Alban esbozó una amplia sonrisa.
– ¿Te gustaría quedarte a comer? Puedo decirle a la señora Murphy…
– No, gracias, Alban. Los Chandler me estarán esperando. ¿Te vienes?
– No. Tengo que hacer algunos recados en la ciudad.
Una vez en la calle, frente a la entrada principal, Elizabeth le dio las gracias con gran seriedad.
– Es realmente impresionante. Muy individualista.
– Sí, yo estoy encantado -dijo Alban-. Excepto, claro está, por el hecho de que está embrujado.
– ¿Embrujado? -repitió Elizabeth-. Pero ¿por quién?
– Por vos, señora -repuso Alban con una reverencia. Y cerró la puerta suavemente.
CAPÍTULO 07
10 de junio
Querido Bilclass="underline"
Por favor, fíjate en las señas del remitente que aparecen cuidadosamente impresas en el sobre. Indican que espero una respuesta. Me debes varias cartas, y además necesito comunicarme con alguien en su sano juicio para mantener cierta perspectiva. Desde que estoy aquí tengo tendencia a divagar sobre el clan MacPherson y el levantamiento de 1745, lo cual es bastante preocupante. La mera posibilidad de que conserve esta mala costumbre una vez haya vuelto a casa debería asustarte lo suficiente como para escribirme. ¿O es que te gustaría recibir otra corbata escocesa en Navidad? Seguro que no.
Tengo noticias, así que será mejor que te sientes.
¿Sabías que la hermana del abuelo (tía abuela Augusta) dejó en su testamento doscientos mil dólares al primero de nosotros que se casara? ¡Y nos lo dicen ahora, después de que yo empujara a Austin al estanque de la universidad y cuando Eileen está a un paso del altar! Estoy convencida de que mamá lo sabía, ¿no crees? Probablemente no quería que cayésemos en la tentación de tomar una decisión precipitada, lo cual me parece bastante razonable en tu caso. Tú te habrías casado con Lassie por doscientos mil dólares. Bueno, quizá no con Lassie, pero por lo menos con Peggy Lynn Bateman, que viene a ser lo mismo (nunca me cayó bien).
En realidad la competición estuvo a punto de terminar hace cinco años. Alban iba a casarse con una de las secretarias de la empresa de tío Walter, que por cierto es un cotilleo más de la familia que ignorábamos, o del que no se nos hizo partícipes. Tía Amanda me contó toda la historia «ahora que soy lo bastante mayor para oírla». Sin embargo, no hay gran cosa que decir. Al parecer la chica cambió de opinión unos días antes de la boda y se marchó de la ciudad. Ya sé que estás esperando que haga algún comentario sarcástico, como que tras examinar detenidamente a Alban, entró en razón y se echó atrás. Pero no lo pienso hacer. Lo más probable es que no soportara al resto de la familia. De hecho, no me extrañaría nada que le pagaran para que no figurase en el árbol genealógico de los Chandler. Bueno, el caso es que Alban no está tan mal como pensábamos. En este ambiente hasta parece una persona cuerda y perfectamente normal. Lleva ropa de tenis en lugar de pantalones cortos de cuero, y es bastante agradable. (Dice que soy su prima favorita, lo cual demuestra lo inteligente que es.)
Hoy he ido a visitar su casa, y es realmente preciosa. Por supuesto, le he preguntado por qué ha construido un castillo y me ha respondido que simplemente porque le gustan. También me ha comentado: «Si tuviera una piscina y una televisión con una pantalla de dos metros, ¿me convertiría en una persona aceptable?» Y el caso es que tiene razón. El abuelo me ha estado diciendo más o menos lo mismo: que nuestros chalados primos son excéntricos porque pueden permitirse hacer lo que les dé la gana. Si tuviésemos un montón de dinero, ¿crees que nos volveríamos raros? Estaría más que dispuesta a correr el riesgo.
Bueno, al menos Alban es interesante, por muy raro que sea. Tiene que soportar las puyas de Geoffrey acerca de la casa, pero parece tomárselo bastante bien. Sin embargo, es cierto que no para de hablar del rey Luis. Con la visita a la casa venía incluida una conferencia sobre el monarca, quien al parecer fue un genio y el mecenas de Richard Wagner, el compositor. Alban llegó incluso a preguntarme si creía en la reencarnación, una bromita que no me hizo ninguna gracia habiendo tanto excéntrico a mi alrededor.
Los planes para la boda acaparan por entero el tiempo de tía Amanda. Es como ver a Eisenhower preparando el desembarco en Normandía. Espero que todo salga bien. Estoy preocupada por Eileen. A mí me parece una chica normal (de hecho es la típica cabeza de chorlito en vísperas de su boda), pero Alban cree que podría ser peligrosa. Dice que hubo «episodios violentos» (no especifica cuáles) y que tío Robert la llevó a la doctora Nancy Kimble para que recibiera tratamiento.
La doctora Kimble no vendrá a la boda porque está en Viena, pero Eileen ha invitado al psicólogo que la llevaba en la universidad. ¿Crees que significa algo?
No quiero que preocupes a papá y a mamá con esto, pero la verdad es que estoy un poco nerviosa. Me siento como la protagonista de una novela gótica. El órgano tocará la Marcha Nupcial, y Eileen aparecerá corriendo por el pasillo de la iglesia con un hacha en la mano. Todos se comportan de una forma muy extraña respecto a la boda. Claro que, tratándose de los Chandler, vete tú a saber. En su caso lo raro podría ser lo normal.
¿Te gustaría saber cómo es el novio?
En mi opinión es el típico pelmazo intelectual, la clase de persona con la que suponíamos que acabaría la pobre Eileen. No he hablado mucho con él; sólo le oí hablar de literatura inglesa anoche, durante la cena. Geoffrey no dejaba de meterse con él, lo cual fue bastante divertido. Parece algo pretencioso, pero podrían ser los nervios. ¿Crees que sabe lo de la herencia? Me pregunto por qué estará tan tenso. Seguramente es por la perspectiva de tener a tía Amanda como suegra.
Si se diera el caso de que desapareciera en el último minuto (como esa chica, la prometida de Alban), estate al tanto en los apartamentos por si encuentras un marido apropiado para mí. Por esa cantidad de dinero podría incluso decidirme por Milo. Te prometo que te pasaré una mensualidad.
Faltan nueve días para la boda. Seguramente te volveré a escribir para contarte cómo ha ido. He llegado a la conclusión de que Michael es demasiado tímido para echarse atrás y salir huyendo. Tía Amanda sería capaz de salir corriendo tras él y perseguirlo por los pantanos, aullando.
A ver si te pones un teléfono en el piso. Tú y Milo podríais invertir parte del dinero que os gastáis en cervezas en un teléfono. Escribir cartas es agotador y me ocupa más tiempo del que te mereces. Ahora ya es casi la hora de comer, así que me despido por hoy. ¡Espero una respuesta, Bill!
Con cariño,
Elizabeth
Alguien llamó a la puerta de la biblioteca. Elizabeth metió la carta en el sobre, lo cerró y gritó:
– ¡Adelante!
Eileen se asomó por detrás de la puerta.
– ¿Elizabeth? Pensé que estarías aquí. ¿Estás lista para el almuerzo?
– Sí, sólo tengo que echar esta carta al correo. ¿Llego tarde?
– ¡No, qué va! Sólo he venido a ver si te apetece comer algo. Es que no hay nadie más en casa.
– ¿De verdad?
– Sí. Michael ha dicho que quería ir a la ciudad, a la biblioteca, y el abuelo se ha ofrecido a acompañarle porque quería mirar algo sobre veleros.
Elizabeth se sentó en la cocina mientras Eileen hurgaba en la nevera exclamando: «¡Tomates!», «¡Aceitunas!», e iba colocando los distintos recipientes sobre el mármol. Elizabeth trató de buscar algún tema de conversación animado.
– ¿Cómo te está quedando el cuadro? -preguntó.
– Ah, creo que bien. Esta mañana he trabajado mucho las sombras. Me gustaría poder pintar esta tarde, pero tengo esa cita, ¿qué aliño quieres en la ensalada?
– Salsa vinagreta. -Elizabeth cogió una tabla de madera y se puso a cortar las verduras mientras charlaban.
– Supongo que haremos un ensayo de la boda mañana o pasado -murmuró Eileen.