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– Supongo que sí. Le dije que cambiásemos de tema, porque la verdad es que me estaba poniendo nerviosa.

– ¿Qué la ponía nerviosa exactamente? ¿Que estuviese tonteando con usted? -preguntó Rountree con total naturalidad.

– ¡Por supuesto que no! -espetó Elizabeth-. ¡A mí él no me gusta!

– ¿Ni siquiera con todo ese dinero en juego?

– Bueno, Clay, ¿qué opinas? -preguntó Rountree cuando se quedaron solos-. ¿Suicidio, accidente… u otra cosa?

Clay Taylor sacudió la cabeza.

– Es imposible saberlo-repuso hojeando sus notas-. Esta vez creeré cualquier cosa que nos diga el laboratorio. Hay pruebas para casi todo. En lo que respecta a un posible suicidio, iba al psiquiatra y a su novio le habría gustado dejarla. También pudo ser un asesinato porque era una heredera, o al menos lo habría sido. Y en cuanto a un accidente, bueno, la verdad es que ocurren, incluso a personas cuya muerte puede beneficiar a alguien. En esta ocasión no me apostaría ni una Coca-Cola, Wes.

– Bueno, pues yo sí -replicó Rountree-. Yo me apostaría una caja entera de Coca-Cola a que se trata de un homicidio, porque a un montón de personas les viene de maravilla que haya muerto y no he visto a nadie realmente afectado por su pérdida. ¿Y tú?

– Bueno… -balbuceó su ayudante sin saber qué responder-. ¿Su madre tal vez?

– Clay, ni siquiera la hemos visto todavía. Y cuando la interroguemos, fíjate bien en ella y dime si se comporta como una madre destrozada por la muerte de su hija, o como una ricachona enfurecida porque le han quitado algo que le pertenecía.

– Sigo pensando que podría haberse suicidado. Aún no hemos hablado con todos, y no hemos encontrado a nadie que la viera esta mañana.

– Al menos nadie que lo admita. Ése es tu problema, Clay, siempre te lo crees todo.

– ¿Y tú qué opinas, Wes?

– Que necesito más información para seguir adelante -respondió Rountree con una amplia sonrisa-. Y que me voy a tomar una hamburguesa con queso en el Brerlner's mientras esperamos el informe del laboratorio. Vamos a decirles que volveremos mañana, en cuanto sepamos algo definitivo.

Robert Chandler cerró la puerta del dormitorio de su esposa y bajó a la biblioteca. El capitán y Charles estaban sentados a una mesa con aire abatido moviendo pequeños ejércitos y flotas por un mapa del hemisferio oriental.

El abuelo levantó la vista del tablero y preguntó:

– ¿Cómo está, Robert?

– Dormida, por fin. No quiero que nadie la moleste.

– No te preocupes. El sheriff Rountree se acaba de marchar. Dice que volverán mañana por la mañana, seguramente con el informe del forense. Supongo que querrán hablar con nosotros, y con Amanda también.

– ¿Dónde están Geoffrey y Elizabeth?

– En la cocina, preparando unos bocadillos -respondió Charles.

– ¿Y los demás… huéspedes?

– Cada uno en su habitación, creo -dijo el capitán-. Parecen un poco desconcertados. Yo por lo menos me alegro de que no estén aquí.

– ¿Tú qué opinas, papá? -preguntó Charles.

– No lo sé, Charles. Quiero creer que ha sido un accidente, pero no entiendo qué estaba haciendo en ese bote.

– A lo mejor quería otra perspectiva del lago, para el cuadro -sugirió Charles.

– ¡El cuadro! Ése es otro problema. No paro de preguntarme qué habrá pasado con él.

– Yo también -dijo el abuelo en voz baja-. Yo también.

– Charles, ¿viste el cuadro por casualidad cuando bajaste a buscarla para la cena?

– No, papá. No fui yo. Fue Alban. Tendrás que preguntárselo a él, pero dudo que lo viera. Eileen no quería que lo viésemos ninguno. Ya sabes lo reservada que era.

– Como siempre pintaba en el mismo sitio -reflexionó el doctor Chandler-, debía de ser una panorámica del lago. Pero ¿por qué habrá desaparecido el cuadro?

– ¿Qué importancia tiene? -preguntó Charles-. Si de verdad pintó el lago, no tiene sentido que alguien lo haya robado. Cualquiera podría mirar el lago y ver lo mismo que Eileen.

En esto sonó el teléfono y el doctor Chandler fue corriendo a cogerlo.

Charles y el capitán volvieron a concentrarse en el juego.

– Flota: San Petersburgo a Noruega -murmuró Charles-. ¿Ya has hablado con Alban y tía Louisa?

– He ido antes pero todavía no habían llegado -respondió el abuelo.

Charles se levantó y miró a través de las cortinas.

– Veo luz en las ventanas. Ya deben de estar en casa. -Se volvió a sentar y examinó el tablero-. Sabes, me parece extraño que aún no lo sepan. Es como si Eileen todavía estuviese viva en su mente. Creo que Hegel trata ese concepto…

– Bueno, que se lo diga Elizabeth, o Geoffrey -repuso el abuelo-. No me apetece recordar lo sucedido contándoselo. Eileen era una chica muy dulce, pero ¡tenía tantos problemas! Era imposible acercarse a ella. Cuando le preguntabas algo, se ponía nerviosísima, como si invadieras su espacio privado. Supongo que tendríamos que haber insistido, tendríamos que habernos metido en su vida. A lo mejor las cosas habrían cambiado. En esta familia se le da una condenada importancia a mantener la paz y la tranquilidad.

– ¿Cómo dices? -se sorprendió Charles.

– ¿Qué hay de malo en armar un poco de follón? ¡Una buena tormenta despeja el ambiente, maldita sea!

– Em… te toca a ti, abuelo.

– Anda, déjalo ya. No me apetece seguir jugando.

Charles se puso en pie.

– Bueno, entonces, con tu permiso, me voy arriba a leer un poco.

– Como quieras. -El abuelo le despidió con un ademán impaciente-. Ya guardo yo todo esto.

Cuando aún no había terminado de colocar los cubos de madera en sus respectivos compartimientos, el doctor Chandler regresó y cerró la puerta.

– Era Wesley Rountree -dijo-. Ya tiene los resultados del laboratorio. -Se dejó caer pesadamente en el sofá.

– Ha sido un asesinato ¿verdad? -preguntó el abuelo.

– Sí, un asesinato.

Wesley Rountree enrolló su servilleta y la arrojó a la papelera que había junto al escritorio de Clay.

– ¡Canasta! ¿Sabes? Si sigo cenando hamburguesas en el Brenner's, Mitch Cambridge tendrá que hacerme una autopsia bien pronto.

Clay Taylor sostuvo en el aire los dos dedos índice con los que escribía a máquina y dijo:

– Yo de ti, Wes, me preocuparía más por esas bebidas bajas en calorías que tomas. Vete tú a saber lo que llevan esos edulcorantes artificiales.

– Nadie vive eternamente, Clay. A veces pienso que tengo suerte de haber vivido tanto. Mi madre siempre me presionaba para que dejara la patrulla de autopistas porque temía que me matase en una persecución por carretera, y ahora vas tú y pretendes que deje las bebidas light. -Sacudió la cabeza y agregó-: Hoy en día nada es seguro.

– Ni siquiera casarse -dijo Clay.

– Dios mío, ¿quién te ha dicho alguna vez que lo fuese? ¡Ah! ¿Lo dices por la hija de los Chandler?

– ¿Cambridge está seguro de los resultados?

– Ya conoces a Mitch. Si no lo estuviera, no le sacaríamos una sola palabra ni aunque le amenazáramos con un garrote. En la encuesta judicial, declarará que la causa oficial de la muerte fue la mordedura de una serpiente venenosa…

– ¿De una mocasín acuática?

– Sí, que la mordió cuatro veces, en el cuello y en la espalda. Mitch cree que se cayó encima de la serpiente, en el bote.

– ¿Y no fue un accidente?

– No, porque también tiene un hematoma subdural, que es como llama Mitch a un morado en la parte posterior de la cabeza. El cráneo está fracturado debido a un fuerte golpe en el… -consultó una hoja de papel que había encima de la mesa- hueso occipital.

– Así que alguien la golpeó en la cabeza y la dejó tirada en la barca.

– Sí, más o menos, Clay.