– No, señora -replicó Rountree-. En primer lugar, no creo que ningún vagabundo pudiera permitírselo. Si se tratara de botellas de vino de ochenta y nueve centavos, posiblemente le daría la razón.
– Y de todas formas había demasiadas botellas para ser todas de un mismo día -dijo Clay-. Algunas llevaban allí más tiempo que otras. Además he ido a comprobarlo a la tienda de licores de Milton's Forge, y… -Se le apagó la voz.
Rountree asintió con la cabeza. Lo mejor era decírselo cuanto antes.
– Sabemos que las compró usted, señora -agregó-, y podríamos demostrarlo mediante las huellas dactilares. El cristal es muy útil en estos casos. -Dirigió una mirada severa a su ayudante para que no metiese la pata mencionando el efecto del agua en las huellas.
Clay permaneció en silencio, al igual que Amanda, durante varios minutos.
– Ya veo -repuso ella en voz baja.
– No creemos que… esa persona que estamos buscando tuviera intención de matar a Eileen -dijo Rountree para calmar los ánimos-. En nuestra opinión sólo fue un… trágico accidente. Probablemente la pobre Eileen ni siquiera sabía lo mucho que significaba lo que estaba pintando. No pretendía hacerle daño a nadie. Pero alguien vio el cuadro y pensó que todas aquellas botellas desvelarían un secreto de la familia. Naturalmente, el alcoholismo es una enfermedad, como el cáncer, pero algunas personas no lo ven así. -Trató de que pareciera lo bastante respetable como para que Amanda confesara-. Así pues, el plan consistía en dejar a Eileen sin conocimiento el tiempo suficiente para robar el cuadro… y tal vez dejarla en el bote hasta que volviera en sí, pero el agresor no se dio cuenta de que había una serpiente…
Amanda lo contemplaba con una impenetrable expresión de tranquilidad. Al cabo de un momento, Rountree prosiguió, sin dejar de observar a su única oyente.
– Y si no llega a ser por la serpiente, todo habría salido bien, ¿no le parece? Eileen se habría despertado con dolor de cabeza y el cuadro habría desaparecido, y quizás hasta ella misma habría querido que fuese así si llega a conocer la verdad de lo que había pintado, si llega a saber que podría hacerle mucho daño a… alguien…
La mujer sentada en la silla permaneció callada.
Wesley Rountree lo volvió a intentar.
– Señora Chandler, vamos… Sabemos que fue usted quien compró ese whisky. Sabemos que usted tiene un problema con la bebida. No hay de qué avergonzarse. ¿No quiere decirnos cómo sucedió?
Amanda abrió los ojos de par en par.
– ¿Está insinuando que maté a mi hija?
– ¡No, claro que no! -le aseguró Rountree-. Sabemos que fue un accidente, que usted se asustó…
Amanda le clavó una mirada malévola e, inclinándose hacia delante, exclamó:
– ¡Será usted estúpido! Así que cree que ha descubierto un gran secreto, ¿verdad?
Los dos policías la miraron desconcertados.
– ¿Piensa realmente que mi familia no lo sabe? -inquirió, alzando la voz por momentos-. ¡Pues vayan a preguntárselo! -Señaló hacia la puerta cerrada-. ¡Vamos! ¡Pregúntenselo a cualquiera de ellos! Por supuesto nunca hablamos del tema, hacemos como si no existiera, pero le aseguro, señor Rountree, que mi familia es perfectamente consciente de la situación. Y Eileen también lo sabía. Y hubiera lo que hubiese en ese cuadro, ¡no eran botellas de licor! Somos una familia con ciertos valores morales, sheriff, y le puedo asegurar que mi hija jamás habría pintado algo así.
– Sí, todos lo sabíamos -dijo Robert Chandler a los agentes unos minutos más tarde.
Se hallaban en su estudio repleto de libros. Rountree y Taylor habían ido a hablar con él alegando que necesitaban comprobar ciertos puntos de las declaraciones de su esposa.
El doctor Chandler estaba inclinado sobre una máquina de escribir abollada, tapándose los ojos con la mano.
– No… no es algo reciente. He intentado hacerla entrar en razón, pero ella lo niega, como es natural. Dice que Mildred roba el whisky y cosas por el estilo. Y se niega rotundamente a recibir ayuda, así que hemos decidido vivir con ello sin… sin mencionarlo siquiera. -Esbozó una sonrisa de disculpa-. En general no se pone muy mal, salvo de vez en cuando, cuando está nerviosa. Yo tenía miedo de que se alterara con lo de la boda, y ahora esto…
Wesley Rountree asentía comprensivo.
– Doctor, teníamos la teoría de que quizá su hija había pintado esas botellas y, claro, cuando su mujer vio el cuadro, se puso nerviosísima y trató de dejarla sin conocimiento para poder robárselo. Creemos que fue un accidente.
– No -dijo Robert Chandler-. Cuando a mi mujer le entra el pánico, bebe.
– Pero es consciente de que tal vez mataron a su hija por ese cuadro, y que posiblemente fue alguien de esta casa, ¿verdad, señor?
– Si usted lo dice, supongo que tengo que creérmelo -replicó Chandler con un suspiro.
– Pues bien, nos sería de gran ayuda que nos dijera quién cree que podría ser.
– Dudo que le sirviera de algo, Rountree. Sólo podría decirle quién me gustaría que fuera -dijo el doctor con una tensa sonrisa.
– Me conformo con eso.
Por un momento, Rountree pensó que el doctor iba a confiar en él. Pero, tras un largo silencio, Chandler tan sólo añadió:
– Me temo que no sería ético.
Al ver que era inútil discutir con él, Wesley Rountree le dio las gracias por su colaboración y se fue en busca de otro miembro de la familia a quien interrogar.
Se encontraron con Elizabeth en el pasillo, pero al no ser un pariente directo, Rountree no la consideraba una de los sospechosos principales y decidió hablar con ella más adelante, después de interrogar al resto de la familia.
– Disculpa -dijo en tono cordial-. Es que no encuentro a nadie.
– ¿A quién busca? -preguntó Elizabeth con voz incierta.
– A Charles Chandler -replicó Rountree en tono decidido.
– Ah, está fuera, creo. Se pasa mucho tiempo tomando el sol. Vengan conmigo, les enseñaré el camino.
– ¿Tiene una roca favorita?
Elizabeth soltó una risita.
– ¿Quiere decir como si fuera un lagarto? No. Utiliza una silla. -Una vez roto el hielo, Elizabeth se aventuró a hacer una pregunta-: ¿Qué tal va la investigación?
– Como una muía preñada -declaró Rountree-. Sé lo que tengo que hacer, pero no sale nada.
– Las muías son estériles -explicó Clay ante la expresión perpleja de Elizabeth.
– Ah. -De pronto se le ocurrió una idea y se le iluminó la cara-. Oiga, sheriff Rountree, ¿le gusta dedicarse a servir a la ley?
– Ser sheriff es un trabajo que está bastante bien. A mí me gusta. ¿Sabes? Soy el único agente de la ley que mencionan en la constitución. No dicen absolutamente nada de los jefes de policía ni de la patrulla de autopistas, pero el término «sheriff» figura ahí, escrito en blanco y negro desde la época de los Padres Fundadores. Y tenemos un condado muy bonito y tranquilo, con un ambiente muy agradable la mayor parte del tiempo. ¿Estás pensando en meterte en la policía?
– No lo sé -repuso Elizabeth tras reflexionar un momento-. Acabo de salir de la universidad…
– Ah -dijo Rountree con aire entendido-. Bueno, pues te deseo mucha suerte. Yo también estudié sociología.
Encontraron a Charles repantigado en una tumbona leyendo un libro. Tras mostrarles dónde estaba su primo, Elizabeth se volvió a meter en casa mientras Taylor y Rountree se acercaban al siguiente sospechoso. Al oírlos llegar, Charles cerró el libro apresuradamente.
– ¿Me toca a mí ser entrevistado? -les preguntó-. ¿Podemos quedarnos aquí? He salido para despejarme un poco y no tengo ninguna prisa por volver ahí dentro.
Con un gruñido de fastidio, Clay Taylor sacó su libreta y un bolígrafo y se sentó en la hierba al lado de Charles.
Rountree permaneció de pie.