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– ¿Era la misma persona que estaba sentada junto al marinero en el barco y que os pidió que identificarais al sajón?

– No, era otro. A éste no le había visto nunca. Me llevó al barco de Gabrán. Gabrán estaba a bordo. No pude defenderme, pues me hallaba encadenada otra vez. Oí al hombre grande decirle a Gabrán: «¡Tienes que deshacerte de ella!». Es lo único que dijo. Y Gabrán dijo: «Así se hará». El monje se marchó, Gabrán me metió en la misma cabina pequeña y oscura que había compartido con Gormgilla. Me miró con una sonrisa y dijo: «Así se hará, pero cuando yo lo decida».

Fial volvió a echarse a sollozar.

– He estado ahí abajo metida durante no sé cuánto tiempo. Anoche Gabrán bajó… y… me utilizó.

Fidelma rodeó a aquella criatura desconsolada con sus brazos y miró a Coba y dijo:

– Por desgracia, mi llegada a la abadía y mis investigaciones hicieron que se llevaran a esta pobre niña de allí y la devolvieran a Gabrán.

La abadesa Fainder, que estaba pálida como la cera, carraspeó con nerviosismo.

– ¿Cómo podemos estar seguros de que dice la verdad? -preguntó-. Ha reconocido que ha mentido antes: podría estar haciéndolo ahora. Es una historia demasiado grotesca para ser real.

– Demasiado grotesca para que se la invente una niña de trece años -replicó Fidelma con dureza, y volvió a dirigirse a Fial-. Sólo unas preguntas más, chiquilla. Mientras estabais encarcelada en la oscuridad del barco, no perdisteis el tiempo, ¿verdad?

– ¿Cómo lo sabéis? -le preguntó Fial, mirándola de manera inquisitiva.

– Os hicisteis con un pedazo de metal afilado y socavasteis la sujeción de la cadena a la que estaba atada a los tobillos.

– No sé cuánto tardé en hacerlo. Una eternidad.

– Y cuando os liberasteis…

– Sólo conseguí liberar los tobillos. Aún llevaba grilletes en las muñecas.

– Sí, pero os las arreglasteis para subir por la escotilla que da a la cabina de Gabrán. Porque la escotilla que daba a la cabina principal estaba cerrada con llave, claro.

– ¡Así que ella lo mató! -gritó la abadesa Fainder al darse cuenta de adónde había desembocado la historia-. Lo acuchilló en el momento en que yo subí a bordo. Claro… -dijo y dudó un instante- debía de estar matando a Gabrán en ese mismo momento. Llamé a la puerta de la cabina, y ella salió por la misma escotilla que había entrado. Entonces, mientras yo estaba inclinada sobre el cuerpo, se escapó por la cabina y saltó al agua. Y ésa fue la zambullida que oí.

– Casi habéis acertado del todo, madre abadesa -reconoció Fidelma.

– ¿Casi? -repitió la abadesa en un tono belicoso.

– Cuando Fial subió a la cabina, se encontró con que Gabrán ya estaba muerto. Lo habían matado con un golpe de espada dado con una fuerza inconmensurable. ¿Tengo razón, Fial? ¿Prosigo?

La niña parecía deslumbrada por la aparente omnipresencia de Fidelma.

– Fial sabía dónde Gabrán guardaba las llaves, así que ella misma abrió los grilletes de las muñecas. Se disponía a marcharse cuando se apoderó de ella un deseo de venganza. De venganza por el terrible daño que este animal le había causado. Puede que fuera una reacción adolescente instintiva. Tomó un puñal que había por allí y, agarrando a Gabrán por el pelo (y con tal rabia que en parte se lo arrancó de raíz), le asestó en pecho y brazos unas seis cuchilladas. Entonces la abadesa llamó a la puerta de la cabina. Fial soltó el puñal y el cuerpo. De hecho, éste fue el ruido sordo que Fainder oyó.

Fial sabía que tenía que huir. La única salida era por abajo, pero la puerta estaba cerrada. Cogió un juego de cuatro llaves que encontró en la cabina de Gabrán. Sabía que una de ellas abriría la cerradura del habitáculo donde había estado encerrada. Era su única salida. Así que se escabulló por el hueco. Y cuanto sucedió después es evidente.

Fidelma hizo una pausa en el relato, tomó el rostro de la niña con ambas manos y lo levantó de manera que Fial no tuvo más remedio que mirarla a los ojos.

– ¿Fue así, querida? ¿Sucedió tal cual lo he contado?

Fial se echó a sollozar.

– Lo habría matado si hubiera podido. Le odiaba tanto… ¡qué me hizo! ¡Qué me hizo!

Fidelma abrazó a la niña para consolarla.

Coba se echó atrás contra el respaldo, cerró los ojos y soltó un largo suspiro.

– ¿Lo he entendido bien? -preguntó-. Mientras la abadesa estaba en la cabina de Gabrán, ¿la niña consiguió subir a la cubierta y saltó al río? A esa altura la corriente es fuerte. ¿Por qué no fue directamente a la orilla?

– Eso me confundió a mí también -confesó Fidelma-. Pero no tuve en cuenta la influencia que puede llegar a tener el miedo en una persona para hacerla actuar sin pensar. La pobre Fial temía por su vida. No sabía dónde estaba. Lo último que quería era llamar la atención bajando al embarcadero. No sabía si sus enemigos estarían allí. Es evidente que sabía nadar, y se decidió por esa vía. Y luego, poco después, en la orilla, cuando se encontró a Forbassach y a Mel…

– …y creyó que éramos parte de la conspiración… -aportó Mel.

– «Conspiración» es una palabra acertada, Mel, porque en esto aún quedan muchos misterios por resolver.

La abadesa Fainder resopló con menosprecio.

– En eso tenéis toda la razón, hermana -dijo-. Porque si Fial no ha matado a Gabrán, y al final parece que aceptáis que yo no lo hice, ¿quién lo ha matado? -Sus ojos de pronto refulgieron-. ¿O debemos sacar la conclusión de que vuestro sajón acudió a él buscando venganza?

Fidelma la fulminó con la mirada.

– Creo que el testimonio de esta pobre niña demuestra que el hermano Eadulf no es el culpable de la violación y el asesinato de Gormgilla, ¡y que otra mano ha movido esta atroz conspiración!

– Aun así, hermana -intervino Coba-, ¿adónde nos conduce la historia? Decís que Gabrán ha sido asesinado, pero ni a manos de Fial ni de la abadesa. No se me ocurre quién puede haberlo matado, ni si quiera por qué motivo.

– Gabrán no era más que un instrumento. Él era el medio utilizado para el tráfico de seres humanos, el medio por el cual se transportaban hasta el puerto de mar. Gabrán no tenía cerebro para planear y sostener este vil comercio. ¿Acaso habéis olvidado ya lo que ha contado Fial? Ha mencionado a un clérigo encapuchado que le ordenó que identificara falsamente al hermano Eadulf.

Mel se frotó la nuca y recordó:

– También se ha referido a otro tripulante que lo ayudó mientras Gabrán dormía la borrachera. ¿Quién era ese otro tripulante? Tal vez él atacó a Gabrán.

– No -negó Fidelma con un ademán impaciente-. Gabrán lo atacó a él. Ese tripulante era el hombre al que mataron al día siguiente, el mismo por cuya muerte ejecutaron injustamente al hermano Ibar.

– ¿Estáis diciendo que Ibar era inocente? -preguntó la abadesa Fainder, parpadeando varias veces.

– Es justamente lo que estoy diciendo. Ibar el herrero fue un chivo expiatorio oportuno, y quizá necesario. El día antes de morir, se había estado quejando de que en la abadía sólo le encargaban grilletes para animales. Quizá no se percató (o se percató demasiado tarde) de que esos grilletes para animales se estaban usando para personas.

El hermano Eadulf me dijo que había oído al hermano Ibar, cuando lo llevaban a la horca, gritar: "¡Preguntad sobre los grilletes!".

– Me gustaría saber, al igual que Coba hace un momento, hermana, ¿adónde queréis ir a parar? -exigió la abadesa con una voz repentinamente trémula; y ella también parecía haber perdido toda su fuerza.

Fidelma se encaró a la abadesa y le dijo con calma:

– Creía que eso era evidente, madre abadesa. Este tráfico de niñas, que son vendidas a barcos de esclavos extranjeros, está dirigido por una persona de Fearna, alguien de la abadía… alguien con un alto cargo jerárquico.