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– Si supiera que podría negarme a responderle sin ser acusado de asesinato, le aseguro que lo haría -suspiró Geoffrey-. Y en tal caso, mi única objeción sería que ello les impediría encontrar al verdadero asesino. Y no pienso privarle del lugar que le corresponde en la cárcel. Muy bien, pasemos a mi discusión con Eileen. Por cierto, ¿quién se lo ha contado?

– Eso no se lo podemos decir.

– Creo que puedo adivinarlo.

– Veamos… ¿A qué hora bajó al lago el viernes por la mañana?

– Hacia las ocho. -Asintió con la cabeza al advertir sus miradas de sorpresa-. Sí, ya sé que mi familia se quedaría de piedra si lo supiera, porque están acostumbrados a no verme jamás levantado antes de las diez, pero aun así es cierto. De hecho, hasta me volví a poner la bata antes del desayuno para no dañar mi reputación de vago.

– ¿Y encontró a su hermana pintando en el lago?

– Sí, y sé lo que están pensando: que tuve que ver el cuadro. Ojalá. La verdad es que ésa era mi intención.

– ¿Por eso bajó al lago? ¿Sólo para ver el cuadro?

– Conozco muy bien a mi hermana, sheriff, mejor que el resto de la familia. Y no nos lo quería enseñar por alguna razón, que no era la que solía darnos.

– Ya veo -reflexionó Rountree, que había llegado a la misma conclusión-. ¿Y cuál era esa razón?

– No lo sé, pero estaba preocupado por ella. El día antes estuvo muy alterada, y yo sabía que estaba asustada por algo. Rompió un espejo en el piso de arriba y se puso histérica delante del doctor Shepherd, cosa muy extraña en ella.

– Ya hemos hablado del historial médico de su hermana con el doctor Shepherd.

– Ya. Bueno, al principio de su enfermedad, decía que veía cosas… cosas inexistentes, y no soportaba los espejos. Así que cuando rompió el espejo el jueves por la noche, temí que hubiese recaído.

– ¿Habló de dicha posibilidad con el doctor Shepherd?

– ¡Por supuesto que no! ¡No quería que lo supiera!

– ¿Por qué?

– ¡Porque la hubiesen vuelto a encerrar! -exclamó Geoffrey gesticulando-. Y Eileen no necesita… no necesitaba que la internasen. Lo único que necesitaba era sentirse segura y feliz lejos de esta casa. Al principio pensé que tal vez lo conseguiría con Satisky, pero no parecía funcionar. A pesar de tenerle a él, seguía teniendo los mismos síntomas. Yo estaba tan asustado por ella. Iba a estropearlo todo de nuevo, y la hubiesen mandado otra vez al manicomio.

– ¿Y usted se lo dijo?

– Sí…, al final, sí. Pero no como había planeado. Nada más verme en el lago aquella mañana, guardó el cuadro inmediatamente. Le pregunté si podía verlo pero me dijo que no, porque era muy sensible a las críticas o algo así. Le dije que se dejase de tonterías. Conocía sus síntomas tanto como ella. Le comenté que se había estado comportando de una forma muy extraña, y que si el día antes de la boda aparecía con un cuadro lleno de demonios con los ojos púrpura, se anularía la boda al instante.

– No creo que se lo tomase muy bien.

– Se puso a llorar y dijo que Michael la quería y que nada les impediría casarse.

– ¿Y usted qué le respondió?

– La verdad es que perdí los estribos. Le dije que si no se controlaba un poco, lo echaría todo a perder ella sólita.

– ¿Quería que estuviese en condiciones de casarse?

Geoffrey apoyó la barbilla en las rodillas y respondió:

– Mire, sheriff, es como el cuento de Blancanieves… yo quería que se alejase de la malvada reina y su espejito mágico, aunque para ello tuviese que irse a vivir al bosque con siete enanitos.

Rountree hizo una breve pausa para formular con tiento la siguiente pregunta.

– Geoffrey… durante la discusión que tuvo con su hermana, ¿se puso más furioso de lo que esperaba? ¿La golpeó o la empujó al suelo? ¡No a propósito, por supuesto! ¿Cayó ella contra una roca, por ejemplo, y perdió el conocimiento? ¿Y tal vez a usted le entró el pánico y la arrojó al bote?

– No, Rountree. Un hombre valiente utiliza una espada. Yo lo hice con una mirada implacable.

Rountree y Taylor se miraron y se encogieron de hombros. Otra cita. Por fin el sheriff dijo:

– Deduzco que eso significa que no le causó la muerte, ni accidental ni deliberadamente.

– Así es, sheriff. No le causé la muerte.

– ¿Cuál diría que era su estado mental cuando la dejó?

Geoffrey miró hacia otro lado.

– Me dijo que me marchase, que no le pasaba absolutamente nada. Y me acusó de querer romper su relación con Satisky. Dijo… -Comenzó a temblarle la voz.

– ¿Sí? -lo animó Rountree con voz suave.

– Dijo: «¿De quién de los dos estás celoso?»

– ¿Qué te ha parecido eso? -preguntó Clay.

Rountree se encogió de hombros.

– Hace tiempo que dejé de intentar reconocer a un asesino.

– No me refería a eso, Wes. Sin embargo me parece extraño que se lo tome tan a pecho. Y fíjate que en un principio no nos quiso contar lo de la pelea. ¿Cómo sabemos que las cosas sucedieron como él dice?

El sheriff replicó, con un bufido:

– ¿Qué quieres? ¿Que venga ese hombre de Atlanta con su detector de mentiras para conectárselo a toda esta gente y ver quién dice la verdad?

Taylor sabía que se estaba burlando de él, pero no veía por qué. La idea le parecía bastante buena.

– Supongo que antes tendremos que acusarle de asesinato.

– Tú limítate a tomar notas, Clay, y deja de pensar en trucos como los de la televisión para mejorar la acción de la justicia. -Taylor se puso rojo y asintió rápidamente-. Además, tampoco te serviría de mucho. Es posible engañar a los detectores de mentiras.

– Ah, sí, eso he oído -musitó Clay.

– Yo mismo lo he hecho -dijo Wesley con tono satisfecho.

La mansión de los Chandler se erigía frente a ellos, pero Wesley no parecía tener intención de volver a entrar. Dio la vuelta a la casa por el garaje y se dirigió hacia el camino de entrada.

Taylor se preguntó si habrían terminado la jornada. Cuando acababan antes de las tres, a Doris le daba tiempo de pasar a máquina sus notas antes de marcharse.

– ¿Cómo engañaste al detector de mentiras, Wes?

El sheriff esbozó una amplia sonrisa.

– Bueno, fue cuando estaba en la policía militar. Disponíamos de uno de esos aparatos e hicimos venir a un experto para que nos diera algunas clases. Nos dijo que necesitaba un voluntario para mostrarnos cómo funcionaba y decidí presentarme. Me conectó al aparato y empezó a hacerme preguntas. La máquina actúa a partir de tu respiración y de tus movimientos. Supongo que es porque te pones nervioso al mentir. Así que me puse a soltar una mentira detrás de otra, pero la máquina no las captó porque yo no estaba concentrado en las preguntas. •-¿En serio?

– Sí. Por ejemplo me preguntó si me llamaba Henry y yo contesté que sí más tranquilo que nadie, porque durante todo el rato estuve tratando de recordar las distintas partes de mi rifle en el orden en que se van quitando al desmontarlo. Así que respondí a las preguntas sin pensar realmente en ellas, porque en mi mente iba diciendo: perno, palanca de cierre, cerrojo, culata… Y ¿sabes? Desde entonces no me fío nada de esos aparatos, porque pienso que si un tipo honrado como yo puede mentir a sus anchas, ¡imagínate lo que haría un verdadero mentiroso! En fin, ¿qué tal van las entrevistas?

Taylor repasó los nombres que tenía anotados.

– Parece que ya están todos. ¿Quieres interrogar a alguien más?

– Sí -repuso Rountree pensativo-. Creo que quiero hablar con el Emperador.

– Ah, sí. Espero que esté en casa. A mí también me gustaría ver ese lugar por dentro.