– Supongo que es un poco cruel -dijo Ruth- que siempre le hagan ponerse como un loco. Pero la culpa es suya. Si aprendiese a no perder los estribos, lo dejarían en paz.
– Seguirían metiéndose con él -dijo Hannah-. Graham K. tiene un genio parecido, y lo único que pasa es que con él tienen más cuidado. Se meten con Tommy porque es un vago.
Luego se pusieron todas a hablar al mismo tiempo; de cómo Tommy nunca se había esforzado por ser creativo, de cómo no había aportado nada al Intercambio de Primavera. Creo que lo cierto es que, a estas alturas, lo que cada una de nosotras queríamos era que viniera un custodio y se lo llevara del campo de deportes. Y aunque no habíamos tenido ni arte ni parte en este último plan para fastidiar a Tommy, sí habíamos corrido a primera fila para ver el espectáculo, y empezábamos a sentirnos culpables. Pero no había ningún custodio a la vista, así que nos pusimos a exponer razones por las cuales Tommy merecía todo lo que le pasaba. Y cuando Ruth miró la hora en su reloj y dijo que aunque aún teníamos tiempo debíamos volver a la casa principal, nadie arguyó nada en contra.
Cuando salimos del pabellón Tommy seguía vociferando. La casa quedaba a nuestra izquierda, y como Tommy estaba de pie en el campo de deportes, a cierta distancia de nosotras, no teníamos por qué pasar a su lado. De todas formas, miraba en dirección contraria y no pareció darse cuenta de nuestra presencia. Pero mientras mis compañeras echaron a andar por un costado del campo de deportes, yo me dirigí despacio hacia Tommy. Sabía que esto iba a extrañar a mis amigas, pero seguí caminando hacia él (incluso cuando oí el susurro de Ruth conminándome a que volviera).
Supongo que Tommy no estaba acostumbrado a que lo importunaran cuando se dejaba llevar por uno de sus arrebatos, porque su primera reacción cuando me vio llegar fue quedarse mirándome fijamente durante un instante, y luego seguir gritando. Era, en efecto, como si hubiera estado interpretando a Shakespeare y yo hubiera llegado en medio de su actuación. Y cuando le dije: «Tommy, ese polo precioso… Te lo vas a dejar hecho una pena», ni siquiera dio muestras de haberme oído.
Así que alargué una mano y se la puse sobre el brazo. Mis amigas, más tarde, aseguraban que lo que me hizo fue intencionado, pero yo estoy segura de que no fue así. Seguía agitando los brazos a diestro y siniestro, y no tenía por qué saber que yo iba a extender la mano. El caso es que al lanzar el brazo hacia arriba sacudió mi mano hacia un lado y me golpeó en plena cara. No me dolió, pero dejé escapar un grito ahogado, lo mismo que casi todas mis compañeras a mi espalda.
Entonces fue cuando Tommy pareció darse cuenta al fin de mi presencia, y de la de mis amigas, y de sí mismo, y del hecho de que estaba en el campo de deportes comportándose de aquel modo, y se quedó mirándome con expresión un tanto estúpida.
– Tommy -dije con dureza-. Tienes el polo lleno de barro.
– ¿Y qué? -farfulló él.
Y mientras lo hacía bajó la mirada hacia el pecho y vio las manchas marrones, y cesaron por completo sus aullidos. Entonces vi aquella expresión en su cara, y comprendí que le sorprendía enormemente que yo supiera lo mucho que apreciaba aquel polo.
– No tienes por qué preocuparte -dije, antes de que el silencio pudiera hacérsele humillante-. Las manchas se quitan. Y si no puedes quitártelas tú, se lo llevas a la señorita Jody.
Siguió examinando su polo y al final dijo, malhumorado:
– A ti esto no te incumbe, de todas formas.
Pareció lamentar de inmediato este último comentario y me miró tímidamente, como a la espera de que le dijera algo que lo consolara un poco. Pero yo ya estaba harta de él, máxime cuando mis amigas seguían mirándonos (mis amigas y seguramente algunos compañeros más, desde las ventanas de la casa principal). Así que me di la vuelta con un encogimiento de hombros y volví con mis amigas.
Ruth me rodeó los hombros con el brazo, y seguimos alejándonos en dirección a la casa.
– Al menos has hecho que se calle la boca -dijo-. ¿Estás bien? Qué bruto…
2
Todo esto sucedió hace mucho tiempo, y por tanto puede que algunas cosas no las recuerde bien; pero mi memoria me dice que el que aquella tarde me acercara a Tommy formaba parte de una etapa por la que estaba pasando entonces -que algo tenía que ver con la necesidad de plantearme retos de forma casi compulsiva-, y que cuando Tommy me abordó unos días después yo ya casi había olvidado el incidente.
No sé cómo son los centros donde se educa normalmente la gente, pero en Hailsham casi todas las semanas teníamos que pasar una especie de revisión médica -normalmente en el Aula Dieciocho, arriba, en lo más alto de la casa- con la severa Enfermera Trisha, o Cara de Cuervo, como solíamos llamarla. Aquella soleada mañana un buen grupo de nosotros subía por la escalera central para la revisión con ella, y nos cruzamos con otro gran grupo que bajaba justo después de pasarla. En la escalera, por tanto, había un ruido del demonio, y yo subía con la cabeza baja, pegada a los talones de la de delante, cuando una voz gritó a unos pasos:
– ¡Kath!
Tommy, que venía con la riada humana que bajaba, se había parado en seco en un peldaño, con una gran sonrisa que me irritó de inmediato. Unos años antes, si te encontrabas de pronto con alguien a quien te alegraba ver, quizá ponías esa cara. Pero entonces teníamos trece años, y se trataba de un chico que se encontraba con una chica en una circunstancia pública, a la vista de todos. Sentí ganas de decir: «Tommy, ¿por qué no creces de una vez?», pero me contuve, y lo que dije fue:
– Tommy, estás interrumpiendo a todo el mundo. Y yo también.
Miró hacia arriba y, en efecto, vio cómo en el rellano inmediatamente superior la gente se iba parando y amontonando. Durante unos segundos pareció entrarle el pánico, y rápidamente se deslizó hacia un lado y se pegó a la pared, a mi lado, de forma que, mal o bien, permitía el paso a los que bajaban, y dijo:
– Kath, te he estado buscando. Quería decirte que lo siento. Que lo siento mucho, de veras. El otro día no quería pegarte. Nunca se me ocurriría pegarle a una chica, y aunque se me ocurriera, jamás te pegaría a ti. Lo siento mucho, mucho.
– Vale. Fue un accidente, eso es todo.
Le dirigí un gesto de cabeza e hice ademán de seguir subiendo. Pero Tommy dijo en tono alegre:
– Lo del polo ya lo he arreglado. Lo he lavado.
– Estupendo.
– No te dolió, ¿verdad? Me refiero al golpe.
– Por supuesto que me dolió. Fractura de cráneo. Conmoción cerebral y demás. Hasta puede que Cara de Cuervo me lo note. Eso si consigo llegar hasta ahí arriba…
– No, en serio, Kath. Sin rencores, ¿vale? No sabes cómo lo siento. De verdad.
Al final le sonreí y dije sin ironía:
– Mira, Tommy: fue un accidente y ya lo he olvidado del todo. Y no te la tengo guardada ni un poquito.
Seguía con expresión de no acabar de creérselo, pero unos compañeros más mayores le estaban empujando y diciéndole que se moviese. Me dirigió una rápida sonrisa y me dio unas palmaditas en la espalda, como habría hecho con un chico más pequeño, y se incorporó a la riada descendente. Luego, cuando yo ya reemprendía el ascenso, le oí que gritaba desde abajo:
– ¡Hasta pronto, Kath!
La situación me había resultado un tanto embarazosa, pero no dio lugar a ninguna broma ni chismorreo. Y he de admitir que si no llega a ser por aquel encuentro en la escalera, probablemente no me habría tomado tanto interés por los problemas de Tommy las semanas siguientes.