– Declaro formalmente la invalidez y nulidad legales de la condena y la sentencia contra el hermano Eadulf de Seaxmund's Ham, que saldrá de esta sala con honor sin tacha.
En los bancos, Fidelma no pudo contener el impulso de tomar la mano de Eadulf y estrechársela, mientras que Dego, Enda y Aidan lo felicitaron con palmadas en la espalda.
– Además se declara -prosiguió el jefe brehon haciendo caso omiso de las demostraciones de alegría- que el brehon de Laigin deberá pagar una compensación al antedicho Eadulf en términos de un precio de honor fijado en ocho cumals. Tal es la cantidad que fija la ley en este caso por tratarse de un emisario entre Teodoro, arzobispo de Canterbury, y Colgú, rey de Cashel. Lleva consigo el precio de honor equivalente a la mitad del precio del hombre al que sirve. ¿Opone alguna objeción el brehon de Laigin a esto?
– Ninguna.
La respuesta casi no se oyó, pues fue rápida y avergonzada. Otro grito ahogado se oyó en la sala ante el asentimiento del obispo Forbassach a compensar a Eadulf la cantidad equivalente a veinticuatro vacas. Incluso a Eadulf asombró la munificencia de la suma.
– Queda retirada la acusación de culpa de Eadulf -anunció Barrán-. Pero permítase que quede constancia de los motivos por los cuales se han revocado el veredicto y la sentencia. Antes de entrar en este tribunal, yo y otros testigos hemos realizado un análisis preliminar. Éste ha revelado un asunto que nos ha causado horror a la vez que un gran pesar.
– El capitán del barco fluvial, Gabrán, estaba enredado en un comercio perverso y degenerado. Se aprovechaba del sufrimiento de familias menesterosas, a las que persuadía de venderles sus hijas pequeñas. Se llevaba a estas niñas atemorizadas (pues ninguna alcanzaba la edad de elegir) de aldeas de las montañas del norte del reino y las traía aguas abajo. Las encerraba en su barco y las transportaba por el río hasta el puerto del lago Garman, donde las vendía a barcos de esclavos que las llevaban a ultramar. Así es, vendía a estas niñas como esclavas.
Se había impuesto en la sala un silencio glacial, impregnado de pasmo y horror por el relato del jefe brehon.
– La testigo Fial, una niña que ha sobrevivido a este suplicio, nos ha contado que Gabrán se había rebajado al nivel de un animal, y utilizaba a estas cautivas para satisfacer su infame apetito sexual. Esto hacía, aun cuando no tenían la edad de elegir.
»Hemos sabido que en el transcurso de estos fatídicos acontecimientos, en que Eadulf acabó siendo una víctima inocente, una niña llamada Gormgilla fue tomada por Gabrán, estando éste borracho, mientras su barco se encontraba amarrado en el muelle de la abadía de esta ciudad. Ya podemos imaginar los detalles. Gabrán violó a la niña, y ella se rebeló. Acometido de ira y, dado su estado de ebriedad, la estranguló. Decidieron achacar la culpa de lo sucedido a Eadulf de Seaxmund's Ham. Quienes urdieron esta maléfica trama tuvieron la arrogancia de creer que era un simple peregrino de paso, al que nadie echaría en falta si era sacrificado para tapar el asesinato. Se vieron obligados a inventar una explicación para el asesinato, porque la abadesa y Mel aparecieron en escena antes de que pudieran deshacerse del cuerpo.
»Fue un plan perverso, que casi funcionó. Por suerte, no se dieron cuenta de que la muerte de Eadulf de Seaxmund's Ham no pasaría desapercibida tan fácilmente.
Barrán miró a Fidelma y dijo:
– Creo, Fidelma de Cashel, que deseáis hacer algunas observaciones al respecto.
Fidelma se puso en pie en medio del silencio expectante que reinaba en la sala.
– Gracias, Barrán. Tengo mucho que decir, pues este asunto no puede zanjarse con la exoneración del hermano Eadulf de Seaxmund's Ham.
– ¿Por qué no? -interrumpió el obispo Forbassach desde el otro extremo de la sala-. Eso queríais, ¿no? Ya se le ha compensado.
Fidelma lo miró con un destello en los ojos.
– Lo que yo he querido desde el principio es que se supiera la verdad. Ventas vos liberabit es la base de nuestra ley. La verdad os hará libres…, y mientras no se sepa toda la verdad de esta trama, este reino mora en las tinieblas y la sospecha.
– ¿Buscáis venganza por los errores que hemos cometido? -exigió Forbassach-. Gabrán, el tratante de esclavos, está muerto. Creo que eso sirve de venganza.
– No es tan fácil -objetó Fidelma-. Ya sabemos que Eadulf es inocente, pero ¿qué hay de la inocencia del hermano Ibar? ¿Y de la muerte de Daig? ¿Y de la inocencia de Gormgilla y las incontables niñas cuyas vidas ya no pueden ser recuperadas? La venganza no es lo que hace falta para explicar estas tragedias, sino la verdad.
– ¿Insinuáis que la muerte de Gabrán, el artífice de este vil comercio, no os satisface, sor Fidelma?
Quien intervino fue el abad Noé. Habló en un tono comedido y era evidente que compartía el descontento del obispo Forbassach por el modo en que se estaba desarrollando la situación.
– Me satisfará la verdad -insistió-. ¿Habéis olvidado acaso el testimonio de la joven Fial? No fue Gabrán quien le pidió prestar falso testimonio contra Eadulf. El capitán estaba borracho o sin conocimiento. Y él tampoco cometió el segundo asesinato al día siguiente. ¿Recordáis cómo describió Fial los hechos?
El obispo Forbassach soltó un largo suspiro de exasperación.
– No tenemos por qué fiarnos de la palabra de una joven asesina.
Fidelma arqueó un tanto una ceja con enfado creciente.
El abad Noé intervino antes que ella.
– Es evidente que esa niña, Fial, mató a Gabrán, y que lo hizo bajo un estado de tensión emocional. Todos lo comprendemos, y nadie la culpa por ello. Mi amigo, Forbassach, no pretende condenarla; sin embargo, ésa es la verdad. Contentaos con ella, Fidelma.
– Esta mañana, ante el jefe brehon, hemos repasado la declaración que Fial hizo en el salón de Coba -arguyó Fidelma-. Creo que había quedado claro que Fial no mató a Gabrán.
El obispo Forbassach casi estalló de furia.
– ¿Otra inocente a la que pretendéis defender? -preguntó con sorna.
Barrán se inclinó hacia donde estaba el obispo y le advirtió con voz desapasionada y asertiva:
– Os aconsejaría que escogierais palabras y actitudes más consideradas, brehon de Laigin. Os recuerdo que éste es mi tribunal y, por tanto, quienes ante mí se presentan deben contemplar unas normas de cortesía.
Fidelma lanzó una mirada de gratitud a Barrán.
– Deseo responder a Forbassach. En realidad, Fial es, en efecto, otra inocente… y yo estoy dispuesta a defender a cuantos sean inocentes de los crímenes que se les imputan injustamente.
– ¡Si deseáis afirmar la verdad, reconoceréis que sólo queréis defender a Fial porque pretendéis imputar la muerte de Gabrán a la abadesa Fainder! -acusó el obispo Forbassach, rojo de furia y poniéndose de pie.
La abadesa, pálida, trató de tirarle del brazo para hacerle volver a su sitio.
– ¡Obispo Forbassach! -exclamó la voz de Barrán, restallando como un látigo-. Ya os he advertido una vez. No volveré a advertiros para que moderéis vuestra conducta ante una respetable dálaigh de los tribunales.
– De hecho -dijo Fidelma con tranquilidad-, no tengo ningún deseo de acusar a la abadesa de la muerte de Gabrán. Es evidente que ella no perpetró el homicidio. Parece que estáis decidido a crear confusión en este caso, Forbassach.
El obispo Forbassach se dejó caer en su silla, chasqueado y abochornado. Fidelma continuó.
– La persona que mató a Gabrán formaba parte de la conspiración para la trata de esclavos, y se le ordenó que lo hiciera porque Gabrán se había convertido en un lastre para esa conspiración. Su comportamiento, cada vez más corrupto, estaba poniendo en peligro todo el negocio. En torno a Gabrán se estaban produciendo muchas muertes, que estaban atrayendo demasiado la atención.