Rountree asintió con la cabeza y siguió leyendo la lista.
– ¿Señorita MacPherson? Tiene que ser usted. Es la única mujer en esta sala. -Le dirigió una sonrisa alentadora y volvió a ocuparse de los nombres. Su dedo se detuvo en el siguiente-. Doctor Carlsen Shepherd. ¿Doctor? ¡Hay otro médico aquí! ¿Cómo es que nadie…?
Shepherd hizo amago de levantarse.
– Soy psiquiatra, sheriff, y si lo dice porque le hubiese gustado que examinara el cuerpo, le aseguro que ha hecho muy bien acudiendo al departamento de patología del Estado. Hace mucho tiempo que estudié anatomía.
– No tanto, con lo joven que es -replicó Rountree-. Conque psiquiatra, ¿eh? ¿Era la fallecida, por casualidad, su paciente?
– Bueno, sí, pero…
– ¡Por fin un dato útil!
– Pero sheriff…
– Ahora mismo estoy con usted, doctor. Disculpen, ¿podrían dejarnos a solas un momento? Me gustaría hablar con este hombre. Ya les volveré a llamar si les necesito para algo. Y ahora salgan de aquí, por favor.
Les hizo despejar la sala con amables comentarios sobre el carácter rutinario de dichos procedimientos, pero en cuanto hubo cerrado las puertas de roble, el afable alguacil se transformó en un eficiente detective de expresión severa.
– Bien, doctor, se disponía a hablarme de su paciente.
– Bueno…, depende -dijo Shepherd, cambiando de postura con aire incómodo-. Es la primera vez que hablo con la policía sobre un paciente. ¿Qué quiere saber?
– Hechos pertinentes, doctor, nada más. -Al ver la mirada de asombro de Shepherd, Rountree esbozó una amplia sonrisa-. ¿Qué sucede? ¿Le ha sorprendido el término «pertinente»? No se sorprenda tanto. Es muy probable que ahora que estamos solos me exprese de un modo más vulgar. Guando estaba en las fuerzas aéreas, descubrí que la gente se relaja más cuando oye expresiones populares. Al parecer piensan que un tipo que habla de una forma tan rara no puede saber gran cosa, y ese pequeño descubrimiento resultó ser tan valioso en mi profesión que ahora hago todo lo posible para no perder mi modo de hablar.
– Me parece un fenómeno psicológico muy interesante, sheriff. Me pregunto si se habrá estudiado alguna vez.
– No sé si ustedes se fijan en esas cosas, pero los políticos lo saben desde hace años. Y ahora, volviendo a lo que estábamos diciendo, me gustaría tener una pequeña conversación extraoficial con usted. Y no tema utilizar términos complicados. Creo que podré seguirle.
– Estudió en la Escuela tecnológica de Georgia -murmuró Clay.
– Doctor Shepherd, éste es mi ayudante, Clay Taylor. Clay, ¿puedes tomar apuntes durante la sesión? Doctor, ¿le gustaría tumbarse en el sofá mientras hablamos?
– La gente cree que siempre hacemos eso -dijo Shepherd-. Pero la verdad es que los pacientes casi siempre se sientan en sillas.
– Ya veo -repuso Rountree con una leve sonrisa-. Y ahora, volviendo a Eileen Chandler…
– Bueno, trabajo para la clínica de la universidad y, cuando Eileen se matriculó este año, vino a mi consulta. Me la mandó su anterior psiquiatra, la doctora Nancy Kimble.
– ¿Por qué?
– Bueno, por varias razones, creo. Eileen acababa de salir de Cherry Hill y la doctora Kimble se iba a tomar un año sabático en Europa, así que no podía seguir tratándola personalmente.
– ¿Y por qué la trataba usted?
– Bueno, se estaba recuperando de una esquizofrenia, pero me ocupé principalmente de sus problemas de adaptación. La doctora Kimble ya había avanzado mucho al respecto, puesto que Eileen asistía a la universidad y llevaba una vida normal. A mí me venía a ver más que nada por seguridad, y para no sentirse completamente sola en su nuevo entorno.
– ¿La estaba tratando por una depresión?
– No. Yo no llamaría depresión a sus problemas de adaptación…
– Bueno, pero ¿diría que estaba deprimida? ¿Que era capaz de suicidarse?
Shepherd vaciló.
– Es posible, naturalmente. Pero he de reconocer que no me lo esperaba. No creo que fuese una depresión.
– Entonces, doctor, ¿qué está haciendo aquí? -preguntó Rountree en tono suave.
– Me invitaron a la boda. No he venido en plan profesional.
– ¿Y quién le invitó?
– Eileen Chandler. No tenía muchos amigos, la pobre. Era muy tímida. Y por lo que había oído de todo este montaje, pensé que a ella le haría ilusión.
– Ya. Bueno, de todas formas podría decirme algo sobre su estado mental en estos días.
– Em… la verdad es que no. Sólo vi a Eileen un momento. -Parecía muy incómodo.
Rountree se inclinó hacia delante, con gran interés.
– ¿Y eso por qué?
El doctor Shepherd permaneció en silencio unos instantes tratando de formular una respuesta.
– Sheriff -dijo al fin-, no tengo ni la más remota idea. No llevaba ni una hora aquí y estaba en el vestíbulo hablando con su prima Elizabeth, cuando de pronto apareció Eileen, empezó a gritar que no quería que me quedase, y se marchó a su cuarto hecha una furia.
– ¿Y por qué hizo eso?
Shepherd se encogió de hombros.
– Soy psiquiatra; no leo el pensamiento de la gente. Lo único que sé es que salió huyendo en cuanto me vio y rompió un espejo del piso de arriba. Su familia, dijo que eran los nervios de la boda, y es posible que tengan razón. No era una chica muy estable.
– ¿Cree que hacía bien en casarse?
Shepherd esbozó una amplia sonrisa.
– Eso, sheriff, es una forma de locura de la que no me ocupo. Como le he dicho antes, ya no era una enferma mental. Se la podía clasificar como neurótica. Y como ya sabe, los neuróticos también se casan.
– ¿Tenía alguna razón para que le molestara su presencia?
– No lo creo, sheriff. Recuerde que fue ella quien me invitó. Una invitación escrita a mano.
Rountree lanzó un suspiro.
– Bueno, ya investigaré. ¿Lo has anotado todo, Clay?
Su ayudante asintió sin levantar la vista del bloc de notas y siguió escribiendo.
– Resumiendo: la muchacha se alteró pero no sabemos por qué, aunque podría muy bien haber sido una simple discusión con el novio. ¿Me podría decir qué opina de él?
– La verdad es que no le conozco. Bueno, sólo le había visto una vez, cuando vino a buscar a Eileen después de una sesión.
– Pero supongo que ella le hablaba de él, ¿no? Debía de significar mucho para ella.
Shepherd hizo una mueca.
– ¿Que si hablaba de él? ¡Constantemente! Pero verá, sheriff, su punto de vista no era muy objetivo. Para Eileen, Michael Satisky era su príncipe azul. De hecho hablaba como una novia en el día de su boda.
– Es que era una novia… y casi llegó a casarse. Bueno, si esto acaba siendo un suicidio, tendremos que averiguar si tenía algún problema con el novio. Ya hablaré yo con él. Creo que esto es todo, doctor Shepherd. ¿Tiene algo más que añadir?
– Bueno, me gustaría recordarle que conocí a Eileen cuando estaba en la universidad, o sea, lejos de su familia. Ese cambio de entorno podría haber alterado considerablemente su estado mental.
– ¿Qué quiere decir?
– Bueno, Eileen parecía angustiada por tener que volver a casa, como si temiese algo.
– ¿Se le ocurre lo que podría ser?
– Bueno, así de repente… -Shepherd miró al techo-. ¿Ya conoce a su madre?
CAPÍTULO 10
– No ha sido de gran ayuda, ¿verdad? -observó Rountree.
Clay se encogió de hombros.
– Bueno, si realmente tenía tendencias suicidas y él no lo sabía, no dice mucho a su favor como profesional.
– ¡Tonterías! -exclamó Rountree con desprecio-. Su estado mental pudo haber cambiado una barbaridad desde que volvió a casa. Eso es lo que tenemos que averiguar: qué ha estado pasando aquí, y si ello podría haberla llevado a suicidarse.
Michael Satisky, enviado por Shepherd, se detuvo en el umbral de la puerta y repitió, olvidando por un momento sus nervios: