embargo, Fial nunca ha sido novicia de Fearna ni de ninguna otra abadía, ¿verdad?

Fial negó con la cabeza.

– Pero si me dijisteis… -arremetió la abadesa Fainder contra Fial, pero Fidelma la hizo callar con un ademán.

– Escuchemos vuestra historia, Fial. Vos y Gormgilla llegasteis a Fearna a bordo del barco de Gabrán hace unas semanas, ¿no es verdad?

– No nos conocimos hasta que Gabrán nos hizo prisioneras en su barco -respondió la niña.

La abadesa Fainder la fulminó con la mirada.

– Eso no es lo que contasteis al tribunal en el juicio del sajón.

– En la sala de ese tribunal se contaron muchas cosas que deben enmendarse -respondió Fidelma con mordacidad-. Dejad que la niña prosiga. ¿De dónde sois?

– Nuestros padres son daer-fudir, y al ser hijas únicas las dos, tuvimos la desgracia de que el oro de Gabrán los sedujera y nos vendieran a él. Gormgilla y yo hablábamos de esto durante los largos y oscuros momentos que pasábamos solas.