Su sonrisa confiada despertó la ira de Fidelma, pero ésta se dominó.
– Mientras investigo este asunto, os pediría que suspendierais la ejecución de la sentencia aduciendo que cabe la posibilidad de que no se haya defendido correctamente al hermano Eadulf de Seaxmund's Ham y que el tribunal que lo ha juzgado podría no haber tenido en cuenta la totalidad de sus derechos.
Fianamail se echó atrás contra el respaldo con un claro gesto de desdén.
– Parece una petición propia de una persona desesperada, Fidelma de Cashel. La de alguien que se agarra a un clavo ardiendo. Bien, pues ahora no tenéis a nadie a quien apelar, nadie a quien podáis convencer como hicisteis en Ros Ailithir contra mí y el obispo Forbassach. Aquí soy yo la única autoridad.
Fidelma sabía que no serviría de nada apelar al sentido de moralidad de Fianamail, pues el joven tenía sed de venganza, de modo que cambió de táctica. Para ello levantó el tono de voz y dijo:
– Vos sois rey, Fianamail, y pese a vuestro antagonismo hacia Cashel, debéis conduciros como tal, pues si no lo hacéis, las propias losas sobre las que camináis alzarán su voz para denunciar vuestra injusticia y maldad.
Fianamail se removió ligeramente, incómodo ante la vehemencia de su prima y dijo a su vez de mala gana:
– Hablo como rey, Fidelma de Cashel. Me han dicho que al sajón se le ofrecieron ocasiones de sobra para defenderse.
Fidelma aprovechó aquellas palabras.
– ¿Para defenderse decís? ¿Acaso no se le proporcionó un dálaigh para llevar su defensa, para defenderle ante la ley?
– Tal privilegio se concede a pocos forasteros. No obstante, es cierto que, dado que hablaba nuestra lengua y al parecer poseía ciertos conocimientos jurídicos, se le permitió llevar su propia defensa. Recibió el mismo tratamiento que damos a cualquier religioso errante.
– ¿De modo que Eadulf de Seaxmund's Ham no mencionó su cargo? -preguntó Fidelma, que empezaba a ver un atisbo de esperanza.
Fianamail se la quedó mirando sin comprender adónde quería ir a parar.
– Ese hombre es un monje, un peregrino pro Christo. ¿Qué otro cargo va a tener?
– Es techtairey no un mero monje en viaje de peregrinación. Y como tal, debe tenerse en cuenta el consejo del Bretha Nemed, pues Eadulf viajaba bajo la protección del rey Colgú, en calidad de miembro de su casa real.
El joven rey se mostró ligeramente desconcertado. Él no era dálaigh ni brehon, por lo que desconocía la ley a la que Fidelma se refería.
– ¿Y por qué el sajón está bajo la protección de la casa real de vuestro hermano?
Fidelma percibió cierta vacilación en su arrogancia juvenil.
– Es fácil. Teodoro de Canterbury, arzobispo y consejero de todos los reinos sajones, envió a Eadulf como emisario personal a mi hermano. Por consiguiente, su precio de honor es de ocho cumals, la mitad del precio de honor que poseéis vos como rey de Laigin. Eadulf goza de los derechos y prerrogativas de una embajada. Y tiene derecho a poseer la mitad del precio de honor del hombre al que sirve. Al regresar hasta Teodoro de Canterbury con mensajes de mi hermano, Eadulf sigue gozando del mismo precio de honor y, por lo tanto, sigue estando al servicio de mi hermano. La ley es clara en cuanto a la protección que proporciona a los miembros de una embajada.
– Sin embargo, ha cometido un asesinato -protestó Fianamail.
– Eso han declarado vuestros tribunales -concedió Fidelma-. Pero deben investigarse las circunstancias. ¿Acaso el Bretha Nemed no establece que quienes están al servicio de un rey pueden cometer actos de violencia en defensa propia durante el desempeño de ese servicio, sin tener que afrontar por ello responsabilidades? ¿Se saben qué motivos subyacen bajo su delito? Es posible que goce de inmunidad para ser procesado. ¿Se tuvo en cuenta todo esto?
Fianamail se mostraba claramente atónito por el despliegue de conocimientos técnicos. No tenía capacidad para discutir con ella, y así lo reconoció.
– No dispongo de la misma competencia jurídica que vos, Fidelma de Cashel. Debo consultar al respecto.
– En tal caso, haced venir a vuestro brehon; que se presente ante mí y exponga los precedentes del caso.
Moviendo la cabeza, Fianamail se puso en pie y se acercó a la mesa para servirse una copa de vino.
– No está aquí en este momento. No le espero hasta mañana.
– En tal caso debéis emitir la sentencia sin él, Fianamail. No os he mentido sobre lo que dice la ley. Juro sobre mi honor como dálaigh, con o sin el consejo de vuestro brehon, que si este reino ha emitido una sentencia falsa o errónea, no se os considerará como un rey verdadero y seréis juzgado por un tribunal superior. Ningún rey está por encima de la ley.
Fianamail trataba de discernir cuál era el mejor modo de proceder. Levantó las manos con impotencia y las dejó caer a ambos lados.
– ¿Qué buscáis, Fidelma? -preguntó tras vacilar unos momentos-. ¿Sugerís que reclamáis inmunidad para el sajón? Porque no lo aceptaré. Cometió un crimen detestable. ¿Qué queréis?
– En última instancia, os rogaría que volvierais a aplicar las leyes de nuestro país -respondió Fidelma-. Los Penitenciales extranjeros no caben en nuestra mentalidad. Matar por venganza no se corresponde a nuestra ley…
Fianamail levantó una mano para detener su elocuencia.
– He dado mi palabra al abad Noé, mi consejero espiritual, y al obispo Forbassach, mi brehon, de que se aplicarán los castigos decretados por la fe: una vida por otra vida.
Fidelma notó que se le aceleraba el pulso al percibir una brecha en su determinación.
– Os pido que difiráis la ejecución a fin de poder investigar los hechos de este caso y corroborar que se ha observado la ley.
– Yo no puedo anular la sentencia de mi brehon; no está en poder del rey.
– Concededme un tiempo limitado para investigar este crimen del que acusáis al hermano Eadulf y permitidme analizar los hechos basados en un posible alegato de que actuó bajo protección, como fer taistil, oficial al servicio de la corte del rey con inmunidad. Autorizadme para iniciar tal investigación.
Empleó el término legal fer taistil, que aunque literalmente significaba «viajero», en concreto era «emisario entre reyes».
Fianamail volvió a tomar asiento. Sopesó la cuestión con el gesto torcido. Era evidente que le inquietaba acceder a su petición, mas se mostraba incapaz de encontrar motivos para rebatir sus argumentos.
– No deseo volver a reñir con tu hermano otra vez -reconoció al fin-. Ni quiero hacer nada que contradiga los protocolos y la justicia de mi reino. -Calló un momento y se frotó la barbilla con un gesto de arrepentimiento-. Os concederé tiempo para que investiguéis el crimen del que han acusado al sajón. Si halláis alguna irregularidad en la conducta y la sentencia de nuestros tribunales, no me opondré al derecho de apelación.
Fidelma contuvo un suspiro de alivio.
– Es cuanto os pido. Mas para ello necesitaré vuestra autorización.
– Mandaré que me traigan pluma y vitela y os la daré por escrito -accedió, inclinándose hacia delante para sacudir una campanilla de plata.
– Bien -agradeció Fidelma, sintiendo un tremendo alivio-. ¿Cuánto tiempo me daréis para la investigación?
En ese momento entró un criado, y Fianamail le ordenó que trajera los utensilios de escritura. Los ojos del joven rey eran fríos.
– ¿Cuánto tiempo? Pues hasta mañana al mediodía, a la hora señalada para la ejecución del sajón.
El alivio momentáneo se desvaneció al darse cuenta de las limitaciones que le imponía Fianamail.