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Hasta la aparición de Nimrod, un constructor de torres, un creador de Babel que desafió a la antigua religión, la vieja prohibición no sería superada y se alzaría otra ciudad, en otro valle fluvial muy lejos en el tiempo y el espacio de la Atlántida, pero recordando las viejas costumbres que habían sido memorizadas en las historias y, en lo posible, repitiéndolas. Construiremos una torre tan alta que no pueda ser cubierta por las aguas. ¿No enlazaba el Génesis el diluvio con Babel de esa misma forma, junto con la inflexible desaprobación de los nómadas hacia la ciudad? Ésta fue la historia que sobrevivió en Mesopotamia, el relato del comienzo de la vida urbana allí, pero con claros recuerdos de una civilización más antigua que había sido destruida en una inundación.

Una civilización más antigua. La edad dorada. Los gigantes que una vez recorrieron la Tierra. ¿Por qué no podrían todas aquellas historias estar recordando la primera civilización humana, el lugar donde fue inventada la ciudad? Atlántida, la ciudad de la llanura Massawa.

¿Pero cómo demostrarlo sin emplear el tempovisor? ¿Y cómo conseguir acceso a una de esas máquinas sin convencer primero a Vigilancia del Pasado de que la Atlántida estaba realmente en el Mar Rojo? Era un pez que se mordía la cola.

Hasta que pensó: «¿Por qué se forman en primer lugar las grandes ciudades? Porque hay obras públicas que hacer y requieren más de unas pocas personas que las realicen.» Kemal no estaba seguro de qué formas habrían tomado las obras públicas, pero sin duda habrían hecho algo que cambiara la superficie de la Tierra lo bastante para que las viejas grabaciones del TruSite I lo mostraran, aunque no se las pudiera advertir a menos que alguien las estuviera buscando.

Así, arriesgando su título, Kemal hizo a un lado el trabajo al que le habían asignado y empezó a estudiar las viejas grabaciones del TruSite I. Se concentró en el último siglo antes de que el Mar Rojo se inundara: no había ninguna razón para suponer que la civilización hubiera durado mucho antes de ser destruida. Y en unos pocos meses recopiló datos que eran irrefutables. No había diques y presas para impedir la riada: ese tipo de estructura habría sido lo bastante grande para que nadie lo hubiera pasado por alto en la primera ojeada. En cambio, había al parecer montones aislados de lodo y tierra que crecían entre las temporadas de las lluvias, sobre todo en los años más secos, cuando los ríos eran menos caudalosos que de costumbre. Para personas dedicadas a buscar sólo pautas climáticas, aquellos montones aleatorios y sin estructura no significarían nada. Pero para Kemal fueron muy obvios: en las aguas poco profundas, los atlantes construían canales para que sus botes pudieran continuar avanzando para comerciar de un sitio a otro. Los montones de tierra eran simplemente los vertederos del lodo que sacaban del agua. Ninguno de los botes aparecía en el TruSite I, pero desde que Kemal supo dónde buscar empezó a captar atisbos de casas de junco. Cada año, cuando llegaban las riadas, las casas desaparecían, así que sólo eran visibles durante un instante o dos en el TruSite I: frágiles estructuras de barro y junco que debían ser barridas cada estación y reconstruidas de nuevo cuando las aguas retrocedían. Pero estaban allí, rodeadas por los montículos que marcaban los canales. Platón tenía razón una vez más: la Atlántida creció alrededor de sus canales. Pero la Atlántida eran las personas y sus botes; los edificios eran barridos y reconstruidos cada año.

Cuando Kemal presentó sus hallazgos a Vigilancia del Pasado no tenía aún veinte años de edad, pero sus pruebas fueron tan impresionantes que le entregaron de inmediato no un tempovisor, sino la aún más nueva máquina TruSite II para que mirara bajo las aguas del Mar Rojo en el canal Massawa durante los cien años anteriores a la inundación. Descubrieron que Kemal estaba gloriosa, espectacularmente en lo cierto. En una época en que otros humanos estaban todavía formando partidas de caza y recolectando bayas, los atlantes plantaban amaranto y ballico, melones y grano en el rico aluvión de los ríos, y llevaban comida en cestas y en botes de junco de un lugar a otro. Lo único que Kemal había pasado por alto era que los edificios no eran casas, sino silos flotantes para el almacenaje de grano. Los atlantes dormían al raso durante la estación seca, y en la estación de las lluvias lo hacían en sus diminutos botes de junco.

Kemal entró en Vigilancia del Pasado y lo hicieron jefe del nuevo Proyecto Atlántida. Al principio le encantó el trabajo, porque, como Schliemann, podía buscar los orígenes de grandes eventos. Más importante fue cuando encontró a Noé, aunque tenía un nombre distinto: Yewesweder se llamaba cuando era niño, Naog al convertirse en adulto. En su prueba de masculinidad, este Yewesweder, alto ya para su edad, hizo el peligroso viaje al puente de tierra del Bab al Mandab para ver el «Mar de las Olas». Lo vio, sí, pero también vio que este brazo del Océano índico estaba sólo a unos pocos metros por debajo del nivel del recodo que marcaba la antigua línea costera del Mar Rojo antes de la última edad de hielo. Yewesweder no sabía nada de edades de hielo, pero sí que el nivel del banco de arena estaba a cientos de metros por encima de la llanura donde el «Mar Salado» (el retazo del Mar Rojo) se elevaba lentamente. El Mar de las Olas cortaba ya un canal que durante las tormentas lanzaba agua salada a varios lagos, desbordándose ocasionalmente y enviando un río de agua de mar al Mar Rojo. Pronto (en la próxima tormenta, o en la siguiente), el Mar de las Olas se abriría paso y todo un océano caería encima de la Atlántida.

Yewesweder decidió que se había ganado su nombre de hombre, Naog, el día en que hizo este descubrimiento, y de inmediato regresó a casa. Se había casado con una mujer de la tribu que vivía en el Bab al Mandab, y con gran dificultad ella le siguió hasta que no le quedó más remedio que llevarla a casa consigo. Cuando alcanzó la tierra de los derku, como los atlantes se llamaban a sí mismos, se enteró de que lo que le había parecido tan claro en las orillas del Mar de las Olas era tomado por una mentira disparatada por los ancianos de su clan, y de todos los clanes. ¿Una gran inundación? Tenían una inundación cada año, y simplemente la evitaban con sus botes. Si la inundación de Naog se producía, la evitarían también.

Pero Naog sabía que no sería posible. Así que empezó a experimentar con troncos atados juntos, y en cuestión de pocos años aprendió a construir una balsa con forma de caja y casa incluida que podría soportar las presiones de la inundación en la que sólo él creía. Otros advirtieron después de las riadas normales de la estación que esta caja estanca de madera seca era un barco superior. Al final, la mitad del grano y las bayas de su clan acabó almacenada en su arca. Otros clanes también construyeron barcos de madera, pero sin seguir las especificaciones exactas de Naog en lo referente a fuerza y resistencia al agua. Mientras tanto Naog era ridiculizado y amenazado por sus constantes advertencias de que toda la tierra quedaría cubierta por las aguas.