– ¿Queréis decir que por pura suerte no me he…? -Se estremeció con una sacudida al darse cuenta.
– Hemos llegado justo cuando ese grandullón de ahí -dijo, señalando al hermano Cett- le ha dado una patada a la banqueta sobre la que estabais. Ha sido providencial que mi espada estuviera bien afilada.
– ¿Habéis cortado la soga en el momento en que he caído? -preguntó Eadulf con incredulidad.
– Así es. La he cortado, y ni un sólo segundo tarde, a Dios gracias.
El jefe brehon se acercó al lugar donde estaban.
– ¿Sois vos aquel al que llaman hermano Eadulf de Seaxmund's Ham?
Eadulf miró a los ojos despiertos de Barrán. Sintió la personalidad y la fuerza interior de aquel hombre, que debía de ser más poderoso que el propio rey supremo, pues era la mayor autoridad jurídica en el sistema legal de los cinco reinos de Éireann.
– El mismo -asintió Eadulf con voz queda.
– He oído hablar de vos, sajón. -La sonrisa de Barrán era cordial-. He oído hablar de vos como buen amigo de Fidelma de Cashel. Ella ha mandado que vinieran a buscarme para juzgar vuestro caso.
– Os estoy agradecido, mi señor. Me presento ante vos, inocente de cuanto se me acusa.
– Eso lo veremos en su debido momento. ¿Os encontráis lo suficientemente bien para viajar directamente a Fearna?
– Sí.
Entonces intervino Aidan, el joven guerrero.
– Quizá no estaría de más descansar un momento a fin de poder atender la herida que el hermano Eadulf presenta en el cuello. Se ha escapado por los pelos.
Desde su lugar, Barrán miró la herida e inclinó la cabeza con un gesto de asentimiento.
El hermano Martan apareció a todo correr con una jarra de aguamiel.
– Yo tengo conocimientos sobre estas cosas, ilustre brehon. Aguamiel para el estómago y ungüento para la herida.
Pusieron en pie la banqueta, un instrumento letal momentos antes, para que Eadulf tomara asiento. El hermano Martan se inclinó sobre él y chasqueó la lengua varias veces, mostrando su solidaridad. Sacó un tarro de bálsamo de una bolsa de piel que llevaba a la cintura y empezó a dar suaves friegas con el ungüento sobre la marca que había dejado la soga. Al principio escocía tanto, que Eadulf hizo un gesto de dolor.
– Es un ungüento a base de salvia y consuelda, hermano -explicó el anciano monje-. Ahora escocerá, pero después notaréis mejoría.
– Gracias, hermano -dijo Eadulf, haciendo un esfuerzo por sonreír a pesar del escozor-. Lamento haber traído problemas a vuestra tranquila comunidad.
El comentario hizo gracia al hermano Martan, que aseguró:
– La iglesia es el refugio para los problemas, debería ser un lugar de intercambios… un lugar donde dejar los problemas y llenarse de paz.
Eadulf empezó a sentirse más animado por primera vez en días.
– Lo que no me importaría es cambiar mis problemas por una manzana. Este ahorcamiento me ha dado hambre, y aunque vuestra aguamiel es buena, no me acalla el hambre.
El hermano Martan se dio la vuelta y así lo pidió a uno de los hermanos.
Fianamail contenía su ira, hasta que ésta le pudo al ver que ofrecían aguamiel y una manzana a Eadulf.
– ¿Vais a agasajar a este asesino mientras nosotros le esperamos de pie con este frío? -exigió a Barrán-. ¿Qué sentido tiene untarle bálsamo en la herida si vamos a colgarle luego?
– Me comeré la manzana en el viaje -anunció Eadulf a Barrán, a la vez que se levantaba-. No tengo inconveniente en llegar cuanto antes, si con ello soy absuelto y nos acercamos más a la verdad de este asunto. Si bien temo que para Fianamail llegar antes significa acelerar mi muerte.
Aidan ayudó a Eadulf a encaramarse a su caballo, para que montara atrás. Muirecht y Conna no habían abierto la boca de miedo durante el desarrollo de aquellas trágicas circunstancias. Entonces, con Barrán, Fianamail y el abad Noé a la cabeza, la columna de jinetes bajó por las faldas de la Montaña Gualda cuando la escarcha blanca empezaba a derretirse visiblemente con el calor creciente del sol de la mañana.
Capítulo XX
La gran sala del rey de Laigin estaba llena a rebosar. El centro de atención era Barrán, que se encontraba sentado con sus ricas vestiduras de oficio y sostenía el bastón ornamentado, signo de que hablaba con absoluta autoridad, no sólo como figura jurídica, sino también como representante del rey supremo. A su lado, sentado en su silla de oficio, estaba sentado Fianamail, despatarrado, y más que el rey de Laigin, parecía un jovenzuelo malhumorado. A diferencia de Barrán, éste apenas merecía la atención del público, ya que el jefe brehon rezumaba toda la autoridad en la sala sólo con su porte y actitud naturales.
A los lados de la sala había varios escribas concentrados en las tablillas de arcilla sobre las que tomarían notas antes de transcribir sobre papel de vitela los informes definitivos del juicio. Entre los asistentes había brehons y aprendices, así como titulados, todos ellos decididos a asimilar la sabiduría del jefe brehon. En cuanto había corrido la voz de que Barrán presidiría el juicio, todos cuantos habían podido intentaron entrar en la sala del rey para escuchar tan importante sentencia.
En el ángulo derecho de la sala estaba sentado el obispo Forbassach; a su lado estaban el abad Noé, la abadesa Fainder, sor Étromma y otros miembros destacados de la comunidad de la abadía, entre ellos el hermano Cett y el médico, el hermano Miach.
En el ángulo contrario, a la izquierda de la sala, Fidelma se hallaba sentada con Eadulf a su lado. Detrás de ella se sentaban sus fieles compañeros: Dego, Enda y Aidan.
Mel y sus guerreros estaban a cargo de la seguridad de la sala, si bien Fidelma reparó en que los guerreros fianna que habían acompañado a Barrán desde Tara se habían posicionado estratégicamente entre la concurrencia.
Era mediodía, y aquella mañana ya habían sucedido muchas cosas. Barrán había presidido varias vistas privadas. Por fin, había llegado el momento de analizar públicamente los hechos.
Barrán miró al jefe de los escribas y le hizo una discreta señal con la cabeza. El hombre se puso en pie y golpeó el suelo tres veces con el bastón de oficio.
– Queda convocada esta sesión para escuchar los alegatos y los fallos definitivos en cuanto concierne a la muerte de Gormgilla, de un marinero desconocido, de Daig (guerrero de Laigin), del hermano Ibar (monje de Fearna) y de Gabrán (mercader de Cam Eolaing).
Barrán dio comienzo al juicio sin más preámbulo.
– Tengo ante mí un alegato de la dálaigh Fidelma de Cashel en el que vindica al hermano Eadulf de Seaxmund's Ham, embajador sajón en nuestro país. Fidelma de Cashel solicita que se anulen la condena de los tribunales de Laigin, la sentencia, así como cualquier infracción posterior de las leyes de Laigin cometida en los intentos de demostrar su inocencia, y que asimismo sean suprimidos de las actas de este reino. Sus argumentos son que Eadulf es inocente de todos estos cargos y las acciones posteriores fueron actos de injusticia. El antedicho Eadulf actuó en defensa de su vida y, al hacerlo, actuó legalmente.
Barrán miró al obispo Forbassach y preguntó:
– ¿Qué decís en respuesta a esta alegación, brehon de Laigin?
El obispo Forbassach se levantó. Estaba ligeramente pálido, y reflejaba su contrariedad en el semblante. Ya había pasado varias horas en compañía de Barrán y Fidelma aquella mañana. Carraspeó antes de decir con calma:
– No hay ninguna objeción a la apelación de la dálaigh de Cashel.
Se oyó un grito ahogado de asombro entre los presentes al darse cuenta de lo que se había dicho. El obispo Forbassach se sentó con brusquedad.
El jefe escriba de Barrán golpeó el suelo con el bastón para solicitar silencio. Barrán esperó a que las murmuraciones se acallaran y volvió a intervenir.