– ¿Os referís a Dalbach? Pero, ¡si es mi primo! ¡Es pariente mío!
Barrán esbozó una sonrisa antes de volverse hacia Fidelma y preguntar:
– ¿Estáis diciendo que el propio rey de Laigin fue a ver a su primo ese día?
Fidelma soltó un suspiro de impaciencia.
– Dalbach le contó a Eadulf que su pariente era un religioso de la abadía de Fearna. La identidad de éste era obvia.
Al ver que nadie reaccionaba ni era capaz de hacer la identificación que a ojos de Fidelma era evidente, ésta prosiguió con irritación.
– Muy bien. Permitid que me explique mejor. Es evidente que Dalbach cometió el error de confiar a su primo que había ofrecido su hospitalidad a Eadulf. De buen grado o de mal grado, explicó a su primo que había recomendado a Eadulf que aquella noche se refugiara en la Montaña Gualda. Consciente de que la muerte de Eadulf era fundamental para ocultar cualquier vestigio de la conspiración, el pariente de Dalbach fue a caballo hasta la Montaña Gualda. -Fidelma hizo una pausa y miró a Fianamail-. Vos os hallabais en la cabaña de caza, que está cerca de la comunidad de la santísima Brígida, donde Eadulf había llevado a las dos niñas. En medio de la noche, alguien llegó para informaros de dónde podía estar Eadulf.
Muchas miradas habían recaído sobre el abad Noé, pero Fianamail la miraba de soslayo.
– Fue mi primo, mi primo…
El hermano Cett profirió un insólito grito animal y trataba de abrirse paso a la fuerza para salir de la sala. Hicieron falta cuatro de los hombres de Barrán para controlar a aquel hombre grande y fuerte.
Fidelma extendió las manos.
– Quod erat demostratum. Fue el hermano Cett. Yo sabía que era primo vuestro, Fianamail, y cuando Eadulf me dijo que sólo Dalbach sabía dónde se ocultaba anoche y que Dalbach estaba emparentado con la familia real de los Uí Cheinnselaig y que, además, tenía un primo que era monje en la abadía de Fearna, sencillamente até cabos. Para aportar otra prueba, si examináis el hábito del hermano Cett, probablemente encontraréis un rasgón y que la tela está deshilachada a unos cincuenta centímetros del dobladillo.
Un guerrero se agachó para examinar la tela y se levantó de un salto para confirmarlo a Barrán.
Fidelma sacó de su marsupium unas hebras de lana y dijo:
– Creo que esto corresponde a esa prenda. Cett se enganchó el hábito de un clavo en la cabina de Gabrán.
Enseguida quedó confirmado.
– Sólo un hombre con la fuerza de Cett podría asestar un golpe en sentido ascendente como el que mató a Gabrán. Una niña débil como Fial no podía hacerlo; ni siquiera la abadesa Fainder.
Un murmullo de aplausos se extendió entre los presentes en la sala. El cinismo de la voz de Forbassach lo interrumpió. Había recuperado parte de su aplomo habitual y tenía sed de venganza. En realidad, se estaba riendo.
– Sin duda sois muy lista, Fidelma, pero no tanto como creéis. El religioso que estaba en el barco y que pidió a Fial que mintiera no era el hermano Cett o, de lo contrario, la niña habría hecho alguna observación sobre su corpulencia. Es más: ha negado que fuera la misma persona.
Se produjo un silencio expectante mientras todas las miradas se posaron en Fidelma.
– Permitid que os congratule por vuestra perspicacia, Forbassach -reconoció-. Es una lástima que esa observación minuciosa de las pruebas brillara por su ausencia cuando investigasteis a Eadulf y a Ibar antes de sentenciarlos a muerte.
El obispo Forbassach soltó una risotada llena de ira.
– Insultándome no disimularéis el hecho de que vuestra versión no cuadra. Fianamail me perdonará si digo que Cett no es el pariente más listo de la familia. Aparte de que la descripción de Fial no se ajusta a él, la sola idea de que Cett fuera el… ¿cómo lo habéis llamado?… el titiritero… ¡es ostensiblemente ridículo!
Dicho esto se echó hacia atrás contra el respaldo con una sonrisilla de satisfacción.
– Si mal no recuerdo, cuando se discutió este asunto en la fortaleza de Coba (y estoy segura de que Coba confirmará lo que digo) también dije que el titiritero era una persona con un cargo de poder en la abadía.
Coba asintió con entusiasmo.
– Cierto, eso mismo dijisteis, pero Forbassach tiene razón. La descripción de Fial no se ajusta a Cett. Y Cett tampoco ocupa un cargo de poder en la abadía.
– Y yo abundo en el mismo parecer -afirmó Fidelma a su vez-. La persona que ideó este sórdido medio de hacer dinero y que convenció a Cett y a Gabrán para apoyarla fue la hermana de Cett. Su propia hermana, sor Étromma, la rechtaire de esta abadía.
Sor Étromma había permanecido con gesto imperturbable y con los brazos cruzados en su sitio, desde el momento en que Cett había sido denunciado. Tampoco se inmutó cuando dos guerreros de Barrán se acercaron y esperaron de pie a cada lado.
– ¿Lo negáis, sor Étromma? -exigió Barrán.
Sor Étromma levantó la cabeza y miró fijamente al jefe brehon. Su semblante no reflejaba ninguna emoción.
– Una boca cerrada es melodiosa -respondió, citando un antiguo proverbio.
– Lo más sensato es que hagáis una declaración -instó Barrán-. El silencio puede interpretarse como un reconocimiento de la culpa.
– Una mente sensata es una boca cerrada -respondió la administradora con firmeza.
Barrán se encogió de hombros e hizo una seña a los guerreros para que se la llevaran de la sala con su hermano Cett, al que habían reducido.
– Creo que un registro de las pertenencias personales de sor Étromma revelaría dónde acumulaba el dinero -sugirió Fidelma-. Recuerdo que en una ocasión me dijo que le gustaría establecerse en la isla de Mannanán Mac Lir. Di por sentado que pretendía ingresar en la abadía de Maughold. Ahora creo que su intención era ir a la isla con su hermano con el simple propósito de vivir holgadamente con el dinero obtenido de este perverso negocio.
Coba se levantó.
– Jefe brehon, acabo de hablar con el mensajero que envié a la abadía. Ha confirmado que al llegar con la instrucción de comunicar a la abadesa que había prestado asilo al sajón, Fainder estaba ausente. Y entregó el mensaje a la rechtaire. Étromma sabía dónde estaba Eadulf la noche antes de que Gabrán viniera a mi fortaleza e intentara matarlo.
– Sospechaba de Étromma -explicó Fidelma a los presentes-, pero no acababa de saber por qué. Pero cuando supe que habían vuelto a llevar a Fial al barco después de haber estado en la abadía, me convencí de que Étromma era quien manejaba los hilos del tráfico.
– Pero ¿por qué? -quiso comprender Barrán.
– Solicité interrogar a Fial. Étromma me dejó a solas con el médico, el hermano Miach, mientras ella iba a buscarla. En vez de esperarla en la apoteca, fui a ver a Eadulf otra vez. Al subir a la celda, el hermano Cett, que era su carcelero, ya no estaba, y su sustituto me dijo que había bajado al embarcadero con Étromma. Según deduje luego, habían sacado a Fial de la abadía para volver a encerrarla en el barco de Gabrán antes de que yo pudiera hablar con ella. Después Étromma acudió a mí diciendo que Fial había desaparecido. ¡Qué oportuna! Al poco rato me enteré de que el barco de Gabrán había zarpado del muelle de la abadía.
– Creo que el hilo de los acontecimientos ya ha quedado claro, Fidelma -agradeció Barrán-. No obstante, ¿podéis arrojar luz sobre los motivos que llevaron a esta mujer a embarcarse en una empresa de tamaña vileza.
– Creo que el motivo inmediato era hacer acopio de suficiente riqueza para vivir con cierto grado de holgura e independencia. ¿Qué nos dice Timoteo en su Epístola? Radix omnium malorum est cupiditas. El amor al dinero es la raíz de todos los males. Étromma es una mujer desdichada; mucha gente lo sabe. Pertenece a una familia real, pero de una rama pobre. Él y su hermano fueron capturados como rehenes cuando eran pequeños, y ni una sola de las ramas de la familia real se ofreció a pagar el precio de honor para rescatarlos.