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—Posiblemente —dijo Diko.

—Probablemente —incidió Hunahpu—. Y está también esto: los tlaxcalanos dominaban ya Huexotzingo y Cholula… pequeñas ciudades cercanas, pero eso nos da una idea de su imperio. ¿Y qué hicieron? Interfirieron en la política interna de sus estados sometidos hasta un grado con el que nunca soñaron los mexica. No estaban obteniendo sólo tributos y víctimas para sus sacrificios, estaban estableciendo un gobierno centralizado con rígido control sobre los gobiernos de las naciones conquistadas. Un verdadero imperio políticamente unificado, en vez de una red dispersa de tributos. Ésta es la innovación que hizo tan poderosos a los asirios, y que fue copiada después por todos los imperios de éxito. Los tlaxcalanos han hecho por fin el mismo descubrimiento dos mil años más tarde. Pero piensen en lo que hizo por los asirios e imaginen ahora lo que hará para Tlaxcala.

—Muy bien —dijo Diko—. Déjeme llamar a mis padres.

—Pero no he acabado todavía.

—Atendí su presentación para ver si merecía la pena invertir tiempo con usted. Lo merece. Obviamente, estaban sucediendo muchas más cosas en Mesoamérica de lo que nadie ha pensado, porque todo el mundo estaba estudiando a los mexica y nadie buscaba estados sucesores. Su investigación es claramente productiva, y gente con mucha más autoridad que yo tendrá que ver esto.

De repente, el ánimo y el entusiasmo de Hunahpu desaparecieron, y se volvió de nuevo tranquilo y estoico. Diko pensó: eso significa que otra vez tiene miedo.

—No se preocupe —dijo—. Estarán tan interesados como yo.

Él asintió.

—¿Cuándo será, pues?

—Mañana, espero. Vaya a su habitación, duerma. El restaurante del hotel le atenderá, aunque dudo que tengan gran cosa en comida mexicana, así que espero que se contente con la cocina internacional estándar. Le llamaré por la mañana para explicarle nuestro plan de trabajo.

—¿Qué hay de Kemal?

—Creo que no querrá perdérselo.

—Porque ni siquiera he llegado al tema del transporte.

—Mañana —dijo Diko.

Los otros se marchaban ya, aunque algunos se retrasaban, esperando una oportunidad para hablar con Hunahpu cara a cara. Diko se volvió hacia ellos.

—Dejémoslo dormir. Todos estáis invitados a la presentación de mañana, ¿así que para qué hacer que diga cosas esta noche que contará mañana a todo el mundo?

Le sorprendió oír a Hunahpu reír. No lo había oído hacerlo antes, y se volvió hacia él.

—¿Qué tiene tanta gracia?

—Pensé que cuando me interrumpió fue porque no me creía y estaba siendo amable con promesas de reuniones con Tagiri y Hassan y Kemal.

—¿Por qué piensa eso, cuando le dije que consideraba que era importante? —A Diko le ofendía que él pensara que estaba mintiendo.

—Porque nunca antes he conocido a nadie que hiciera lo de usted. Detener una presentación que considerara importante.

Ella no comprendía.

—Diko —dijo él—, la mayoría de la gente sólo quiere saber algo que sus superiores no saben. Saber las cosas primero. ¿Aquí tiene la oportunidad de oírlo todo antes y lo detiene? ¿Espera? Y no sólo eso: ¿promete a otros que están por debajo de su jerarquía que pueden estar también presentes?

—Así es como funcionamos en Vigilancia del Pasado. La verdad seguirá siendo verdad mañana, y todo el mundo que necesite saberla tiene el mismo derecho.

—Así son las cosas en Juba —la corrigió Hunahpu—. O tal vez así funcionan las cosas en la casa de Tagiri. Pero en el resto del mundo, la información es una moneda, y la gente está ansiosa por adquirirla y tiene cuidado de cómo la gasta.

—Bueno, supongo que entonces nos hemos sorprendido mutuamente.

—¿La he sorprendido yo?

—Es bastante hablador —dijo ella.

—Con mis amigos.

Ella aceptó el cumplido con una sonrisa. La que él devolvió fue cálida y aún más valiosa, por ser tan rara.

Santángel supo desde el momento en que Colón empezó a hablar que no iba a tratarse del típico cortesano que suplicaba unas prebendas. Para empezar, no había ningún atisbo de fanfarronería, de jactancia en el hombre. Su cara parecía más joven de lo que sugerían sus ondulantes cabellos blancos, lo que le proporcionaba un aspecto sin edad, como de duende. Sin embargo, lo que cautivaban eran sus modales. Hablaba en voz baja, de forma que la corte entera tuvo que guardar silencio para permitir que los reyes lo escucharan. Y aunque miraba por igual a Fernando e Isabel, Santángel advirtió de inmediato que este hombre sabía quién era a quien tenía que contentar, y no era Fernando.

Fernando no albergaba ningún sueño de cruzada; trabajaba para conquistar Granada porque era suelo español, y su sueño era una España única y unida. Sabía que no se conseguiría en un momento. Trazaba sus planes con paciencia. No tenía que abrumar a Castilla; era suficiente haberse casado con Isabel, sabiendo que en sus hijos las coronas se unirían para siempre. Mientras tanto le daba a ella mayor libertad de acción en su reino con tal de que los movimientos militares quedaran bajo su sola dirección. Mostraba la misma paciencia en la guerra con Granada, sin arriesgar jamás sus ejércitos en batallas a todo o nada. Prefería asediar, amagar, maniobrar, subvertir, confundir al enemigo, que sabía que pretendía destruirlos pero nunca encontraba el momento para plantar sus tropas y detenerlo. Expulsaría a los moros de España, pero lo haría sin destruir a España en el proceso.

Isabel, sin embargo, era más cristiana que española. Se unió a la guerra contra Granada porque quería que el territorio quedara bajo la ley cristiana. Hacía tiempo que presionaba para conseguir la purificación de España expulsando a todos los no cristianos; la impacientaba el hecho de que Fernando no la dejara expulsar a los judíos hasta que los moros fueran derrotados.

—Un infiel cada vez —decía él, y ella consentía, pero se impacientaba con la espera, sentía la presencia de los no cristianos en España como una piedra en su zapato.

Así que cuando este Colón empezó a hablar de grandes reinos e imperios al este, donde el nombre de Cristo nunca había sido pronunciado en voz alta, sino que vivía solamente como un sueño en los corazones de aquellos que ansiaban el bien, Santángel supo que esas palabras quemarían como una llama el corazón de Isabel aunque dejaran dormido a Fernando. Cuando Colón empezó a decir que aquellas naciones paganas eran responsabilidad especial de España, «pues estamos más cercanos a ellos que cualquier otra nación cristiana excepto Portugal, y los portugueses se han propuesto el viaje más largo posible en vez del más corto, rodeando África en vez de internarse al oeste por el estrecho océano que nos separa de millones de almas que se unirán bajo los estandartes de la España cristiana», la reina empezó a mirarlo con embeleso, sin parpadear.

Santángel no se sorprendió cuando Fernando se excusó y dejó que su esposa continuara sola la entrevista. Sabía que el rey asignaría inmediatamente consejeros para que examinaran a Colón por él, y el proceso no sería sencillo. Pero este Colón… Al oírlo, Santángel no podía sino creer que si alguien podía tener éxito en esa loca empresa, era ese hombre. Era un mal momento para tratar de montar una expedición exploradora. España estaba en guerra; todos los recursos del reino iban dirigidos a expulsar a los moros de Andalucía. ¿Cómo podía la reina financiar un viaje semejante? Santángel recordaba bien la furia en los ojos del rey cuando escuchó las cartas de Don Enrique, el duque de Sidonia, y de Don Luis de la Cerda, el duque de Medina.