– Y también la idea de perder a Michael -murmuró Elizabeth.
– Sí, eso también -convino Bill.
– Por cierto, ¿dónde está Michael? -preguntó Elizabeth, acordándose de él por primera vez.
Milo esbozó una amplia sonrisa.
– En cuanto se enteró de que habían resuelto el caso, le pidió al ayudante Melkerson que le llevara a la estación de autobuses con el coche patrulla. Y creo que el otro ayudante le prestó cinco pavos para el billete.
– Pero ¿por qué Eileen pintó la cara? -inquirió Elizabeth-. ¿Por qué no se limitó a hacer un bonito paisaje que pudiera enseñar a todo el mundo?
– No lo sé -dijo Bill-. Milo piensa que estaba tratando de exorcizar a su propio demonio, pero yo creo que en el fondo ella sabía que el rostro había sido real y estaba intentando mostrárselo a alguien. Pero desgraciadamente, fue Alban quien lo vio. ¿Y sabes cuándo?
– Creo que sí. Un día bajó a buscarla al lago porque ella llegaba tarde a cenar. Debió de verlo de refilón antes de que ella lo guardara.
– Y entonces pensó que Eileen lo sabía todo -dijo Milo-. ¡Claro! Si llegan a exponer el cuadro en la boda, la gente habría reconocido la cara de Merrileigh. Y les hubiera entrado tanta curiosidad que quizás hubieran hecho dragar el lago.
– No lo sé -dijo Elizabeth-. Creo que tal vez sospechaban algo. El abuelo no paraba de decir que no quería que cogieran al asesino, y recuerdo haber oído que tía Louisa quiso contratar a un detective cuando la chica desapareció y luego, de pronto, se echó atrás.
– Pero no lo sabían con seguridad -dijo Bill-, o preferían no saberlo. Este cuadro les habría obligado a enfrentarse a los hechos.
– ¿Y creéis que Alban mató a Eileen intencionadamente?
– No lo sé, pero yo diría que sí. Ella podría haberle descrito el cuadro a alguien, o haberlo vuelto a pintar. Y él no podía permitir que la gente se interesara por el lago. Fue el impacto de este segundo asesinato o bien el temor a ser descubierto lo que le hizo perder la cabeza.
– Pero ya había cometido un asesinato, así que debía de tener miedo de que lo descubrieran.
– Claro -dijo Milo-, hace seis años. Pero entonces logró salvarse. Nadie echaba de menos a Merrileigh y nadie sospechaba de él, así que se fue olvidando de ello poco a poco. Su vida continuó como si nada y construyó la casa de sus sueños. Hasta que de pronto, cuando ya apenas se acordaba de nada, le entró de nuevo el terror a ser descubierto en un momento en el que no estaba preparado. Y no pudo enfrentarse a ello.
– Hablas como si te diera pena -se sorprendió Elizabeth.
– Bueno, es que en parte es así-admitió Milo-. No me parece tan grave que te detengan por asesinato cuando aún tienes el arma en la mano, por decirlo de alguna manera, porque en cierto modo te lo esperas. Pero que hayas logrado salir adelante y hayan ido pasando los años hasta que ya ni siquiera te acuerdas de las emociones que te impulsaron a hacerlo, y de repente te cojan y te destrocen la vida… eso tiene que ser una verdadera pesadilla.
– Y parecía una persona tan normal.
– Creo que se lo trabajaba mucho -dijo Bill-. Hasta consiguió que ese castillo pareciese algo razonable.
– ¿Y qué pinta el rey Luis en todo esto?
– Alban siempre lo había admirado, incluso antes de construir el castillo, y creo que esa mansión era como un refugio para él. Cuando se dio cuenta de que podrían acusarle de asesinato, decidió convertirse en otra persona. Empecé a sospechar de él cuando me dijiste por teléfono que eras su prima favorita, ya que apenas le conocíamos.
– Eso no es muy halagador -dijo Elizabeth arrugando la nariz.
– Sí, pero yo tenía razón. Cuando me informé sobre el rey Luis, el libro decía que su pariente preferida era su prima, la emperatriz Isabel de Austria.
– ¿Y tenía un hermano llamado Bill?
– No. Teodoro. Pero cuando leí que el rey Luis murió en un lago después de estrangular a un psiquiatra, y luego me hablaste del doctor Shepherd, pensé que lo mejor sería venir para acá.
– ¿No podrías haber llamado al sheriff? -preguntó Elizabeth con brusquedad.
Bill sonrió.
– La verdad es que pasamos por su oficina de camino hacia aquí. Rountree no estaba, pero uno de sus ayudantes, un tío llamado Hill-Bear Melkerson, se ofreció a acompañarnos por si se complicaban las cosas. Milo y yo ya habíamos planeado lo de Wagner por si a Alban se le ocurría volver a interpretar la escena del asesinato junto al lago.
– ¿Y el ayudante del sheriff accedió a hacerlo?
– Nos habría costado mucho más convencer al sheriff -dijo Milo.
– Rountree ya se imaginaba el asunto del cuadro y había decidido no detener a nadie hasta haber dragado el lago para obtener pruebas. Por supuesto, no sabía que debía enfrentarse con el rey Luis de Baviera, de manera que resultó buena idea que Milo y yo apareciésemos por allí.
– Antes podrías haber venido a saludar.
– Pensé que lo mejor sería vigilar el lago. Además me pareció que toda aquella explicación sería demasiado para Rountree. Me lo imaginaba como el típico sheriff de pueblo y pensé que igual acababa metiéndome a mí en la cárcel.
– ¿Creías realmente que serías capaz de disuadir a Alban haciéndote pasar por Richard Wagner?
Milo se sonrojó.
– No exactamente. Pero tenía a Bill y al ayudante del sheriff escondidos entre los arbustos por si surgía algún problema. Pensamos quedarnos a escucharle el tiempo suficiente para conseguir las pruebas que necesitábamos, y luego distraerle con la imitación de Wagner para que Bill y Melkerson pudieran detenerle.
– También lo habríamos conseguido si no hubierais aparecido vosotros -dijo Bill-. Supongo que fue el telegrama. Tenía la impresión de que empezabas a interesarte demasiado por Alban, así que me vi obligado a advertirte, antes de que comenzaras a pasear con él por el lago.
Elizabeth sacudió la cabeza.
– Estáis locos.
– «Aunque sea locura, hay cierto método en ella» -dijo Geoffrey desde el umbral de la puerta.
Bill se puso rígido y, sin volverse siquiera, dijo en tono impasible:
– Hola, Geoffrey.
– «¡Salve, amigo, bienvenido seas, todo sucio y empapado!» Swift, Pero veo que ya te has secado. ¿Te vas a quedar a presenciar un poco más de melodrama? Me temo que los periodistas estarán al llegar.
Bill se levantó lentamente y, tras contemplar la expresión burlona de Geoffrey, replicó:
– «Ahorcaos todos, pues no sois más que hueras cosas insignificantes. Yo no soy de vuestra naturaleza.» Noche de reyes.
Geoffrey bajó la cabeza y repuso:
– Guardaré silencio.
SOBRE LA AUTORA
Escritora norteamericana, Sharyn McCrumb es conocida por sus novelas de intriga y misterios, aunque ha tratado temas tan distintos como la historia americana, las carreras de coches o la vida en los grandes bosques. Varias de sus novelas han sido adaptadas al cine y su obra se ha publicado hasta en diez idiomas.
Sharyn es una autora de éxito del Nueva York Times, cuyo trabajo ha sido citado por "su destacada contribución a la literatura los Apalaches". Ha recibido el Premio Chaffin y Plattner de Southern fiction, dos premios Novelas de los Apalaches, y muchos otros honores. Ella lanzó su balada aclamada serie de novelas Appalachian Ballad.
Sharyn McCrumb ha sido escritora residente en el King College (Tennessee) y Pastor College (Virginia Occidental), y ha dado conferencias sobre su trabajo en universidades y bibliotecas en los Estados Unidos y Europa. Ella vive y escribe en Virginia Blue Ridge.