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– ¿Suicidarse? ¿Eso es lo que ha ocurrido? ¿Están seguros?

– Siéntese, por favor -dijo Rountree-. Y no empiece a sacar conclusiones precipitadas. Seguro que usted sabe más cosas que nosotros. ¿A usted qué le parece? ¿Se suicidó o no?

– ¿Yo… yo cómo voy a saberlo? -tartamudeó Satisky.

El sheriff, con su forma de hablar pausada y afable, le hacía sentir incómodo. Le recordaba a los corpulentos atletas del instituto que, con su seguridad aplastante, le habían hecho la vida imposible durante la adolescencia. Se sentía acosado, lo cual no hacía sino ponerle más tenso.

– Bueno, puesto que iba a casarse con ella, hemos pensado que tal vez tendría algo más que decirnos sobre su estado mental -dijo Rountree con gran sarcasmo.

Satisky se sobresaltó.

– Bueno, estaba alterada por algo -admitió-, pero no se qué era. No tenía nada que ver con nuestro compromiso, porque ella no sabía…

– ¿Qué es lo que no sabía? -se impacientó Rountree.

– Bueno… nada. Si no lo sabía, no debía de ser muy importante, ¿no?

– Creo que me interesa oírlo -dijo Rountree-. Se sorprendería de lo que sabe la gente. Y a veces se enteran de la manera más increíble, como escuchando detrás de una puerta o utilizando cualquier otro truco.

Satisky se sonrojó al recordar cómo había comenzado la entrevista. Rountree fingió no darse cuenta de que Michael había captado la indirecta y continuó:

– De todas formas nunca se sabe lo que es realmente importante, así que será mejor que nos lo cuente todo.

– No es nada, de verdad -insistió Satisky-. Es que… bueno… me estaba poniendo nervioso, por la boda y todo eso… Es difícil hablar de estas cosas con la policía…

Rountree dio un bufido.

– ¿Esto le parece difícil? Pues imagínese si le llega a decir a la novia que había cambiado de opinión.

– Bueno, es que aún no había tomado ninguna decisión…

«Demasiado cobarde para dar la cara», parecía sugerir la mirada de Rountree. Pero tan sólo preguntó:

– ¿Está seguro de que Eileen Chandler no se lo imaginaba? Satisky vaciló.

– Bueno… anoche se lo mencioné a su prima.

– ¿Y quién es su prima?

– Elizabeth MacPherson.

– Ah, esa chica tan mona con el pelo oscuro. ¡Ya veo, ya! -Rountree le lanzó una sonrisa de complicidad.

– No, las cosas no van por ahí. Únicamente le comenté que sentía ciertos temores, pero no me insinué ni nada por el estilo.

– Habla como un libro, ¿verdad? -dijo Rountree alegremente mirando a su ayudante.

Clay asintió con la cabeza. Sabía por experiencia que Rountree obtenía muy buenos resultados haciendo el payaso, pero no estaba de humor para reírle las gracias. Así pues, se limitó a seguirle la corriente.

– De modo que mantuvo una pequeña conversación confidencial con la «prima Elizabeth» aquí mismo, en casa de su prometida. ¿Cierto?

– Em… sí -repuso Satisky con tristeza.

– ¿Y no cree que alguien podría haberle oído?

– ¡No, seguro que no! Bueno, al menos nadie lo ha mencionado. -Rountree y Taylor intercambiaron miradas exasperadas-. Y en cualquier caso -prosiguió Satisky con voz estridente-, ¡no creo que eso tenga nada que ver! ¡Ni que se haya suicidado! Creo que la han matado por dinero. ¿Saben lo del testamento? ¡Bueno, pues investiguen por ahí! Si quieren mi opinión, ¡estoy convencido de que la han asesinado!

– Sí, firmé como testigo -les contó Elizabeth unos minutos más tarde-. Vino el abogado para hablarle de la herencia y Eileen le pidió que redactara un testamento. Pero ella ya tenía uno escrito a mano y él nos dijo que era legal, aunque no le hizo ninguna gracia.

– Un testamento -reflexionó Rountree-. ¿Tenía mucho que dejar? -Se preguntó lo que los Chandler considerarían «mucho».

Elizabeth le explicó las condiciones del testamento de la tía abuela Augusta, esto es, que legaba su fortuna al primero de los primos que contrajera matrimonio.

– Pero creo que Eileen se lo ha dejado todo a Michael.

– Bueno, si lo he entendido bien -dijo Rountree con voz pausada-, me parece que en ese sentido no ha conseguido gran cosa, puesto que sólo recibiría la herencia una vez casada, cosa que no ha llegado a suceder. De modo que no tenía nada que dejar, ¿no?

Elizabeth se lo quedó mirando y respondió, pensativa:

– No se me había ocurrido.

– Así que hay una herencia a disposición de cualquiera. Esto se pone cada vez más interesante. ¿Hay alguien más comprometido? ¿Usted, por ejemplo?

– No, yo no.

– ¿Y los demás?

– Que yo sepa no. Mi primo Alban estuvo a punto de casarse hace unos cuatro años, pero su novia lo dejó y no la ha vuelto a ver desde entonces. No he oído que Charles o Geoffrey estén interesados en nadie, y mi hermano… bueno, ni siquiera está aquí. O sea que no, no creo que ninguno de nosotros esté pensando en casarse.

– Seguro que ahora empezarán a considerarlo.

Al ver que Elizabeth no contestaba, Rountree atacó por otro lado.

– Señorita MacPherson, necesitamos hacernos una idea del estado mental de su prima. Le agradecería que me dijera cuándo la vio por última vez.

– Em… anoche, después de cenar. Subí a su habitación a ver cómo se encontraba.

– ¿Estaba preocupada por ella por alguna razón?

Elizabeth le contó cómo había reaccionado Eileen al ver al doctor Shepherd.

– ¿No quería que estuviese aquí? -preguntó Rountree.

– Se ve que no. Pero no tiene sentido, porque ella misma lo invitó.

– ¿Cómo lo sabe?

– Bueno, me lo dijo él. El doctor Shepherd.

Rountree miró a Clay Taylor, que seguía tomando notas frenéticamente.

– De modo que después de la cena fue a ver si la señorita Chandler se encontraba mejor.

– Sí. Estuvimos hablando un rato y me dijo que estaba muy nerviosa por la boda…

– ¿Por qué cree que lo estaba?

Elizabeth suspiró.

– Probablemente porque mi tía Amanda estaba consiguiendo que esto se convirtiera en una especie de circo de tres pistas, y la pobre Eileen se sentía como una atracción de feria. Yo también me habría puesto nerviosa.

– Es posible. ¿Se le ocurre alguna otra razón?

– Bueno, pensé que igual estaba agotada porque quería terminar el cuadro. Se pasaba todo el día pintando.

– ¿Y por qué se puso a pintar en un momento como éste? Y además ¿qué estaba pintando?

– Era el regalo de boda de Michael, así que no se lo enseñaba a nadie. Pero creemos que era una panorámica del lago, porque siempre se iba a pintar allí.

– ¿Le dio la impresión de que la señorita Chandler estaba deprimida cuando habló con ella anoche?

Elizabeth reflexionó antes de contestar.

– No, si se refiere a que tuviera tendencias suicidas. Creo que estaba impaciente por que terminara todo esto, pero le hacía mucha ilusión casarse con Michael.

– Michael -repitió Rountree-. Hablemos un poco del novio. Tengo entendido que mantuvo una conversación muy interesante con él. ¿Qué le dijo?

Elizabeth parecía exasperada.

– Supongo que ya se lo habrá contado él mismo; si no no me lo preguntaría. Me confesó que no estaba muy seguro de querer casarse. Creo que le aterrorizaba sentirse así, pero también tenía mucho miedo de hacer daño a mi prima.

– ¿Le contó a ella cómo se sentía?

– Creo que no, al menos él no tenía intención de hacerlo.

– Entonces, ¿por qué se lo dijo a usted?

Elizabeth reflexionó unos instantes.

– Creo que porque yo también era una extraña en esta casa. A lo mejor pensó que yo lo entendería.

– ¿Y oyó alguien más esa conversación?

– No, que yo sepa no.

– Pero si por alguna casualidad la novia hubiese bajado y les hubiese oído, le habría afectado mucho, ¿no cree?