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El obispo entornó los ojos con beligerancia.

– Yo me preocupo de presentar cargos contra vos y vuestros compañeros, Fidelma. Tengo muy presente que sois hermana del rey de Cashel, pero ni siquiera me afecta ya la amenaza de contrariarlo. Habéis ido demasiado lejos. La influencia de vuestro hermano ya no os protege. Antes de tomar ninguna decisión, discutiré este asunto con Fianamail y, entretanto, vos y vuestros compañeros seréis encarcelados en la abadía.

Dego dio un paso adelante.

– Lo lamentaréis, obispo -dijo en voz baja-. Poned las manos sobre Fidelma, y tendréis a las puertas de este reino al ejército de Muman. Se os condena doblemente por amenazar a mi señora. Se os condena por la osadía de amenazar a una dálaigh de los tribunales, y se os condena por la osadía de amenazar a la hermana de nuestro rey.

El obispo Forbassach no se dejó impresionar por la grandilocuencia del guerrero.

– Vuestro rey, que no mi rey, joven. Y yo también tomo nota de vuestra amenaza. Tendréis tiempo de sobra para meditar sobre ella y para saber cómo se castiga en esta tierra esa clase de amenazas.

Dego se disponía a acometer cuando Fidelma le tocó un brazo, pues había visto a los guerreros de Forbassach con las espadas en mano.

– Aequam memento rebus in arduis servare mentem -citó en un susurro una de las Odas de Horacio, para recordarle a Dego que mantuviera la cabeza clara en los momentos más arduos.

– Sabio consejo si queréis manteneros con vida -se sonrió el obispo con suficiencia y, a continuación, dijo a sus guerreros-. ¡Lleváoslos!

– ¡Un momento! -ordenó Fidelma, haciéndoles vacilar con la fuerza de su tono-. ¿Qué pensáis hacer con Coba?

El obispo Forbassach miró al bó-aire de Cam Eolaing. Luego se volvió hacia Fidelma con una sonrisa maliciosa.

– ¿Qué haría vuestro hermano con un traidor que ha infringido la ley y se ha rebelado contra la autoridad? Coba morirá.

* * *

El hermano Eadulf oyó un grito y cerró los ojos. Entonces notó que caía y sintió un fuerte golpe al tocar el suelo. Se quedó tumbado unos instantes, respirando con dificultad, sin saber qué había sucedido, hasta que advirtió que, en realidad, había caído al suelo. La soga debía de haberse partido al perder el apoyo de la banqueta. Su primer pensamiento fue angustioso, al caer en la cuenta de que habría de pasar por todo el proceso otra vez. Abrió los ojos y miró hacia arriba.

Lo primero que vio fue al hermano Cett, de pie, con una expresión de asombro y los brazos abiertos en una postura de rendición o casi. A continuación oyó más gritos. Había otra persona inclinada sobre él, ayudándole a levantarse. Era un rostro joven, vagamente familiar, que le sonreía.

– ¡Hermano Eadulf! ¿Estáis bien?

Miró al joven sin entender nada, tratando de reconocerlo.

– Soy yo, Aidan, guerrero de la escolta del rey Colgú de Cashel.

Eadulf parpadeaba, confuso, mientras el joven guerrero cortaba las ataduras. El dolor del cuello le impedía hablar.

Entonces reparó en la presencia de siete guerreros montados, ricamente ataviados y armados, y en un estandarte de seda azul, que uno de ellos enarbolaba. Su inesperada aparición había paralizado a Fianamail y a los suyos.

Entre los jinetes recién llegados, sentado a lomos de una poderosa yegua ruana, iba un hombre de edad indefinida ataviado con vestiduras que denotaban una posición jerárquica o cargo elevados. Tenía una nariz y unos ojos inteligentes que apenas parpadeaban; unos labios apretados agravaban un gesto severo.

Fianamail se echó a temblar de cólera. La sangre se le agolpaba en las mejillas, enrojeciéndole la cara.

– ¡Indignante! -exclamó casi farfullando-. ¡Esto es indignante! ¡Pagaréis por esto! ¿Sabéis quién soy? Yo soy el rey. ¡Moriréis por esta insolencia!

– ¡Fianamail! -gritó con voz quebradiza el hombre a caballo al acercarse donde el rey estaba sentado-. ¡Miradme! -El tono no era elevado, pero exigía atención.

El rey parpadeó al hacerlo, tratando de dominar su apasionamiento.

– Miradme y reconocedme. Soy Barrán, el jefe brehon de los cinco reinos de Éireann. Éstos son los fianna del rey supremo. He aquí mi muestra de autoridad, que ahora debéis acatar.

Sacó un bastón de oficio ornamentado, con hermosas joyas engastadas, con espirales grabadas en oro y plata.

El rostro de Fianamail pasó del rojo al blanco. Tras vacilar un momento, añadió en un tono más comedido:

– ¿Qué significa esto, Barrán? Habéis interrumpido una ejecución legítima. Ese hombre es un sajón al que han declarado culpable de violar y matar a una joven novicia. Es un hombre peligroso. Ha tenido un juicio justo, y mi brehon y obispo Forbassach, y yo mismo accedimos a una apelación. La ejecución de la sentencia es legal y…

Barrán alzó una mano y Fianamail calló.

– Si es así, recibiréis una disculpa de nada menos que el jefe brehon en persona. Pero muchas cosas me preocupan, como preocupan asimismo al rey supremo. Conviene analizar el caso y rectificar los errores mientras este hombre esté con vida, no tratar de enmendarlos a su muerte.

– No ha habido ningún error.

– Lo discutiremos a fondo cuando lleguemos a vuestra fortaleza, Fianamail.

La voz de Barrán era sosegada, pero la serenidad de los tonos exigía obediencia incluso a los reyes, y Fianamail todavía era joven e inexperto.

– Es también gran motivo de preocupación para el rey supremo -añadió el brehon- que lleguen a la corte rumores de que el sistema jurídico tradicional de nuestro país ya no es respetado en este reino. Dicen que habéis promulgado los Penitenciales como sistema legítimo sobre la ley de Fénechus que promulgaron los brehons. ¿Es esto cierto? -preguntó y miró adónde el abad Noé estaba sentado-. ¿Es cierto también que vos habéis aconsejado a este joven rey en este asunto, Noé?

Barrán y el abad ya habían tenido sus desavenencias en Ros Alithir. No eran amigos.

– Existen buenas razones para adoptar los Penitenciales, Barrán -respondió el abad Noé con frialdad.

– Sin duda las escucharemos -respondió Barrán con aspereza-. Es extraño, sin embargo, que el brehon de Laigin, consejero espiritual del rey, y que el propio rey, no pensaran en acudir a Tara para discutir este asunto con los brehons y obispos de los cinco reinos. Por el momento, la ley de Fénechus sigue aplicándose en estas tierras, y es la única ley a la que debe responder el pueblo. Yo no reconozco otra ley. El rey supremo y su corte lamentarían que se hubieran cometido más infracciones de la ley sin nuestro conocimiento.

Eadulf, que todavía se frotaba las muñecas, no salía de su asombro; la garganta le ardía por el roce de la soga.

– ¿Qué sucede? -le preguntó a Aidan.

– Mi señora, Fidelma, me envió a Tara para traer al jefe brehon cuanto antes. Temí que fuera a ser demasiado tarde. Y casi lo fue.

– Pero ¿cómo sabíais dónde estaba? Porque ella no lo sabe.

– Nosotros tampoco lo sabíamos. Todavía no hemos visto a sor Fidelma. Hemos cabalgado toda la noche, y hace una hora tomamos el camino que cruza la montaña como atajo hacia Fearna. El camino continuaba después de la cabaña de Fianamail, y hemos visto movimiento. Barrán ha enviado a uno de sus hombres para averiguar si Fianamail estaba allí. Nos han dicho que él y el abad Noé habían cabalgado hasta aquí para colgar al forajido sajón. Y he pensado que sólo podía tratarse de vos. Así que hemos venido a galope tendido.

Eadulf se sintió débil cuando empezó a recuperarse.