– No negaré mi conversión a los Penitenciales -musitó Noé, volviendo a tomar asiento, pero sin abandonar la actitud defensiva.
– ¿Negaréis que la abadesa Fainder ejerció una fuerte influencia sobre vos, que os persuadió de regresar con vos a Laigin y de nombrarla abadesa, y que a la vez invitasteis a Fianamail a que os nombrara su consejero espiritual y, así, os concediera poder sobre todo el reino?
– Ésa es vuestra interpretación.
– Son hechos. Fuisteis capaz de invalidar el sistema de nombramientos de la abadía a fin de poder hacer abadesa a Fainder. Alegasteis que era una prima lejana vuestra; y no lo era, pero al parecer nadie osó poner en duda el nombramiento, ni siquiera cuando supieron que Fainder no tenía parentesco alguno con vos. Una vez Fainder fue abadesa, gobernó la comunidad bajo la doctrina de los Penitenciales. Estabais perdidamente enamorado de ella. Vos iniciasteis el proceso, Noé. Vuestra obsesión por esta mujer sembró el terreno que permitió cambiar las leyes y que sucedieran estos acontecimientos.
– ¿Cómo sabéis que Fainder y Noé no están emparentados? -se apresuró a preguntar Barrán-. ¿Y dónde encaja en esta historia el comentario sobre su enriquecimiento?
– Su hermana, Deog, es la viuda de Daig, el vigilante -explicó Fidelma-. Deog me habló de la nueva riqueza de su hermana. Fainder hacía visitas frecuentes a Deog. Pero, ay, no por amor fraternal cabalgaba la abadesa regularmente hasta la cabaña de su hermana, ¿verdad, Forbassach?
El rostro del obispo Forbassach se sonrojó bajo su mirada.
– También vos sois, desde hace poco, partidario de la aplicación de los Penitenciales, ¿verdad? -preguntó Fidelma-. ¿Queréis decirnos a qué se debe?
Era la primera vez, durante la sesión, que el brehon de Laigin guardaba silencio ante una pregunta.
La abadesa Fainder respondió por él. Se había venido abajo y trataba de contener los sollozos.
– El amor de Forbassach por mí no tiene nada que ver con que abrazara la verdadera ley cristiana -gritó en actitud defensiva-. Se convirtió en defensor de los Penitenciales por una decisión basada en la lógica, no por el amor que nos profesábamos.
Un grito de indignación inundó la sala y, al fondo de la misma, dos mujeres se llevaron de la estancia a otra. Forbassach fue a levantarse, pero Fidelma le indicó con una seña que volviera a sentarse.
– Tendréis que resolver este asunto con vuestra esposa más tarde, Forbassach -le dijo.
Fainder tenía los ojos clavados en Fidelma con malignidad, pero ésta afrontó su mirada sin rencor.
– La riqueza recién adquirida era simplemente un exceso de regalos de Forbassach y de Noé, ¿me equivoco? Os colmaban de obsequios en su esfuerzo por cortejaros. Amantes sunt amerites. Los amantes son dementes.
La mirada en el rostro de la abadesa habría asustado a cualquiera. Forbassach estaba visiblemente abochornado, pero no demostraba ningún sentimiento de culpa. El abad Noé, sin moverse de su silla, guardaba silencio, atónito ante las revelaciones. Incluso Fidelma sintió una punzada de remordimiento por haber sido la persona que le había desvelado la duplicidad de Fainder. Saltaba a la vista que estaba tan embriagado por la abadesa que la simple idea de que Forbassach también fuera su amante significó para él una puñalada.
– Cuando menos, mi deducción de que no erais culpable, Fainder, se confirmó cuando os desvanecisteis en Cam Eolaing al saber que la persona detrás de esta trama perversa era alguien que ocupaba un alto cargo jerárquico en la abadía. Os desmayasteis porque creísteis que me refería a uno de vuestros amantes. Pero ¿a cuál?
La abadesa estaba roja de sofoco.
– Si he entendido bien vuestro razonamiento, Fidelma -interrumpió Barrán-, estáis diciendo que la abadesa Fainder no mató a Gabrán. Sin embargo, también decís que Fial no lo mató. ¿Quién lo hizo entonces? ¿Y actuó bajo las órdenes de la abadesa?
– Permitidme llegar a eso a mi modo -rogó Fidelma-, pues jamás me había hallado ante una conspiración tan enrevesada. Nuestro titiritero empezó a alarmarse por el creciente número de muertes que estaban sucediendo al primer crimen de Gabrán. Las cosas no estaban saliendo según lo previsto. Cada intento de encubrir al culpable resultaba en un desastre mayor. Como he dicho, se decidió que había que silenciar a Gabrán e interrumpir el tráfico, cuando menos por un tiempo. La persona designada para matar a Gabrán se había marchado de la abadía, supuestamente para visitar a un familiar que vivía cerca del lugar donde Gabrán había amarrado el barco. Gabrán estaba esperando el nuevo cargamento. Alguien tenía que recoger a dos niñas aquella mañana. El asesino fue en busca del barco de Gabrán, si saber quizá que la abadesa le iba a la zaga a poca distancia.
»Llegó al barco y encontró a Gabrán, que acababa de enviar a uno de sus hombres a las colinas para recoger la mercancía. La llegada de las niñas al barco siempre se hacía en un lugar aislado. Gabrán daba dinero a casi todos sus tripulantes y les pedía que tomaran los asnos, que tiraban del barco río arriba hasta llegar a ese lugar, y les decía que no volvieran hasta el día siguiente. En ausencia de aquéllos, traían a las niñas, de las que sólo tenían conocimiento uno o dos hombres de la tripulación.
«Parece que el asesino encontró a Gabrán solo. Lo mató mediante un fuerte golpe de espada en el cuello. Entonces, el asesino tuvo que esperar a que llegara el otro hombre con las niñas para matarlo también. Y seguramente los habría matado a todos para callar todas las bocas. Pero el asesino vio que la abadesa se acercaba por la orilla, por lo que no le quedó más remedio que abandonar la embarcación precipitadamente. Se adentró en las colinas, donde quizás esperaba encontrar al hombre con las niñas y, así, completar los asesinatos. Al no encontrarlos, el asesino siguió su camino y fue a ver al pariente al que había prometido visitar.
»En el barco de Gabrán, sin que nadie lo supiera, tras siete días de confinamiento en la minúscula cabina, la pobre Fial se había librado de los grilletes de los tobillos. Ignorando cuanto había sucedido, subió a la cabina de Gabrán y lo vio muerto en el suelo. Lo primero que pensó fue que podría liberarse, así que cogió la llave que conocía y abrió los grilletes que le encadenaban las manos.
«Entonces una gran furia la invadió. Se apoderó de un puñal, agarró a Gabrán del pelo y empezó a clavarle el puñal en el pecho y los brazos en un acceso de rabia. El capitán del barco ya estaba muerto, de modo que no fueron puñaladas fatales. Fue un acto de cólera por todo el daño y el dolor que le había causado. Entonces llamaron a la puerta de la cabina. En ese momento la abadesa ya había subido a bordo. Asustada, Fial soltó la cabeza de Gabrán y el puñal, y se escabulló por la escotilla que llevaba a su habitáculo, llevándose un puñado de llaves que encontró. Entonces entró la abadesa.
»Fial encontró la llave buena entre las cuatro que había cogido, cruzó todo lo largo del barco y entró en la bodega, salió a cubierta y saltó al agua. La corriente la arrastró río abajo, hasta que consiguió salir del agua, pero entonces se cruzó con Forbassach y Mel, que empezaron a perseguirla.
– Es una buena reconstrucción de los hechos, Fidelma -observó Barrán-. Sin embargo, ¿será posible demostrar su veracidad? Veo que buena parte de ellos se sostienen con las declaraciones de Fial y de la abadesa, pero ¿qué ocurre con el misterioso asesino? ¿Y cómo sabéis lo del pariente en las montañas?
– No es tan misterioso. Gracias a las aventuras que me ha relatado el hermano Eadulf, podemos identificar a ese hombre.
– ¿El sajón? ¿Cómo va a identificar al asesino si él mismo era un fugitivo? -se extrañó Barrán.
– Eadulf conoció a un ermitaño ciego que le ofreció su hospitalidad.
Fianamail se removió por primera vez desde que se había iniciado la vista. De pronto se puso en pie.