Elizabeth reflexionó unos instantes. Estaba de acuerdo en que la visión que Eileen tenía de Michael no acababa de cuadrar con la realidad, pero se preguntó por qué le afectaría tanto a Geoffrey.
– A lo mejor él sólo veía un reflejo de sí mismo -dijo Elizabeth lentamente-, o tan sólo aquello que quería ver. Quería pensar que le estaba haciendo un favor…
Geoffrey asintió con la cabeza.
– Y yo quería ver a alguien que me quisiera incluso cuando no me hacía el gracioso. Dime, Elizabeth, ¿tú cómo veías a Eileen?
– Creo que no la veía en absoluto.
Tommy Simmons, ataviado con un sobrio traje de lana de color gris marengo, estimó que ofrecía una imagen adecuada de eficiencia y dignidad. Vestir de negro habría resultado un tanto exagerado. Moduló la voz adoptando un tono bajo y reverencial, y procuró tener el aspecto de quien considera que el dinero no es importante en un momento así, pero que hay que mantener cierta formalidad. Un profesor suyo había dicho en una ocasión que todos los abogados eran actores frustrados.
Afortunadamente, esta vez no le resultaría difícil actuar, puesto que su público se empeñaba en guardar las apariencias. Mientras preparaba sus papeles, observó a los Chandler, pálidos y erguidos, que aguardaban sentados a que comenzase la reunión. Se había visto obligado a retrasarla unos minutos, hasta que llegaron Geoffrey y su atolondrada prima. Ahora que todos le prestaban la debida atención, pensó que había llegado el momento de comenzar. Esperaba que todo fuese sobre ruedas, ya que, por mucho que le gustase actuar, no soportaba los melodramas.
– Como saben, he venido a hablar de los bienes (si es que podemos llamarlos así) de la señorita Eileen Chandler. -Hizo una pausa para aclararse la garganta antes de superar el primer obstáculo-. Em… espero que a nadie le moleste la presencia del sheriff Rountree y de su ayudante Taylor en esta reunión familiar. Como abogado, me atrevería a decir…
– Hemos pensado que así le ahorraríamos la molestia al señor Simmons de volver a repetirlo todo -dijo Rountree desde la puerta-. Bueno, si a nadie le importa.
El doctor Chandler esbozó una leve sonrisa y dijo en voz baja:
– Pasa, Wes.
Cuando entraron en la habitación, Taylor parecía caminar de puntillas por la gruesa moqueta azul. Habían dispuesto el juego de café de plata en la mesa junto a la ventana, y el doctor Chandler les indicó que se acercasen a ella. Con la ayuda del doctor Shepherd, cogieron unas tazas y unas servilletas del aparador y se sirvieron un café. Amanda Chandler permanecía sentada en el sofá, con aire indiferente.
En cuanto los agentes se hubieron sentado, Tommy Simmons volvió a tomar la palabra.
– Ésta no es más que una reunión extraoficial para tratar de las finanzas que atañen… -echó un vistazo a sus papeles- a la familia directa. -Hizo una pausa a la espera de una respuesta.
– Entonces será mejor que me disculpen -dijo Elizabeth de inmediato. Se marchó apresuradamente antes de que a nadie se le ocurriese una buena razón para detenerla.
Alban, que se disponía a levantarse antes de que Elizabeth abriera la boca, se dirigió al doctor Shepherd.
– Creo que también pueden prescindir de nosotros, doctor. ¿Por qué no nos vamos a dar una vuelta?
Shepherd echó un vistazo a los tensos rostros que tenía alrededor y asintió con la cabeza. Cuando se levantaron, Wesley Rountree se inclinó hacia el doctor Chandler y le dijo:
– Robert, déjame decirte esto cuanto antes. Vamos a tener que dragar el lago por la mañana. ¿Me das tu permiso?
– Claro, Wesley -susurró Chandler. Indicó a Simmons que continuase. Pero, antes de proseguir, el abogado miró al sheriff para obtener su consentimiento. Wesley sonrió y asintió con la cabeza. Tan pronto como Alban y Shepherd cerraron la puerta, Simmons comenzó:
– Siempre he pensado que en las situaciones difíciles lo mejor es que las partes implicadas se sienten a hablar del tema…
Amanda levantó la cabeza bruscamente. Pareció ver por primera vez al abogado y espetó:
– ¡Yo no considero que la muerte de mi hija sea una situación difícil!
Simmons parecía ofendido.
– Estaba hablando en términos legales.
– ¿Y se dispone a hacer una lectura dramática del testamento? -preguntó Geoffrey.
– Es un testamento bastante inusual. Lo escribió ella misma, ¿saben? y…
– ¡Todas las mujeres de esta familia escriben testamentos absurdos! -exclamó el capitán-. No hay más que ver la estupidez que escribió Augusta. Por cierto, ¿dónde está Louisa?
– Ha llamado para decir que no se encontraba bien -respondió Charles.
– Su presencia no es necesaria. Aquí no se la menciona-dijo Simmons.
Michael Satisky se ruborizó. Notó cómo todos le miraban, aunque no levantó la vista para comprobarlo. Se preguntó si debería pedir permiso para retirarse, pero pensó que con ello no haría más que llamar la atención.
– Creo que será mejor que lea esto de una vez -dijo Simmons. Sostuvo en alto la hoja de papel, miró con aire nervioso a todos aquellos rostros expectantes, y acometió la lectura del documento-: «Ésta es mi última voluntad. Yo, Eileen Amanda Chandler, que estoy en plena posesión de mis facultades mentales a pesar de que algunos piensen lo contrario, considero que para la persona fallecida, un testamento es una forma de consolar a aquellos que la echarán de menos. Al abuelo, le dejo el barco de madera que me hizo cuando era pequeña, junto con mi agradecimiento. Capitán, "que nadie se lamente cuando me haga a la mar". A papá le dejo mis cuadros, porque decía que le gustaban. A Charles, mi retrato, por si ya se ha olvidado de mí. A Geoffrey le dejo mis animalitos de peluche, ya que a menudo me consolaban cuando los necesitaba. Quiero que mamá se quede con el maniquí de la habitación de coser y con toda mi ropa; tal vez así no se dé nunca cuenta de que me he ido. Y a Michael Satisky, mi futuro esposo, le dejo el dinero de la herencia de tía Augusta y mi copia de Sonetos del portugués, con todo mi amor. Firmado: Eileen Amanda Chandler.» -Simmons alzó la mirada para indicar que había terminado.
Amanda Chandler ya se había puesto en pie.
– ¿Esto es lo que usted considera una broma? -siseó-. ¡Mi hija jamás le escribiría algo tan ofensivo a su madre!
Simmons le tendió la hoja de papel y replicó:
– Está escrito a mano. Pueden examinarlo si lo desean. -Entonces se dirigió a Satisky, que tenía la mirada clavada en el suelo, con aire aturdido-. Naturalmente, no tenía derecho a legar la herencia de su tía abuela puesto que no llegó a casarse.
– Ella lo sabía -murmuró Satisky sin levantar la vista.
– Robert, ¿qué querría decir con eso? -inquirió su mujer-. ¡El maniquí! ¡Yo siempre fui una buena madre! -Alzó el tono de voz y estuvo a punto de caerse de bruces, pero recobró el equilibrio agarrándose al brazo del sofá-. Será desagradecida…
El capitán y el doctor Chandler se levantaron rápidamente y acudieron a su lado exclamando:
– ¡Amanda! ¡Ya basta!
– ¡Es una aberración que me haya dejado una cosa así! -le chilló a Simmons.
– ¡Amanda! ¡Cállate! -El doctor Chandler intentó hacerla sentar de nuevo en el sofá, pero ella se soltó con brusquedad y siguió gritándole a Simmons.
– Discúlpela -dijo el capitán-. Está fuera de sí.
– Lo comprendo -repuso Simmons, quien arrugó la nariz al oler a distancia el desagradable aliento a bourbon.
– Será mejor que la subamos a su cuarto -dijo el abuelo rápidamente.
Michael y los jóvenes Chandler presenciaron la escena con aire cohibido, mientras que el sheriff y su ayudante optaron por mantenerse al margen y actuar como si no pasara nada. Al tratarse de una discusión familiar, Wesley indicó a Clay disimuladamente que permaneciera sentado. Cuanta menos atención les prestaran, menos violenta resultaría la situación.