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—Hay grandes reinos allí, ricos en oro y poderosos en ejércitos. Nunca han oído el nombre de mi Hijo Unigénito y mueren sin el bautismo. Es mi voluntad que les lleves la salvación y traigas las riquezas de esas tierras.

Cristóforo oyó estas palabras y el corazón le ardió. Dios le había visto, Dios había reparado en él, y se le encomendaba una misión mucho más grande que la simple liberación de una antigua capital cristiana. Tierras tan lejanas al este que debía navegar hacia poniente para alcanzarlas. Oro. Salvación.

—Tu nombre será grande. Los reyes te nombrarán virrey, y serás el gobernador del océano. Reinos caerán a tus pies, y millones de vidas que serán salvadas te llamarán bendito. Navega hacia poniente, Colombus, hijo mío, un viaje fácilmente al alcance de vuestros navios. Los vientos del sur os llevarán al oeste, y luego los vientos del norte os devolverán fácilmente a Europa. Que el nombre de Cristo sea oído en esas naciones, y salvarás tu alma junto con la de ellos. Haz el solemne juramento de que emprenderás ese viaje, y después de muchos obstáculos tendrás éxito. Pero no rompas este juramento, o los hombres de Sodoma lo tendrán mejor que tú en el día del juicio. Ninguna misión más grande se ha encomendado a mortal alguno que la que te doy. Sean cuales fueren los honores que recibas en la Tierra se multiplicarán por mil en el cielo. Pero si fracasas, las consecuencias para ti y toda la cristiandad serán terribles más allá de tu imaginación. Ahora haz el juramento, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

Colón se arrodilló.

—Del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo —murmuró.

—Te he enviado una mujer para que te cuide y te devuelva la salud. Cuando hayas recuperado fuerzas, debes comenzar tu misión en mi nombre. No le digas a nadie lo que he hablado contigo: no es mi voluntad que perezcas como los profetas de la antigüedad, y si dices que te he hablado los sacerdotes sin duda te quemarán como hereje. Debes persuadir a los demás para que te ayuden a realizar este gran viaje por su propio bien, y no porque yo lo haya ordenado. No me importa si lo hacen por oro o por amor hacia mí, mientras cumplan esta misión. Cúmplela tú. Tú. Ejecuta mi misión.

La imagen se fue desvaneciendo, y desapareció. Casi llorando de cansancio y gloriosa esperanza, Cristóforo (no, a partir de entonces era Colombus*, su nombre en latín, el idioma de la Iglesia) esperó en la arena. Y, como había prometido la visión, en cuestión de minutos llegó una mujer y, al verle, inmediatamente corrió en busca de ayuda.

Antes de que cayera la noche, los fuertes brazos de los pescadores lo llevaron al pueblo de Lagos, donde amables manos acercaron vino a sus labios y le quitaron las ropas cubiertas de sal y arena y le bañaron. «Así soy nuevamente bautizado .—pensó Colón—, nacido de nuevo a la misión de la Santísima Trinidad.»

No comentó nada de lo que había acaecido en la playa, pero su mente se agitaba ya con ideas sobre lo que tema que hacer. Los grandes reinos de Oriente… inmediatamente pensó en las historias de Marco Polo, las Indias, Cathay, Cipango. Sólo que para alcanzarlas no navegaría hacia el este, ni al sur a lo largo de la costa de África como hacían los portugueses. No, navegaría hacia poniente. ¿Pero cómo conseguiría un navio? No en Genova. No después de que el barco que le habían confiado se hubiera hundido. Además, los barcos genoveses no eran lo bastante rápidos, y eran torpes en las aguas abiertas del océano.

Dios lo había traído a las costas portuguesas, y los portugueses eran los grandes marinos, los atrevidos exploradores del mundo. ¿No sería virrey de reyes? Encontraría un medio de encontrar el apoyo del rey de Portugal. Y si no, otro rey, o algún otro hombre que no fuera rey. Tendría éxito, pues Dios estaba con él.

Diko detuvo la grabación.

—¿Queréis verla otra vez?

—Querremos verla muchas veces —dijo Tagiri—. Pero no en este momento.

—Ése no era Dios —comentó Kemal.

—Espero que no —dijo Hassan—. No me gustó ver la Trinidad cristiana. La encontré… decepcionante.

—Muestre esto en cualquier lugar del mundo árabe y los disturbios no cesarán hasta que todas las instalaciones de Vigilancia del Pasado a su alcance hayan sido destruidas —dijo Kemal.

* A partir de aquí, el texto original inglés nombra al personaje Columbus y no Cristóforo, en alusión al significado religioso. En la traducción se le llamará Colón. (N. del T.)

—Como decía usted, Kemal —repuso Tagiri—, no era Dios. Porque esa visión no fue visible sólo para Colón. Todas las otras grandes visiones de la historia han sido completamente subjetivas. Hemos visto ésta, pero no con el tempovisor.

Sólo el TruSite II fue capaz de detectarla, y ya sabemos que el TruSite II puede hacer que la gente del pasado vea a aquellos que están observando.

—¿Uno de nosotros? ¿El mensaje fue enviado por Vigilancia? —preguntó Kemal, enfadado ya por la idea de que uno de ellos jugueteara con la historia.

—Uno de nosotros no —dijo Diko—. Nosotros vivimos en el mundo donde Colón navegó hacia poniente e hizo que Europa destruyera o dominara toda América. En las horas pasadas desde que vi esto, he advertido una cosa: esta visión creó nuestro tiempo. Ya sabemos que el viaje de Colón lo cambió todo. No sólo porque alcanzó las Indias Occidentales, sino porque cuando regresó estaba lleno de historias absolutamente creíbles de cosas que no había visto. De oro, de grandes reinos. Y ahora sabemos por qué. Navegó hacia el oeste siguiendo las órdenes de Dios, y Dios le había dicho que encontrara esas cosas. Así que tuvo que informar de su hallazgo, tuvo que creer que el oro y los grandes reinos iban a ser encontrados, aunque no tuviera ninguna prueba, porque Dios le había dicho que estaban allí.

—Si no es uno de nosotros, ¿entonces quién lo hizo? —preguntó Hassan.

Kemal se rió desagradablemente.

—Fue uno de nosotros, obviamente. O, más bien, uno de ustedes.

—¿Está diciendo que creamos esto como un truco? —dijo Tagiri.

—En absoluto. Pero miren a su alrededor. Ustedes son la gente de Vigilancia que está dispuesta a alcanzar el pasado y mejorar las cosas. Así que digamos que en otra versión de la historia, otro grupo dentro de una iteración previa de Vigilancia descubrió que podían cambiar el pasado, y lo hicieron. Digamos que decidieron que el acontecimiento más terrible de su historia fue la última cruzada, la liderada por el hijo de un tejedor genovés. ¿Por qué no? En esa historia, Colón dirigió su implacable ambición hacia el objetivo que tenía justo antes de esta visión. Llega a la orilla e interpreta su supervivencia como un favor de Dios. Persigue la cruzada para liberar Constantinopla con el mismo celo, la misma inflexibilidad que le hemos visto en su otra misión. Con el tiempo, dirige un ejército en una guerra sangrienta contra el turco. ¿Y si gana? ¿Y si destruye a los turcos seljuk, y luego sigue hacia todas las tierras musulmanas, causando matanzas y destrucción a la manera europea normal? La gran civilización musulmana podría resultar destruida, y con ella quién sabe qué grandes tesoros de conocimiento. ¿Y si la cruzada de Colón fuera vista como el peor acontecimiento en toda la historia… y la gente de Vigilancia del Pasado decidiera, como ustedes, que deben mejorar las cosas? El resultado es nuestra historia. La devastación de las Américas. Y el mundo dominado por Europa de igual forma.

Los demás lo miraron, incapaces de decir nada.

—¿Quién dice que el cambio que esta gente efectuó no acabó con peores resultados que los acontecimientos que trataban de evitar? —Kemal les sonrió con malicia—. La arrogancia de aquellos que desean jugar a ser Dios. Y eso es exactamente lo que hicieron, ¿no? Jugaron a ser Dios. O la Trinidad, para ser exactos. La paloma fue un buen detalle. Sí, por supuesto, observen esta escena un millar de veces. Y cada vez que vean a esos pobres actores fingiendo ser la Trinidad, engañando a Colón para que se aparte de su cruzada y se embarque en un viaje al oeste que devastó un mundo, espero que se vean a ustedes mismos. Fue gente como ustedes la que causó todo ese sufrimiento.