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– Dice que estaba pintando -dijo Rountree rápidamente-. ¿Qué pintaba? No hay ningún lienzo en el caballete.

– Ése es el problema -intervino Charles-. Ha desaparecido.

– ¿Usted es quien la ha encontrado?

– No, ha sido mi hijo Charles, Wesley -dijo el doctor Chandler.

Wesley asintió con la cabeza.

– Ya. Así que la has encontrado tú, ¿no?

– Bueno, al ver que no bajaba a desayunar, mamá me mandó a buscarla, y cuando llegué aquí vi que no estaba. Así que volví a casa a llamar a papá, sacamos la lancha… y la encontramos.

– Pero ¿el cuadro no estaba cuando viniste la primera vez?

– No.

Clay Taylor bajó su cámara y se quedó mirando a Charles.

– ¿Quieres decir que alguien ha robado el cuadro?

Charles se encogió de hombros.

– Ve a ver ese caballete, Clay -dijo Rountree con impaciencia-. Quiero una foto, y también otra del suelo alrededor. Mira a ver si encuentras huellas. Y si ves alguna, pega un grito.

Taylor asintió con la cabeza y abandonó el embarcadero.

– Doctor Chandler, ¿le importa si empiezo a rellenar este informe? -preguntó Rountree-. Sé que prefiere terminar con esto lo antes posible.

– Sí, adelante, Wes -suspiró Robert Chandler.

– ¿Nombre de la fallecida?

– Eileen Amanda Chandler.

Cuando hubo anotado los datos preliminares (edad, fecha de nacimiento, etcétera), Rountree preguntó:

– Doctor Chandler, ¿tenía su hija algún problema de salud que pudiese explicar lo sucedido? ¿El corazón, o algo así?

– No. Nada.

– ¿Desea especular sobre la causa de su fallecimiento? ¿Podemos descartar que se ahogase?

Chandler le indicó con la mano que no prosiguiera.

– Por favor… prefiero que lo determine el laboratorio estatal.

– Ya están trabajando en el caso -repuso Rountree-. Les he llamado antes de venir para acá. Nos han dicho que les llevemos el cuerpo y le practicarán una autopsia. He pensado que lo haga Clay en cuanto terminemos.

– Muy bien.

– Ah, y tengo que programar una encuesta judicial. ¿Le iría bien el martes? Me imagino que tendrá que quedar con el señor Todd en la funeraria.

– Sí, claro -susurró el doctor Chandler-. Disculpe. Puede que mi esposa me necesite. -Se encaminó rápidamente hacia la casa.

– Se iba a casar la semana que viene -explicó Charles-. Y ahora, en lugar de una boda, tenemos que organizar un funeral.

Wesley Rountree sintió un profundo malestar. Aquél iba a ser un caso peliagudo: mujeres histéricas, familiares desconsolados, y ni la más mínima esperanza de sacar algo en claro. Observó el pálido rostro de la muchacha. ¿Cómo sería en realidad? Estaba loca, según el cotilleo local. ¿Un suicidio, tal vez? De ser así, su familia jamás lo admitiría. En el caso de que hubiese dejado una nota, harían todo lo posible para que no la encontrase. Ese tipo de escritos están llenos de rencor, pues quien se quita la vida quiere que sus últimas palabras dejen huella. La gente solía comportarse de un modo extraño ante un suicidio. Se lo tomaban como una crítica a la familia, y, en muchos casos, quizá lo fuese. Con todo, era muy improbable que una joven se suicidara una semana antes de casarse. Rountree había conocido a algunos novios que tal vez lo hubieran considerado, pero las novias eran diferentes. A no ser que hubiese algo en esta pareja que no había salido a la luz. Tomó nota mentalmente para recordar preguntar al forense sobre un posible embarazo.

Rountree se volvió hacia Charles y el abuelo, y les dijo:

– Y ahora vuelvan a casa. En cuanto terminemos, Clay y yo nos llevaremos el cuerpo al laboratorio. Volveré más tarde. Quiero tomar unas declaraciones preliminares ahora que todavía es todo muy reciente.

– Le aseguro, sheriff, que no lo olvidaremos fácilmente -dijo el abuelo antes de marcharse con Charles.

Clay Taylor dejó la máquina fotográfica sobre la hierba y se puso a examinar el terreno alrededor del caballete. Los Chandler habían pisoteado toda la zona en busca de Eileen, de modo que resultaba imposible distinguir las huellas de un posible intruso. Aun así, Clay decidió seguir adelante antes de que se borrasen del todo, por si acababa siendo un homicidio.

– ¿Qué sabes de esta gente, Clay? -preguntó Wesley Rountree cuando se quedaron solos-. ¿No eres más o menos de la misma edad que los hijos?

– Sí, pero nunca llegué a conocerles. Iban a un colegio privado. Sólo los conozco de vista.

– ¿Y la hija? ¿No decían que estaba loca?

– Creo que preferirían llamarlo una crisis nerviosa -repuso Clay impasible.

– Bueno, lo que sea. ¿Oíste alguna vez algo sobre tendencias suicidas?

– No, pero sería mejor que se lo preguntaras a la familia.

Wesley Rountree dirigió una mirada compasiva a su ayudante.

– Por favor, hijo, si lo dices en serio es que te queda mucho por aprender como policía.

Cuando hubieron terminado todas las tareas en la escena del crimen, Clay condujo el coche hasta el jardín trasero de los Chandler y lo aparcó lo más cerca posible del camino, bien lejos de la casa. Cogió un saco para cadáveres del maletero y regresó al lago para reunirse con Wesley. Juntos sacaron el cuerpo del bote y lo introdujeron en la bolsa de lona.

– Acabemos con esto cuanto antes -dijo Wesley-. La familia no tiene por qué verlo. ¿Te ayudo?

– No, no hace falta. No pesa nada.

Caminaron en silencio por el sendero. De vez en cuando Rountree se adelantaba para apartar las ramas del camino. Cuando llegaron al coche, Clay dijo:

– ¿Quieres que la lleve al laboratorio en la furgoneta policial?

Rountree negó con la cabeza.

– No, mejor no. Vamos directamente. Me gustaría comentarle un par de cosas a Mitch Cambridge. El hecho de que sea la hija del doctor Robert y demás.

– De acuerdo.

– Así ganaremos tiempo y podremos volver aquí para hablar con la f amiba a última hora de la tarde. Espero que para entonces se hayan calmado un poco los ánimos.

La casa de los Chandler permaneció en silencio el resto del día. La familia y los huéspedes, siguiendo el ejemplo de Amanda, se retiraron a sus respectivas habitaciones, con la excepción del abuelo, que no se movió del estudio. Intentó llamar a los padres de Elizabeth, pero no les encontró; todavía no habían vuelto de la convención de vendedores. Cuando telefoneó a Louisa, la señora Murphy le informó de que Alban había llevado a su madre a una exposición de jardinería en Milton's Forge, y que volverían por la noche. El abuelo pasó el resto de la tarde dibujando bocetos de un velero con el nombre de «Eileen» cuidadosamente trazado a lápiz en la proa.

Cuando Rountree y Clay regresaron a casa de los Chandler, el capitán les abrió la puerta y les hizo pasar a la biblioteca.

– Todavía no sabemos nada -le advirtió Rountree, interrumpiendo una avalancha de preguntas-. Le he pedido al doctor Cambridge que se ocupe del caso de inmediato y me llame en cuanto sepa algo. Le prometo que le comunicaré al instante lo que sea. Y ahora, ¿tendría la amabilidad de reunir al resto de la familia? Aquí mismo ya me va bien.

Unos minutos más tarde, Rountree se dirigía al pequeño grupo congregado en la biblioteca.

– Esto no es más que una investigación puramente preliminar -anunció-. Todavía no sabemos de qué murió, pero lo que sí puedo decirles es que habrá una encuesta judicial, así que necesito que me ayuden a reunir algunos datos: información sobre el estado mental de esa pobre chiquilla, cuándo la vieron por última vez, ese tipo de cosas. Clay, ¿ya tienes los nombres de todos?

Taylor le entregó la lista de los presentes y Rountree le echó un vistazo.

– ¿Señora Chandler? -inquirió mirando a su alrededor.

– Mi hija sigue arriba -dijo el abuelo con cierto tono de desaprobación-. La está atendiendo su marido.