Elizabeth oyó cómo se zambullía en el agua en el momento en que el sheriff y Taylor irrumpían en el claro. Tras examinar la escena, Rountree se acercó a ella y le preguntó:
– ¿Estás bien?
– Sí.
– Entonces ¿podrías decirme qué está pasando aquí?
Elizabeth clavó la mirada en el lago. Sólo alcanzaba a ver a dos personas nadando, no a tres.
– Fue Alban -dijo a media voz.
– Bueno, eso ya lo sabía -repuso Rountree en tono pausado-. Sólo quiero saber a qué vienen todas estas hazañas. ¿Y qué está haciendo aquí Hill-Bear? ¿Me lo puede explicar alguien?
Elizabeth sacudió la cabeza. Se sentía mareada.
– Bueno, cálmate -le dijo Rountree cogiéndola del brazo-. Clay, llévatela a casa y llama a una ambulancia. Ya me quedo yo a ayudar a estos chicos.
Elizabeth vio que el doctor Shepherd movía un poco las piernas, y el hombre uniformado se inclinó para decirle algo. Entonces decidió regresar a casa con Clay.
CAPÍTULO 15
Elizabeth no les volvió a ver hasta mucho más tarde, después de que la ambulancia viniera y se marchara, y de que Taylor, con su equipo de buceo, sacara el cuerpo de Alban del lago junto con un saco de huesos. Bill y Milo llevaban más de una hora en la biblioteca hablando con Rountree, el doctor Chandler y el abuelo, mientras Elizabeth y Mildred hacían todo lo posible por consolar al resto de la familia.
Era casi medianoche cuando terminó la reunión. El doctor Chandler anunció que se iba al hospital a ver a Shepherd y salió por la puerta principal al tiempo que Elizabeth bajaba del piso de arriba. Tras ver a Bill en el recibidor despidiéndose de Wesley Rountree, Elizabeth se metió en la cocina para preparar café y unos bocadillos, que esperaba intercambiar por una explicación acerca de los últimos acontecimientos.
Unos minutos más tarde, llevó la bandeja de plata a la biblioteca, donde Milo estaba sentado a una mesa dibujando en un folio y Bill contemplaba por la ventana el castillo de Alban, apenas visible con el cuarto de luna.
Elizabeth dejó la bandeja en una mesita y se sentó en el sofá.
– Os he traído café y unos bocadillos -dijo, mirando a Milo-. Venga, deberíais comer algo.
Milo escribió unas notas más antes de reunirse con ellos. Bill permaneció en silencio. Tenía la frente arrugada bajo un mechón de pelo rubio, como cuando estaba tenso o muy concentrado.
Elizabeth lo volvió a intentar.
– He llamado al hospital. Carlsen está bien, pero va a pasar la noche allí. Iré a hacerle una visita mañana. ¿Qué… qué ha dicho el sheriff?
– Que hemos sido unos estúpidos -repuso Milo sonriendo.
– Ya ha pasado todo -espetó Bill-. Caso cerrado.
– Pero ¿por qué habéis venido? ¿Cómo lo sabíais?
Bill se sirvió una taza de café y respondió:
– Estaba todo escrito en tus cartas, Elizabeth.
– ¿Cómo podía estar en mis cartas si yo no lo sabía?
– Quiero decir que ahí estaba toda la información, además de lo que me contaste por teléfono al día siguiente de que mataran a Eileen. Aunque tuve que ir relacionándolo todo.
Elizabeth le observó con aire incrédulo y se volvió hacia Milo, esperando ver la sonrisa de complicidad de otro bromista empedernido. Sin embargo, él tan sólo asintió con la cabeza.
– Mira -dijo Bill en tono impaciente-, me dijiste que había desaparecido el cuadro de Eileen y que siempre pintaba junto al lago, y entonces me pregunté si el lago en sí podría tener alguna trascendencia. Al haber muerto Eileen, la única persona en condiciones de saber si significaba algo especial para ella era la psiquiatra que mencionaste, Nancy Kimble. Así que se lo pregunté.
– ¡Pero si está en Viena!
– Sí. Conseguí su dirección en la facultad de medicina y le mandé un telegrama. -Se sacó un sobre amarillo y arrugado del bolsillo de los vaqueros y se lo entregó a su hermana.
– «Principio del tratamiento -leyó Elizabeth en voz alta-, paciente mencionaba rostro de mujer en el lago. Por favor, expliquen la pregunta. Nancy Kimble.» -Elizabeth alzó la vista e inquirió-: ¿Cómo conseguisteis que os contara esto?
Milo tosió.
– Creo que le dimos la impresión de ser colegas suyos.
– ¿Dijisteis que erais médicos? -De pronto se le ocurrió algo-: Pero Bill, por aquel entonces Eileen veía todo tipo de cosas: demonios, visiones y vete tú a saber. ¿Cómo sabías que no era una alucinación más?
– Porque Eileen estaba muerta.
– Si alguien robó el cuadro y Eileen decía que veía un rostro en el lago, dedujimos que tenía que ser verdad -explicó Milo.
– Pero ¿el rostro de quién?
– De la novia de Alban, Merrileigh Williams, la que nos dijiste que desapareció poco antes de la boda. Me pregunté si Alban lo tendría todo planeado. A lo mejor a ella sólo le interesaba casarse por dinero y Alban cambió de idea, o tal vez la chica le engañara con otro hombre. No lo sé. El caso es que encontramos sus huesos, pero no nos indican por qué la mataron.
– ¿Cómo quieres que un esqueleto te diga quién es? -espetó Elizabeth.
– Te aseguro que es posible -dijo Milo inclinándose hacia delante con entusiasmo-. Yo estudio ese tipo de cosas, ¿sabes? Antropología forense. En general túmulos y cosas por el estilo, pero el principio es el mismo. Tuvimos la suerte de recuperar el esqueleto entero. Él la arrojó al agua metida en un saco, con lo cual no se dispersaron los huesos. Si no, lo habríamos tenido muy difícil. En fin, el caso es que todo indica que se trataba de una persona de unos veintidós años de sexo femenino, sin lugar a dudas, porque encontramos el hueso pelviano. Y la dentadura indica…
– Está bien, te creo. La identificasteis a partir de los huesos.
– Bueno, la verdad es que no -admitió Milo-. Pero como has dicho que era imposible saber quién era a partir del esqueleto, he pensado que lo mejor sería explicártelo. Podríamos haberlo hecho así, pero lo cierto es que fue el doctor Chandler quien la identificó y fue a partir del cuadro.
– ¿También lo encontrasteis vosotros? -preguntó Elizabeth con un grito sofocado con la mano.
– Sí, claro. En el lago, metido en un saco con ladrillos. El ayudante del sheriff lo encontró cerca del otro saco. Al parecer Alban lo arrojó allí poco después de matar a Eileen.
Señaló con la cabeza hacia un objeto cubierto con una tela en la mesa junto a la ventana. Elizabeth se acercó a mirar el cuadro. Todavía estaba húmedo pero, al haber sido pintado al óleo, no se habían corrido los colores.
Eileen había pintado el lago al atardecer, con el agua de un verde apagado oscurecida por las sombras de los árboles grisáceos que la circundaban.
En un primer plano, en la parte menos profunda, se veía el rostro de una mujer justo debajo de la superficie. Tenía los ojos cerrados y el cabello flotando en el agua, como si fueran algas.
– Debió de imaginársela una y otra vez para lograr un parecido tan asombroso -dijo Bill en voz baja.
Elizabeth se estremeció.
– Seguramente vio el rostro en el agua hace seis años, cuando Alban acababa de arrojar el cuerpo. Quizá mientras él iba a buscar el saco y algo pesado con que sumergirlo. Es un milagro que no la pillara entonces.
– Pero ¿por qué Eileen no dijo nada?
– Nadie la habría creído. Ya había empezado a perder el contacto con la realidad. Padecía esquizofrenia, ¿sabes? Aunque se lo hubiera contado a alguien, lo habrían tomado como una alucinación más. Y más tarde, cuando comenzó a recuperarse, ni siquiera se lo creía ella misma. De hecho, yo diría que se le había olvidado por completo hasta que se puso a pintar el cuadro en el lago. El hecho de contemplarlo durante horas le hizo recordar de nuevo aquel rostro en el agua. Lo pintó porque lo veía… en su mente.
– ¿Es ésa la razón por la que no se lo enseñaba a nadie?
– Claro. ¿Te sorprende? Sólo llevaba un año fuera del psiquiátrico, seguía en observación… ¿cómo iba a decirle a nadie que veía el rostro de una muerta en el lago? Le aterrorizaba la idea de que la volvieran a internar. Y, aún peor, que se lo mereciera.