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—Es buena cosa que seáis viudo. Sé que es una crueldad decirlo, pero si la reina supiera que estáis casado, su interés en vos se reduciría.

—Ella está casada —dijo Colón—. ¿Qué queréis decir con eso?

—Quiero decir que cuando un hombre está casado, ya no es tan fascinante para las mujeres. Ni siquiera para las mujeres casadas. ¡Sobre todo para las mujeres casadas, ya que consideran que saben cómo son los maridos!

—Los hombres, por otro lado, no se dejan preocupar por esta aberración —añadió el padre Antonio—. Juzgando por mis confesiones, al menos, diría que a los hombres les fascinan más las mujeres casadas que las solteras.

—Entonces la reina y yo estamos destinados a fascinarnos mutuamente —dijo Colón secamente.

—Eso creo —respondió el padre Pérez con una sonrisa— pero vuestra amistad será pura, y los hijos de vuestra unión serán carabelas con el viento del este en la popa.

—Fe para las mujeres, pruebas para los hombres —dijo el padre Antonio—. ¿Significa eso que el cristianismo es para las mujeres?

—Digamos más bien que el cristianismo es para los fieles, y por eso hay más cristianos verdaderos entre las mujeres que entre los hombres.

—Pero sin comprensión no puede haber fe —dijo el padre Antonio—, y por eso queda en el terreno de los hombres.

—Está la comprensión de la razón, en la que los hombres destacan, y la comprensión de la compasión, en la que las mujeres son muy superiores. ¿Qué pensáis que da paso a la fe?

Colón los dejó discutiendo sobre el tema y terminó sus preparativos para el viaje a Córdoba, donde los reyes habían establecido su corte mientras continuaban su guerra más o menos permanente contra los moros. Toda aquella charla sobre lo que las mujeres quieren y necesitan y admiran era ridícula, lo sabía… ¿qué podían saber de las mujeres unos sacerdotes célibes? Pero claro, Colón había estado casado y no sabía nada sobre ellas, y el padre Pérez y el padre Antonio habían oído las confesiones de muchas mujeres. Así que tal vez sabían.

«Felipa creía en mí —pensó Colón—. No le daba ninguna importancia, pero ahora comprendo que la necesitaba, que dependía de ella para eso. Creyó en mí aunque no comprendía mis argumentos. Tal vez el padre Pérez tiene razón y las mujeres pueden ver más allá de lo superficial y comprender el meollo más profundo de la verdad. Quizá Felipa veía la misión que la Santísima Trinidad puso en mi corazón, y eso la hizo apoyarme a pesar de todo. Quizá la reina Isabel lo verá también, y como es una mujer en un lugar normalmente reservado a los hombres, podrá volver el curso del destino para permitirme cumplir la misión de Dios.»

A medida que oscurecía, Colón se fue sintiendo más solitario, y por primera vez que pudiera recordar, echó de menos a Felipa y quiso tenerla a su lado. «Nunca comprendí lo que me diste —le dijo, aunque dudaba que pudiera oírlo. ¿Pero por qué no podía? Si los santos pueden oír las oraciones, ¿por qué no las esposas?—. Y si ella no me escucha ya (¿por qué iba a hacerlo?), sé que estará escuchando las oraciones de Diego.»

Con este pensamiento recorrió el monasterio iluminado por las antorchas hasta que llegó a la pequeña celda donde dormía Diego. Colón lo cogió en brazos y lo llevó a su propia habitación, a su cama más grande, y allí se acostó, con su hijo acurrucado. «Estoy aquí con Diego —dijo en silencio—

¿Me ves, Felipa? ¿Me oyes? Ahora te comprendo un poco —le dijo a su esposa muerta—. Ahora conozco la grandeza del regalo que me diste. Gracias. Y si tienes alguna influencia en el cielo, toca el corazón de la reina Isabel. Deja que ella vea en mí lo que tú viste. Deja que me ame una décima parte de lo que tú lo hiciste y tendré mis barcos y Dios llevará la cruz a los reinos de Oriente.»

Diego se agitó, y Colón le susurró:

—Sigue durmiendo, hijo mío. Sigue durmiendo.

Diego se acurrucó contra él, y no se despertó.

Hunahpu caminaba con Diko por las calles de Juba como si pensara que los niños desnudos y las chozas de paja fueran la forma más natural de vivir; ella nunca había visto un visitante de fuera de la ciudad que no hiciera comentarios, que no formulara preguntas. Algunos pretendían aparentar indiferencia, y preguntaban si la paja utilizada para las chozas era local o importada, o alguna otra tontería que realmente fuera una forma de dar rodeos para decir: ¿De verdad viven ustedes así? Pero Hunahpu no parecía pensar nada de eso, aunque ella advertía que sus ojos lo abarcaban todo.

Dentro de Vigilancia del Pasado, naturalmente, todo sería familiar, y cuando llegaron a su estación Hunahpu inmediatamente se sentó ante su terminal y empezó a recuperar archivos. No había pedido permiso, pero ¿por qué habría de hacerlo? Si estaba allí para enseñarle a ella algo, ¿por qué debería solicitar el uso de lo que ella obviamente pretendía que utilizara? No estaba siendo descortés. De hecho, había dicho que estaba aterrado. ¿Podría ser esta tranquilidad, esta impasibilidad la forma en que trataba con el miedo? ¡Tal vez si se relajara de verdad, parecería más tenso! Riendo, bromeando, mostrando emociones, reaccionando. Quizá sólo parecía completamente en paz cuando sentía temor.

—¿Cuánto sabe ya? —preguntó—. No quiero desperdiciar tiempo exponiendo un material con el que ya está familiarizada.

—Sé que los mexica llegaron a su cima imperial con la conquista de Ahuitzotl. Eso demostró esencialmente los límites prácticos del imperio mesoamericano. Las tierras conquistadas estaban tan lejos que Moctezuma II tuvo que reconquistarlas, y aun así siguieron sin permanecer en su poder.

—¿Y sabe por qué ésos fueron los límites?

—Por el transporte —dijo ella—. Estaba demasiado lejos, era demasiado difícil abastecer a un ejército. La mayor hazaña de los guerreros aztecas fue hacer la conexión con Soconusco, en la costa del Pacífico. Y eso sólo funcionó porque no sacrificaron a sus víctimas en Soconusco, sino que comerciaron con los nativos. Fue más una alianza que una conquista.

—Ésos fueron los límites en el espacio —replicó Hunahpu—. ¿Qué hay de los límites sociales y económicos?

Ella sintió como si la estuvieran examinando. Pero él tenía razón: si probaba primero sus conocimientos, sabría hasta qué grado podía profundizar en lo que importaba, los nuevos hallazgos que responderían a la gran pregunta de por qué la Intervención había encomendado a Colón la misión de navegar hacia el oeste.

—Económicamente, el culto mexica de los sacrificios era contraproducente. Mientras seguían conquistando nuevas tierras, tomaban tantos cautivos de la guerra que el territorio cercano podía mantener una fuerza de trabajo suficiente para proporcionar comida. Pero en cuanto empezaron a volver de las batallas con veinte o treinta cautivos en vez de con dos o tres mil, se enfrentaron a un dilema. Si realizaban sus sacrificios en los territorios cercanos que ya controlaban, la producción de alimento bajaría. Pero si dejaban a esos hombres en los campos, tendrían que reducir sus sacrificios, lo que significaría aún menos poder en la batalla, aún menos favor del dios del estado… ¿cómo se llamaba?

—Huitzilopochtli —dijo Hunahpu.

—Bueno, decidieron aumentar los sacrificios. Como una especie de prueba de fe. Así que la producción cayó y hubo hambre. Y los pueblos que gobernaban se inquietaron más y más por los sacrificios, aunque todos creían en la religión, porque en los viejos tiempos, antes de los mexica con su culto a Witsil… Huitzil…

—Huitzilopochtli.

—Sólo había unos pocos sacrificios cada vez, comparativamente hablando. Tras la guerra ceremonial, o incluso después de la guerra de la estrella. Y después de los juegos de pelota. Los mexica, con sus prolíficos sacrificios, eran nuevos. La gente odiaba eso. Las familias estaban siendo destrozadas y, como se sacrificaba a tanta gente, ya no parecía haber ningún honor sagrado en ello.