– No estoy aquí como hermana del rey de Muman, sino como dálaigh de los tribunales con categoría de anruth -anunció Fidelma en un tono frío y admonitorio.
El administrador levantó el brazo haciendo un extraño movimiento que parecía indicar aquiescencia.
– En tal caso, si sois tan amable de esperar, iré a ver si el rey gusta de recibiros.
El administrador hizo esperar a Fidelma veinte minutos. El capitán de la guardia, al que habían ordenado esperar con ellos de pie, estaba cada vez más incómodo, y empezó a restregar los pies contra el suelo cuando empezó a pasar el tiempo. Aunque Fidelma estaba enfadada, sentía lástima por él. Al cabo de un rato, cuando el hombre carraspeó y empezó a disculparse, ella le sonrió y le dijo que la culpa no era suya.
Cuando el administrador al fin volvió a aparecer, también reveló su incomodidad por haber tardado tanto en comunicar la petición al rey y volver con la respuesta.
– Fianamail ha expresado que os recibirá con gusto -anunció el viejo, bajando la vista ante la impaciente mirada de Fidelma-. Si sois tan amable de seguirme… -Vaciló un momento y miró a Dego-. Vuestros compañeros tendrán que esperaros aquí, por supuesto.
– Por supuesto -repitió ella bruscamente.
Cruzó miradas con Dego sin necesidad de decirle nada. El joven guerrero inclinó la cabeza al comprender la orden tácita.
– Aguardaremos mientras regresáis sana y salva, señora -dijo en voz baja, poniendo un leve énfasis al decir «sana y salva».
Fidelma siguió al anciano administrador a través de un patio enlosado y por el interior de los edificios principales de la fortaleza. El palacio parecía curiosamente vacío en comparación con el gentío que solía abarrotar el castillo de su hermano. Aquí y allá había guardas aislados de pie. Unos pocos hombres y mujeres (criados, a juzgar por la evidencia) correteaban de acá para allá, cada uno con su labor asignada, pero no se oía charlar ni reír a nadie, ni tampoco niños que jugaran. Cierto que Fianamail era joven y soltero todavía, pero no dejaba de ser extraño que faltara en el palacio dinamismo, así como el calor de la vida y la actividad familiar.
Fianamail la esperaba en una pequeña sala de recepción, sentado ante un resplandeciente fuego de leña. Aún no había cumplido los veinte años. Tenía el pelo rojizo y la astucia de un zorro. Unos ojos juntos le concedían una expresión maligna. Había sucedido a su primo Faelán como rey de Laigin tras fallecer éste de peste amarilla un año atrás. Era exaltado y ambicioso y, según Fidelma habían observado en el previo y único encuentro que habían tenido un año atrás, se dejaba engañar fácilmente por sus consejeros a causa de su propia arrogancia. Fianamail había cometido la necedad de aprobar una conspiración para arrebatar a Cashel el control del subreino de Osraige y anexionarlo a Laigin. Fidelma había denunciado la conspiración durante una audiencia con el rey supremo en persona en la abadía de Ros Ailithir. En consecuencia, el jefe brehon del rey supremo, Barrán, había dictaminado que el subreino, situado en la frontera entre el reino de Muman y Laigin, permanecería bajo la jurisdicción de Cashel para siempre. La sentencia había enfurecido a Fianamail, y ahora consentía que bandas de guerreros de Laigin asaltaran y saquearan las regiones fronterizas y negaba responsabilidad o conocimiento de los hechos. Fianamail era joven y codicioso y estaba resuelto a forjarse su propia fama.
No se levantó cuando Fidelma entró en la sala, como habrían dictado las más elementales normas de cortesía; se limitó a indicarle con una mano mustia que tomara asiento en el extremo opuesto del gran hogar.
– Os recuerdo muy bien, Fidelma de Cashel -dijo a modo de saludo sin asomo de sonrisa o calidez en sus rasgos flacos y astutos.
– Y yo a vos -respondió Fidelma con idéntica frialdad.
– ¿Puedo ofreceros algún refrigerio? -sugirió el joven señalando con languidez una mesa con vino y aguamiel.
Fidelma negó con la cabeza.
– El asunto que deseo discutir es apremiante.
– ¿Apremiante? -Fianamail alzó las cejas para expresar curiosidad-. ¿Y qué puede ser tan apremiante?
– La condena del hermano Eadulf de Seaxmund's Ham. ¿Acaso no recibisteis los mensajes de mi hermano en los que expresaba la inquietud de Cashel al respecto y en los que os pedía…?
Fianamail se puso en pie de repente con el ceño fruncido.
– ¿Eadulf? ¿El sajón? Recibí un mensaje, pero no lo comprendí. ¿A qué se debe el interés de Cashel por el sajón?
– El hermano Eadulf de Seaxmund's Ham es el emisario entre mi hermano y Teodoro de Canterbury -confirmó-. He venido aquí para defenderle contra el cargo del que se le acusa.
Fianamail abrió ligeramente la boca en lo que pareció a Fidelma un gesto de júbilo.
– He retrasado el juicio en la medida en que he podido por deferencia a vuestro hermano el rey. Pero, ay, el tiempo ha ido pasando.
Fidelma empezó a sentir cada vez más frío.
– De camino hacia aquí oímos rumores de que ya había sido juzgado. Tras la intervención de mi hermano, bien podría haberse retrasado hasta mi llegada.
– Ni siquiera un rey puede aplazar un juicio indefinidamente. El rumor que oísteis es cierto: ya ha sido juzgado y ha sido declarado culpable. Ya no hay nada que hacer. Ya no necesita vuestra defensa.
Capítulo III
Fidelma palideció, reflejando así la terrible angustia que la carcomía. Fue como si su cuerpo hubiera quedado exangüe.
– ¿Ya no hay nada que hacer? ¿Queréis decir que…? -Tragó saliva, casi incapaz de articular la pregunta que más deseaba hacer.
– El sajón será ejecutado mañana al mediodía -le anunció Fianamail con indiferencia.
Una sensación de alivio invadió a Fidelma.
– Entonces, ¿todavía no está muerto? -Las palabras brotaron como un suspiro trémulo.
Cerró los ojos para recrearse en ese momento de consuelo.
Ajeno, al parecer, a las emociones de Fidelma, el joven rey dio una patada a un tronco del fuego.
– Prácticamente ya lo está. El caso se ha cerrado. Habéis viajado desde tan lejos en balde.
Sin levantarse, Fidelma se inclinó hacia delante y miró de frente a Fianamail.
– En lo que a mí concierne, el caso no está cerrado todavía. De camino hacia aquí he oído una historia que no aceptaría de un rey de Laigin. Se me dijo que habíais rechazado la ley tradicional y que habíais decretado que debía aprobarse el castigo establecido por los nuevos Penitenciales de Roma. ¿Es verdad que habéis anunciado tal despropósito?
Fianamail seguía sonriendo, pero sin amabilidad alguna.
– El castigo decretado es la ejecución, Fidelma de Cashel. Tal decisión se ha tomado. Para ello me he dejado asesorar por mi consejero espiritual y por mi brehon. Laigin será un reino precursor en desechar nuestras costumbres paganas. Que los castigos cristianos se correspondan con los delitos que se cometan en estas tierras. Estoy decidido a demostrar cuán cristiano ha devenido mi reino de Laigin. Debe aplicarse la pena de muerte.
– Creo que olvidáis la ley, Fianamail de Laigin. Incluso los Penitenciales reconocen el derecho de apelación.
– ¿Apelación? -repitió Fianamail, asombrado-. Pero el brehon ya ha dictado la sentencia. Y yo la he confirmado. No hay posibilidad de apelación.
– Existe otro juez por encima de vuestro brehon -señaló Fidelma-, el jefe brehon de Éireann, al que puede recurrirse. Y creo que él tendría mucho que decir sobre ese asunto de los Penitenciales.
– ¿Qué razones aduciríais para hacer esa apelación al jefe brehon de los cinco reinos? -preguntó Fianamail con sorna-. No sabéis nada del caso y no tenéis conocimiento de las declaraciones. Además, la ejecución tendrá lugar mañana y no podemos esperar una semana hasta que llegue el jefe brehon.