Выбрать главу

– Usted no vive aquí todo el tiempo, ¿verdad?

– No. Debe de ser eso, que no acabo de acostumbrarme.

– ¿Y dónde vive, señor Chandler?

Charles le dio la dirección.

– Vivo con un grupo de amigos. Mi familia lo llama una comuna. Al parecer creen que me paso el día haciendo el indio, pero en realidad somos todos científicos. A mí me interesa la física teórica, aunque de hecho podría proporcionarles alguna pista sobre medicina forense.

Rountree tosió.

– Gracias, pero no nos ocupamos de eso. Utilizamos el laboratorio del Estado.

– Ah, ya veo. Por cierto, ¿qué tal va la investigación?

– Aceptable. Ahora estoy en la etapa de interrogatorios -repuso Rountree dirigiéndole una mirada intencionada.

– Lo siento. Puede empezar a preguntar -dijo Charles acomodándose en la tumbona.

– ¿Tiene intención de contraer matrimonio, por casualidad?

Charles abrió un ojo y dijo:

– ¿Quiere decir con una mujer? ¿O se refiere a un plano metafísico o algo por el estilo?

– Nunca hablo a un nivel metafísico -replicó Rountree con gran seriedad-. Me refiero al típico «Hasta que la muerte nos separe».

– Entonces la respuesta es definitivamente no. Ni siquiera hay una candidata. ¿Por qué lo pregunta?

– Sólo estaba pensando en esa interesante herencia familiar. Esa que recibirá el primero de ustedes que se case.

– Ah, eso -dijo Charles en tono hastiado-. No, gracias. Estoy muy por encima de cualquier tipo de soborno.

– ¿Y sabe si alguien más está pensando en casarse?

– Tendrá que preguntárselo a ellos, sheriff. No me interesan ese tipo de temas. Hable con mi hermano Geoffrey. Siempre le hace mucha gracia saber cosas de los demás. Aunque así de repente, yo diría que mi prima Elizabeth es la típica futura ama de casa. Ah, y no hay que olvidar a mi primo Bill. También es un posible candidato al primer premio de esta lotería matrimonial, y debo añadir que los MacPherson necesitan el dinero más que nosotros.

– ¿Bill?

– El hermano mayor de Elizabeth. Pero no está aquí.

– ¿Dónde está?

– Se ve que en la facultad de derecho. No estamos en contacto.

– ¿Y su otro primo? ¿El que vive al otro lado de la calle, Alban?

– La verdad, sheriff, es que no tengo ni idea. Pregúnteselo a Elizabeth. Pasan mucho tiempo juntos. De hecho fue a verle anoche.

– Veo que las noticias de sociedad no son lo suyo. Pasemos a otro tema. ¿Llegó a ver el cuadro que estaba pintando su hermana?

– No. Estaba obsesionada con que fuera un secreto. Ni siquiera sé qué estaba pintando, pero todos pensamos que era un paisaje del lago, puesto que siempre pintaba allí.

– El lago -reflexionó Rountree-. ¿Sabe alguna cosa en especial sobre ese lago?

– No, sheriff -respondió Charles con una sonrisa indulgente-. Sólo es un lago normal y corriente, más bien mediocre para pescar. Y tampoco hay ningún galeón español hundido en el fondo del lago.

– No -dijo Rountree con cautela-. Sólo un montón de botellas de whisky. ¿Sabe algo al respecto?

La sonrisa de Charles se desvaneció.

– La verdad es que no -repuso al cabo de un momento.

– Pues yo diría que sí. Y también sabe quién las dejó allí.

– Yo no.

– No, usted no. El problema que su madre tiene con la bebida lo explica todo, ¿no cree?

Charles les clavó la mirada.

– No sé de qué están hablando.

Wesley Rountree observó detenidamente su rostro inexpresivo y llegó a la conclusión de que sí sabía de qué estaban hablando. Sin embargo, en lugar de presionarle, dijo:

– Bueno, vamos a dejarlo por ahora. Si tiene la amabilidad de darle a mi ayudante el nombre de alguno de los que viven en… em… donde vive usted, para verificar sus declaraciones, no le molestaremos más, de momento.

– Está bien -refunfuñó Charles-. Supongo que lo comprobarían de todos modos. Vayan a molestar a Roger Granville. Así él tendrá algo que hacer. -Clay se acercó a la tumbona, libreta en mano-. Deme eso. Le anotaré el número de teléfono.

Wesley Rountree cogió el libro de Charles y dijo:

– Más física, ¿eh?

– Sí. Roger y yo estamos llevando a cabo un pequeño proyecto. Sólo estoy investigando.

– ¿En qué universidad está?

Charles se ruborizó.

– ¡La gente siempre me pregunta lo mismo! En realidad estamos trabajando por nuestra cuenta, pero tenemos pensado solicitar una beca.

– ¡Más les vale! -dijo Rountree alegremente-. La física no es nada barata.

– ¡Eso también lo dice todo el mundo! -espetó Charles-. Pero ¿sabía que Einstein elaboró toda su teoría de la relatividad sólo con papel y lápiz?

– ¿Y en qué están trabajando ustedes? -preguntó Rountree, fascinado.

– Em… bueno, es bastante técnico, sheriff.

– ¿Es sobre la dualidad de las partículas de ondas? Eso siempre me ha gustado. O… ¿no será sobre la teoría de campo unificado? ¿Tiene algo que ver con eso?

En ocasiones, incluso Wesley Rountree necesitaba alardear de sus conocimientos. Pensó que con este tipo de trato obtendría más información que adoptando su habitual modo de hablar pueblerino. Por otra parte, le fastidiaba la gente que asociaba un hablar lento y pesado con la estupidez.

Charles miró al sheriff con aire perplejo, preguntándose si el Reader's Digest habría incluido un artículo sobre física en su último número. Clay, que también se encargaba de devolver los libros del sheriff a la biblioteca del condado, no se sorprendió tanto. Wesley leía cualquier cosa. El mes anterior se había leído una biografía de Einstein y un libro sobre erizos de mar.

– Verá, sheriff, nuestro proyecto es tan avanzado comparado con la física convencional que ninguna universidad tendrá la suficiente visión de futuro para financiarnos. De hecho tiene que ver con la relatividad. El tiempo es relativo, ¿sabe? Por decirlo de alguna manera, creemos que la alta energía rotacional de un cuerpo nos permitiría cruzar el horizonte del espacio/tiempo y trasladarnos al pasado. Lo ideal sería un agujero negro (ya sabe, una estrella concentrada, cuya densidad impide incluso que despida luz), pero nosotros creemos que podemos demostrar la hipótesis a un nivel subatómico, tal vez con un acelerador lineal…

– ¡Ahora sí que está hablando de dinero! -exclamó Wesley.

– Em… sí. Queremos bombardear un electrón en rotación con…

– Supongo que la herencia de su tía abuela les vendría muy bien, ¿no?

– No habría ni para empezar, sheriff. Esos aparatos cuestan millones. Ah, antes de marcharse, ¿me pueden dejar una hoja para hacer unos cálculos? ¿No le sobrará un lápiz, por casualidad?

Clay arrancó unas cuantas páginas y sacó el cabo de un lápiz del bolsillo de los pantalones. Charles se puso a anotar cifras al instante.

– ¿Has entendido su proyecto, Wes? -preguntó Clay en cuanto se hubieron alejado un poco.

– En términos generales.

– ¿Y bien? ¿Qué es?

– Una máquina del tiempo.

Clay sacudió la cabeza.

– ¿Crees que habría sido capaz de matar a su hermana para financiarlo?

Rountree se encogió de hombros.

– Menudo calor hace hoy, ¿verdad? A ver si encontramos a alguien con una jarra de agua.

Taylor asintió mientras se secaba la frente con un pañuelo. El sol del mediodía se reflejaba en el tejado de estaño del cobertizo, arrojando pequeñas sombras sobre la hierba.

– Me sorprende que no haya un jardín aquí detrás. ¿A ti no, Wes? Es el lugar idóneo para un jardín.

– Bueno, creo que antes había uno -replicó Rountree-. Cuando tenían un poni en el cobertizo. Pero al parecer la jardinera de la familia es la dama del castillo, la señora Cobb. Cultiva unas rosas preciosas.

– Ya. Me da la impresión de que a la señora Chandler no le gusta mucho la jardinería.