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– Supongo que sí.

– Bien. ¿Hay alguien que compre mucho whisky de éste? -Clay empezaba a lamentar no haber traído una autorización. O tal vez a un juez.

El empleado se lo pensó un momento.

– ¿Quiere decir muchas de golpe, o un par de botellas de cuando en cuando?

– Da lo mismo. Cualquier cosa que recuerde de algún cliente al que le guste esta marca.

– Bueno, el viejo Twiny de Baraard's Way se lleva una botella de vez en cuando…

– ¿Alguien más?

– Y Delbert. Antes de morir, Delbert…

– No. ¡Alguien más!

El empleado parpadeó.

– Bueno, hay una mujer que viene cada dos semanas. Dice que son para una fiesta, pero la verdad es que debe dar un montón de fiestas. Claro que, con la ropa y el coche que lleva, no hay duda de que se lo puede permitir.

– ¿Tiene idea de quién es? -preguntó Taylor en tono impaciente.

– No, pero conduce un coche de color verde, muy grande.

«Los Chandler tienen un coche verde», pensó Clay satisfecho. Sus sospechas comenzaban a confirmarse.

– ¿Y cómo es?

El hombre frunció el entrecejo.

– Como una maestra de escuela primaria -respondió con voz monótona-. Nada más verla te la imaginas azotándote en el trasero con una regla. Las pelirrojas suelen tener muy mal genio, y cuando se hacen mayores…

Según el reloj que había detrás del empleado, tan sólo faltaba media hora para la cita con Rountree, de modo que Taylor se apresuró a darle las gracias y le dijo que tal vez volvería más tarde. De momento no necesitaba nada más para darle un informe preliminar al sheriff: él mismo habría sido incapaz de hacer una descripción mejor de Amanda Chandler.

El café Brenner's, conocido por sus precios razonables y su comida casera más que por su decoración, era el restaurante favorito de casi todos los habitantes de Chandler Grove. Solían ir a almorzar allí aquellos que vivían demasiado lejos del trabajo para ir a comer a casa, y se les veía charlando ante un cuenco de chile o el plato especial de jamón del país. Clay encontró a Rountree sentado en su mesa preferida, bajo el calendario de la vaquera montada a caballo, con una lata de Coca-Cola light.

– Todavía no he pedido nada. Te estaba esperando -dijo Rountree cuando Clay se sentó frente a él-. No tengo prisa.

Clay asintió con la cabeza. Hoy era sábado, con lo cual el almuerzo de Rountree consistiría en una ensalada y una Coca-Cola baja en calorías, un régimen que el sheriff se había impuesto y que seguía cuatro días a la semana. Taylor examinó el menú que figuraba en una pizarra sobre el mostrador y trató de escoger algo que no fastidiase demasiado a Wesley.

Al final los dos pidieron una ensalada y, en cuanto se hubo alejado la camarera de la coleta, Clay se inclinó sobre la mesa y dijo:

– He descubierto algo.

Rountree suspiró.

– Me lo imaginaba. Desde que te has sentado no has dejado de sonreír de oreja a oreja. ¿Ha confesado alguien?

– No, pero casi. -Clay le contó lo de las botellas que había encontrado en el lago y su entrevista con el empleado de la tienda de licores de Milton's Forge, todo lo cual le había llevado a concluir de que la compradora de aquel whisky era Amanda Chandler, madre de la fallecida-. ¿Qué te parece? -preguntó alegremente.

Rountree escuchó toda la historia sin interrumpirle una sola vez.

– Así que la madre, ¿eh? Mis sospechas no iban por ahí.

– Ya lo sé. Es muy extraño. Supongo que una mujer tan pendiente de los demás como ella no querrá que la gente sepa lo mucho que bebe -dijo Clay, todavía encantado con su capacidad de deducción-. Qué rara es la gente, ¿verdad? Imagínate que Vanee Wainwright mata a alguien por haber descubierto que bebe.

Rountree resopló.

– Cualquiera que no sepa que Vanee Wainwright bebe es que está muerto.

– ¿Y ahora qué hacemos, Wes? -Taylor se preguntó si sería necesario pasar por la oficina para coger los rifles.

– Supongo que lo mejor será ir a hablar con ella.

– ¿Así que crees que tengo razón?

– Bueno…, podría ser -dijo Rountree en tono vacilante.

Taylor esbozó una amplia sonrisa.

Rountree cogió la cuenta y añadió:

– Hasta un reloj parado señala la hora correcta dos veces al día.

Elizabeth ya había hecho todas las llamadas, escrito diez cartas y preparado unos bocadillos para el almuerzo cuando Wesley Rountree interrumpió su sesión de trabajo. Amanda, que llevaba toda la mañana redactando la esquela para el periódico Scont, se la estaba leyendo a su sobrina mientras comían en el estudio.

– … una hija ejemplar y una consumada pintora expresionista. ¿Crees que debería poner «painteuse», Elizabeth?

En esto apareció Rountree ladeándose con aire incómodo, el sombrero blanco, y seguido de Mildred y del ayudante Taylor. Elizabeth señaló hacia la puerta con un leve gesto de la cabeza, y Amanda, al reconocer al sheriff, asintió con cara de satisfacción.

– ¿Sí, sheriff? ¿Qué desea?

– Bueno, señora, nos gustaría hablar a solas con usted, si nos lo permite -dijo Rountree con la mayor cortesía posible. Quería evitar un ataque de histeria a toda costa, pero debía proceder al interrogatorio.

Amanda lo observó detenidamente durante unos instantes.

– Ve a ver cómo está tu abuelo, querida, mientras converso con estos caballeros.

Con la bandeja del almuerzo en las manos, Elizabeth pasó ante los dos policías y abandonó la habitación. Una vez cerrada la puerta, Wesley Rountree se sentó en el sofá de cretona e indicó a Clay que ocupara la silla de al lado. Clay sacó discretamente su libreta y un bolígrafo, y esperó a que comenzara el interrogatorio.

Se tratase o no de una sospechosa de asesinato, Rountree estaba decidido a mostrarse educado. Más que nada era cuestión de costumbre, ya que no sentía demasiada simpatía por las triunfadoras sociales.

– Señora, estimamos que usted debe estar al corriente de nuestras pesquisas tras un suceso tan lamentable.

– Sí. Creo que han tenido tiempo suficiente para averiguar algo.

– Bueno, hemos estado investigando el caso. Lo primero que hemos hecho esta mañana ha sido inspeccionar el lago, dado que el cuadro ha desaparecido. Buscábamos alguna pista que nos indicase qué estaba pintando su hija, y tenemos una teoría.

Amanda no parecía muy impresionada.

– ¿Podría saber cuál es esa «teoría»?

Rountree prefirió no responder directamente a la pregunta.

– Bueno, creemos que la muerte de su hija fue un accidente, pero no del todo. Quiero decir que fue provocado por alguien. Es cierto que alguien la golpeó en la cabeza, pero no creemos que tuviese intención de matarla. Me parece que, dadas las circunstancias, no sería correcto hablar de un asesinato en primer grado. El acusado hasta podría ser juzgado por homicidio no premeditado, siempre que estuviese dispuesto a cooperar.

– ¿Y por qué le explica todo esto a una madre que acaba de perder a su hija? -preguntó Amanda entornando los ojos.

El sheriff cambió de postura con aire incómodo. Lo que se disponía a decirle requería muchísimo tacto para evitar que se pusiera histérica.

– Bueno, creemos que su hija estaba pintando algo que no debía y que tenía que ver con el lago, ya que siempre pintaba allí. Así que esta mañana he mandado a Clay a ver si encontraba ese algo que alguien no quería que apareciese en el cuadro. -Le dirigió una mirada alentadora, pues aquello no iba a resultar nada fácil-. Y lo ha encontrado. ¿Quieres decírselo tú, Clay?

El ayudante bajó la vista y dijo en un tono de disculpa:

– En el fondo del lago, en el lado más cercano a la casa, he encontrado un montón de botellas de whisky vacías. Se veían desde el lugar donde estaba el caballete. Eran todas de la misma marca: Oíd Grand-Dad.

– Muy bien. Eso les permitirá dar con el vagabundo que lo hizo. No hay más que buscar a un hombre que beba esa marca -dijo Amanda con voz impasible.