—Es un problema interesante —dijo.
—E imposible —repuso Hassan—. No sé si esto le hará feliz, Kemal, pero nos ha ofrecido nuestra única esperanza.
—¿Cómo es eso?
—Su análisis de Naog. Si hay alguien que fue como Colón en toda la historia, ése fue él. Cambió la historia por pura fuerza de voluntad. El único motivo por el que se construyó su arca fue por su firme determinación. Luego, como su barco lo transportó durante el Diluvio, se convirtió en una figura de leyenda. Y como su padre fue víctima del breve retorno de los derku a los sacrificios humanos justo antes del Diluvio, le contó a todo el que quisiera escuchar que las ciudades eran malas, que los sacrificios humanos eran un crimen imperdonable, que Dios había destruido un mundo a causa de sus pecados.
—Si también le hubiera dicho a la gente que la esclavitud era mala… —dijo Diko.
—Les dijo lo contrario —contestó Kemal—. Era un ejemplo viviente de lo beneficiosa que podía ser la esclavitud. Porque conservó a su lado toda su vida a los tres esclavos que le construyeron el barco, y todos los que llegaron a conocer al gran Naog vieron cómo su grandeza dependía de la propiedad de esos tres hombres. —Se volvió hacia Hassan—. No veo cómo el ejemplo de Naog pudiera inspirarles algún tipo de esperanza.
—Porque un hombre, solo, reformó el mundo —respondió Hassan—. Y usted vio exactamente dónde se encaminó hacia esos cambios. Descubrió el momento en que se encontró a la orilla del nuevo canal que estaba siendo abierto en el Bab al Mandab, contempló el trazo de la antigua costa y advirtió lo que iba a suceder.
—Fue fácil de encontrar —dijo Kemal—. Se dirigió inmediatamente a casa, y le explicó a su esposa exactamente lo que había pensado y cuándo lo había hecho.
—Sí, bueno, eso es sin duda más claro que nada de lo que hayamos encontrado con Colón. Pero nos da la esperanza de que podamos encontrar ese momento. El acontecimiento, el pensamiento que le hizo volverse hacia el oeste. Diko encontró el momento en que decidió ser un gran hombre. Pero no hemos encontrado el punto en que se volvió tan inflexiblemente monomaniaco en lo de viajar hacia el oeste. Sin embargo, a causa de Naog, todavía tenemos esperanza de hallarlo algún día.
—Pero si lo he descubierto ya, padre —dijo Diko.
Todos se volvieron hacia ella. Diko pareció cohibirse.
—O al menos creo que lo he hecho. Pero es muy extraño. Estuve trabajando en ello anoche. Es tan tonto, ¿no? Pensé que sería magnífico si lo encontrara mientras… mientras Kemal estaba aquí. Y entonces lo hice. Creo.
Nadie dijo nada durante un largo instante. Hasta que Kemal se puso en pie y dijo:
—¿A qué estamos esperando aquí? ¡Enséñanoslo!
5
VISIÓN
Ser incluido en el convoy de Spinola a Flandes era más de lo que Cristóforo podía haber esperado. Cierto, era el tipo de oportunidad para la que se había preparado durante toda su vida hasta entonces, suplicando que cualquier barco le llevara hasta conocer la costa de Liguria mejor de lo que conocía los bultos de su propio colchón. ¿Y no había convertido su viaje «de observación» a Khíos en un éxito comercial? No es que hubiera vuelto rico, por supuesto, pero había empezado con muy poco y había comerciado con resina hasta volver a casa con la bolsa llena… y luego tuvo la suficiente inteligencia como para entregar gran parte, públicamente, a la Iglesia. Y lo hizo en nombre de Nicoló Spinola.
Spinola le mandó llamar, naturalmente, y Cristóforo fue la viva imagen de la gratitud.
—Sé que no me encargasteis ningún deber en Khíos, mi señor, pero sin embargo fuisteis vos quien me permitió unirme al viaje, y sin costes. No merecía la pena ofreceros las pequeñas sumas que logré ganar en Khíos: dais más a vuestros criados cuando van al mercado para comprar la comida del día para vuestra casa. —Ambos sabían que era una exageración ridícula—. Pero cuando las di a Cristo, no pude fingir que el dinero, por escaso que fuera, procedía de mí, cuando lo hacía por completo de vuestra amabilidad.
Spinola se echó a reír.
—Sois muy bueno en esto —dijo—. Practicad un poco más, para que no parezca memorizado, y os prometo que discursos como éste os labrarán una fortuna.
Cristóforo pensó que eso quería decir que había fracasado, hasta que Spinola le invitó a tomar parte en un convoy comercial a Flandes e Inglaterra. Cinco naos, navegando juntas para mayor seguridad, y una de ellas transportando un cargamento que el propio Cristóforo se encargaría de comercializar. Era una gran responsabilidad, una buena porción de la fortuna de Spinola, pero Cristóforo se había preparado bien. Lo que no había hecho en persona lo había visto hacer a otros prestando especial atención a los detalles. Sabía cómo supervisar la estiba de un barco y cómo conseguir lo que deseaba sin crearse enemigos. Sabía cómo hablar al capitán, cómo permanecer al mismo tiempo distante y sin embargo afable con los hombres, cómo juzgar por el viento y el cielo y el mar cuánto avanzarían. Aunque había realizado pocos trabajos de marinero, sabía cuáles eran esas labores, por haberlas observado, y sabía cuándo se hacían bien. De joven, cuando no recelaban de que pudiera meterlos en problemas, los marineros le habían dejado mirarlos trabajar. Incluso había aprendido a nadar, cosa que la mayoría de las marineros jamás se molestaban en hacer, porque pensaba de niño que eso era uno de los requisitos de la vida en el mar. Para cuando el barco zarpó, Cristóforo se sintió completamente al control.
Incluso le llamaban «signor Colombo». Eso no había sucedido muchas veces antes. A su padre sólo rara vez le llamaban «signor», a pesar del hecho de que en los últimos años las ganancias de Cristóforo habían permitido que Domenico Colombo prosperara, ampliara el taller de tejidos, tejiera ropas más finas, cabalgara un caballo como un noble y comprara unas cuantas casas fuera de las murallas de la ciudad para poder jugar al terrateniente. Así que el título no era ciertamente adecuado para alguien de la cuna de Cristóforo. Sin embargo, en este viaje, no sólo los marineros sino también el capitán lo llamaron por el título de cortesía. Aunque este respeto básico era un signo de lo lejos que había llegado, pero no era tan importante como tener la confianza de los Spinola. El viaje no fue fácil, ni siquiera al principio. Los mares no estaban inquietos, pero tampoco plácidos. Cristóforo advirtió con secreta diversión que era el único de los agentes comerciales que no se mareaba. En cambio, pasaba el tiempo como en todos sus viajes: repasando las cartas con el navegante o conversando con el capitán, sonsacándoles toda la información que conocían, en busca de todo cuanto pudieran enseñarle. Aunque sabía que su destino se encontraba al este, también era consciente de que algún día tendría un barco, una flota, que podría necesitar navegar a través de todos los mares conocidos. Conocía Liguria; el viaje a Khíos, su primera travesía en mar abierto, la primera vez que perdió tierra de vista, la primera vez que confió en la navegación y sus cálculos, le ofreció un atisbo de los mares del este. Pronto vería el oeste, atravesaría el estrecho de Gibraltar, viraría hacia el norte, costeando Portugal, cruzaría el golfo de Vizcaya… nombres que sólo había oído cuando alardeaban de los marineros. Los caballeros (los otros caballeros) podrían vomitar por todo el Mediterráneo, pero Cristóforo aprovecharía cada momento para prepararse, hasta que por fin estuviera listo para ser el siervo en las manos de Dios que…
No se atrevía a pensar en ello, o Dios conocería la horrible presunción, el mortal orgullo que ocultaba dentro de su corazón.
No es que Dios no lo supiera ya, por supuesto. Pero al menos sabía también que Cristóforo hacía todo lo posible para no dejar que su orgullo lo poseyera. «Hágase Vuestra voluntad, oh, Señor, mas no la mía. Si soy el que ha de liderar vuestros triunfantes ejércitos y navios en una poderosa cruzada para liberar Constantinopla, expulsar a los musulmanes de Europa, y una vez más alzar el estandarte cristiano en Jerusalén, así sea. Pero si no, haré cualquier tarea que tengáis a bien ofrecerme, grande o humilde. Estaré preparado. Soy vuestro fiel servidor.