– Vuelven a poner Silent Service -dijo con brusquedad, bajando el volumen-. No es muy preciso, pero es emocionante. ¡Aquellos sí que eran buenos tiempos! ¿Querían hablar conmigo, supongo?
Rountree se apoyó en el borde de la mesa del doctor, que estaba repleta de papeles.
– Discúlpenos por irrumpir aquí de este modo, pero es que estamos hablando con toda la familia.
– ¿Para ver si sabemos quién lo hizo? Yo no lo sé. Mi nieta… Cuando era pequeña, le gustaban los ponis y el helado de café, y una canción que trataba de una ranita enamorada. Pero cuando los niños se hacen mayores, pierdes el rastro de su personalidad. Podría decirles quiénes eran sus antepasados hasta el primo más lejano, pero no tengo ni idea de cómo era mi nieta en realidad.
– ¿Quién de nosotros se libra de ser un desconocido y de estar solo? -dijo Clay.
Rountree cerró los ojos y preguntó:
– ¿Podemos volver al caso que nos ocupa?
Odiaba la segunda etapa de las desgracias. Una vez pasada la conmoción inicial, los fallecidos eran recordados como figuras de cera, sin defectos ni sentimientos. Unos días más y Eileen Chandler se convertiría en una princesa de cuento de hadas que no había cometido un error en su vida.
El viejo se quedó observando cómo un submarino se sumergía en las aguas del Atlántico Norte.
– ¿Querían preguntarme algo en especial?
– Se levanta usted muy pronto, ¿verdad, señor?
El abuelo asintió con la cabeza.
– Siempre lo he hecho, y me fue muy bien cuando estaba en la Marina.
– Ya me lo imagino -dijo Rountree-. Se lo pregunto porque usted debió de ser la última persona que vio a Eileen el día que murió. ¿No es así?
– Que yo sepa, sheriff, ese día nadie la vio. Bajé poco después de las siete de la mañana porque estuve leyendo hasta tarde la noche anterior. Cuando entré en la habitación del desayuno, vi un bol de cereales sucio encima de la mesa y pensé que Eileen ya habría desayunado. Pero a ella no la vi.
– Bueno, sólo era una idea -suspiró Rountree-. Esperaba encontrar a alguien que la hubiese visto ese día. ¿Podría decirme algo acerca de su estado mental?
– Casi nada. Eileen siempre estaba nerviosa. En mi opinión era porque no hacía bastante ejercicio.
Clay levantó la vista de su bloc de notas.
– ¿Qué tiene eso que ver con…?
– Bueno, pasemos a las posibles causas de su muerte -dijo Rountree rápidamente-. Hábleme de esa herencia que iba a recibir.
El capitán se lo explicó todo con claridad y mostrando un desprecio considerable hacia el estilo de vida de su hermana, hacia su premeditación y falta de escrúpulos a la hora de redactar el testamento.
– Y la muy bruja, sabiendo perfectamente cómo me sentaría semejante locura, ¡tuvo la total y absoluta desfachatez de nombrarme albacea de ese maldito documento!
– Eso he oído, capitán -dijo Rountree después de carraspear.
– ¿Se lo imagina? Obligarme a mí a estar pendiente de los planes de boda de unos chicos a los que posiblemente les iría mejor en la vida sin el dinero de Augusta. ¡Así aprenderían a espabilarse!
– Puede que sea mejor para ellos a nivel personal, pero eso no quita que deseen quedarse con el dinero -apuntó el sheriff.
William Chandler soltó una risa amarga.
– ¡Tiene toda la razón! Con todo ese dinero resolverían todos esos problemas insignificantes que tienen.
– ¿Problemas?
– Charles podría comprarse un reactor o lo que sea eso que según ellos les permitiría acceder al premio Nobel. El hijo de Margaret, Bill, podría abrir un lujoso bufete de abogados, y Elizabeth podría estudiar la carrera de su vida, arqueología, según las últimas noticias… -dio un resoplido-… y Geoffrey… ¡sabe Dios lo que haría con el dinero! Algo cultural, supongo, como intentar crear un festival de Shakespeare en Chandler Grove.
– ¿Y qué me dice de Alban?
– ¡Un ejemplo perfecto! Ya ven de qué le ha servido el dinero de Walter: para construir el castillo. ¿Y qué ambiciones tiene?
– A lo mejor no necesita tener ninguna ambición -señaló Clay.
El abuelo lanzó un suspiro.
– No hay nada malo en ser excéntrico -dijo tras una breve pausa-. O en ser rico. Si con el dinero puedes alcanzar cierta independencia, me parece muy bien… pero, desde que ha muerto Eileen, no dejo de pensar que no le hizo ningún bien. Ya casi disponía del dinero, ¿saben?, pero ello no la hizo feliz. Ni tampoco lo habría sido más adelante. Ella quería a ese joven, y era inútil tratar de hacerla cambiar de opinión, pero… hay cosas que no se compran.
– ¿Cree que fue él quien la mató? -preguntó Rountree.
– No. En la Marina había muchos tipos como él, débiles y egoístas, personas en las que no se puede confiar en caso de apuro y a las que jamás pondrías a cargo de la comida en un bote salvavidas. Pero me parece que llamarle asesino sería sobrestimarle.
– Me gustaría comentarle otra cosa -dijo Rountree con mucho tacto-. Puede que sea un tema delicado para usted, pero no podemos pasarlo por alto.
Le explicó que habían encontrado las botellas de whisky en el lago y su teoría de que Amanda Chandler había matado a su hija accidentalmente mientras intentaba robar el cuadro.
– ¡Eso es una estupidez! -espetó el anciano-. Puede que Amanda tenga problemas, pero ¡no es una mujer cobarde! No se asustaría así por un cuadro. Si no le hubiera gustado, habría obligado a Eileen a cambiarlo. Y se habría salido con la suya, eso se lo puedo asegurar. Amanda es una mujer muy eficiente. -Sacudió la cabeza y suspiró-. De todas formas dudo que Eileen pintara un cuadro así.
Rountree se enderezó.
– ¿Lo vio usted?
– No. ¿Por qué? ¿Es importante?
– Sí, porque me preocupa que no sepamos dónde está. Pero si supiésemos con seguridad qué estaba pintando, me quitaría un gran peso de encima. ¿Sabe si ese lago tenía un significado especial para ella?
– El lago -murmuró el capitán apoyando la cabeza en la mano-. Eso me suena… creo. Cuando tuvo la crisis, había algo relacionado con el lago, o el agua, pero no recuerdo exactamente el qué. Puede que lo sepa mi yerno.
– ¡Si alguien sabe algo en esta casa, no hay duda de que nos lo están ocultando! -espetó Rountree-. Estoy empezando a pensar que no quieren que se resuelva este caso. ¿Le da miedo que alguno de los chicos haya matado a Eileen para quedarse con la herencia?
– No, sheriff. Lo que me da miedo es el hecho de no conocerles lo suficiente para estar seguro. Claro que, el capitán del barco siempre es el último en enterarse de un motín. -Se quedó mirando cómo los agentes abandonaban el estudio y, con una plácida sonrisa en los labios, volvió a su televisor.
Una vez cerrada la puerta, Rountree dijo entre dientes:
– Recuérdame que vuelva a ver al abogado, Clay. Si este caballero está tan en contra de que sus nietos reciban ese dinero, quiero asegurarme de que la herencia todavía existe. Al fin y al cabo él es el albacea.
– Pero no creo que un albacea pueda tocar el dinero, Wes.
– Eso es lo que tengo que averiguar.
– ¡Perdone, sheriff! -Michael Satisky les esperaba en el pasillo. Estaba recostado contra la pared con la pequeña guía telefónica de Chandler Grove en la mano-. ¿Puedo hablar un momento con usted?
Rountree frunció el entrecejo.
– ¿Hablar? Por supuesto que sí. ¿Qué le parece en la biblioteca? -Abrió la puerta y asomó la cabeza-. Sí, ahora no hay nadie. Pase y siéntese. ¿Quiere que le lea sus derechos? Clay, ¿estás listo para tomar notas?
Satisky se dejó caer pesadamente en la butaca y soltó un grito sofocado.
– ¿Mis derechos?
Rountree se encogió de hombros.
– Ya sabe, para confesar. Antes que nada tenemos que recordar a la gente cuáles son sus derechos para que la confesión sea válida ante el tribunal. Tengo la tarjeta en la cartera. -Se metió la mano en el bolsillo.