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Lo que Colón no sabía, lo que no sabía ninguno de ellos, era lo profundamente que sus palabras habían tocado el alma de Talavera. ¡Una cruzada para liberar Constantinopla! ¡Romper el poderío del turco! ¡Clavar un cuchillo en el corazón del Islam! En unas cuantas frases Colón había obligado a Talavera a ver la vida desde una nueva luz. Todos estos años los había dedicado a la causa de España por bien de Cristo, y de pronto se daba cuenta de que, comparada con la de Colón, su fe era infantil. «Colón tiene razón: si servimos a Cristo, ¿por qué perseguimos ratones cuando el gran toro de Satán corre suelto por la más grande ciudad cristiana?»

Por primera vez en años, Talavera advirtió que servir al rey y a la reina podría no ser lo mismo que servir a la causa de Cristo. Advirtió que por primera vez en su vida estaba en presencia de alguien cuya devoción por Cristo bien podría igualarse a la suya propia. «Tan grande fue mi orgullo —pensó Talavera—, que tardé todos estos años en verlo.

»Y en estos años, ¿qué he hecho? He mantenido a Colón atrapado aquí, dándole esperanzas, manteniendo abierto el debate año tras año, todo porque tomar una decisión podría debilitar la relación entre Aragón y Castilla. Sin embargo, ¿y si es Colón, y no Fernando e Isabel, quien comprende lo que servirá mejor a la causa de Cristo? ¿Cómo se compara la purificación de España con la liberación de todas las antiguas tierras cristianas? Y con el poder del Islam roto, ¿qué impediría entonces que la Cristiandad se extendiera para cubrir el mundo?»

Si tan sólo Colón hubiera acudido a ellos con un plan de cruzada en vez de ese extraño viaje al oeste… El hombre era elocuente, enérgico, y había algo en él que impulsaba a estar de su lado. Talavera lo imaginó yendo de rey en rey, de corte en corte. Bien podría haber convencido a los monarcas de Europa para unirse en una causa común contra el turco.

En cambio, Colón parecía seguro de que la única manera de provocar tal cruzada era establecer una conexión rápida y directa con los grandes reinos de Oriente. Bien, ¿y si tenía razón? ¿Y si Dios había puesto esta visión en su mente? Sin duda, no era algo que un hombre inteligente hubiera pensado por su cuenta… el plan más racional era navegar rodeando África, como hacían los portugueses. ¿Pero no era también eso una especie de locura? ¿No eran los antiguos escritores quienes habían asumido que África se extendía hasta el polo sur, y que no había modo de rodearla? Sin embargo, los portugueses habían perseverado, bajando más y más no importaba cuan al sur navegaran, y África estaba siempre allí, extendiéndose aún más allá de lo que habían imaginado. Sin embargo, hacía un año que Dias había regresado por fin con la buena nueva: habían rodeado un cabo y encontrado que la costa se extendía al este, no al sur; y luego, después de cientos de millas, decididamente se extendía al noreste y luego al norte. Habían rodeado África. Y de pronto la irracional persistencia de los portugueses era ampliamente reconocida como racional, después de todo.

¿No podría suceder lo mismo con los irracionales planes de Colón? Sólo que en vez de un viaje de largos años, su ruta al Oriente produciría riquezas mucho más rápido. ¡Y su plan, en vez de enriquecer a un país diminuto e inútil como Portugal, acabaría consiguiendo que la Iglesia de Cristo llenara el mundo entero!

Así que ahora, en vez de pensar cómo estirar el examen a Colón, esperando a que los deseos de los monarcas se resolvieran, Talavera permanecía sentado en su austera cámara tratando de pensar cómo forzar el tema. Lo que sin duda no podía hacer era anunciar de repente, después de tantos años, sin nuevos argumentos significativos, que el comité decidía a favor de Colón. Maldonado y sus seguidores protestarían directamente a los hombres del rey y se produciría una lucha por el poder. La reina, casi con toda certeza, perdería en una pugna abierta, ya que su apoyo por parte de los señores del reino se debía en gran parte al hecho de que éstos consideraban que «pensaba como un hombre». Estar en franco desacuerdo con el rey contradiría esa idea. Así, el apoyo abierto a Colón provocaría divisiones y probablemente cancelaría el viaje.

«No —pensó Talavera—, lo único que no puedo hacer es apoyar a Colón. ¿Entonces qué puedo hacer?

»Puedo liberarlo. Puedo terminar el proceso y dejar que se marche a ver a otro rey, a otra corte.» Talavera sabía bien que los amigos de Colón habían hecho discretas averiguaciones en las cortes de Francia e Inglaterra. Una vez que los portugueses habían conseguido su hazaña de hallar una ruta africana al Oriente, podrían permitirse una pequeña expedición al oeste. Sin duda la ventaja portuguesa para comerciar con Oriente sería envidiada por otros reyes. Colón podría tener éxito en cualquier parte. Así que pasara lo que pasara, debía poner fin al examen inmediatamente.

¿Pero no podía haber también un medio de acabar con el examen y sin embargo volver las cosas para ventaja de los partidarios de Colón?

Con un plan a medio formar en la mente, Talavera envió a la reina una nota solicitando una audiencia secreta con ella para tratar del tema de Colón.

Tagiri no comprendía su propia reacción ante la noticia del éxito de los científicos que trabajaban en el viaje en el tiempo. Debería estar contenta. Debería estar alegrándose de que su gran obra pudiera ser conseguida, físicamente. Sin embargo, desde la reunión con el equipo de físicos, matemáticos e ingenieros que trabajaban en el proyecto, se había sentido molesta, enfadada, asustada. Lo opuesto de lo que esperaba.

Sí, decían, podemos enviar al pasado a una persona. Pero si lo hacemos no hay ninguna posibilidad, absolutamente ninguna, de que nuestro presente sobreviva en ninguna forma. Enviar a alguien al pasado es el fin de nosotros mismos.

Fueron muy pacientes, tratando de explicar física temporal a unos historiadores.

—Si nuestro tiempo es destruido —preguntó Hassan—, ¿entonces no destruirá eso también a la misma gente que enviemos atrás? Si ninguno de nosotros llega a nacer jamás, entonces la gente que enviemos no habrá nacido tampoco, y por tanto nunca podrán haber sido enviados.

No, explicaron los físicos, estás confundiendo causalidad con tiempo. El tiempo en sí, como fenómeno, es completamente lineal y unidireccional. Cada momento sucede sólo una vez, y pasa al siguiente momento. Nuestras memorias agarran esta forma de fluir del tiempo y en nuestras mentes las relacionamos con la causalidad. Sabemos que si A causa B, entonces A debe venir antes de B. Pero no hay nada en la física del tiempo que lo requiera. Piensa en lo que hicieron vuestros predecesores. La máquina que enviaron atrás en el tiempo fue el producto de un largo entramado causal. Esas causas eran todas reales y la máquina existió de verdad. Enviarla atrás en el tiempo no deshizo ninguno de los acontecimientos que llevaron a la creación de esa máquina. Pero en el momento en que la máquina causó que Colón tuviera su visión en la playa de Portugal, empezó a transformar el entramado causal de modo que ya no condujo al mismo lugar. Todas esas causas y efectos existieron realmente… las que llevaron a la creación de la máquina, y las que siguieron a la introducción de la máquina en el siglo quince.

—Pero entonces están diciendo que su futuro todavía existe —protestó Hunahpu.

Eso depende de cómo definas la existencia, explicaron ellos. Como parte del entramado causal que lleva al momento presente, sí, continúan existiendo en el sentido en que toda parte de su entramado causal que condujo a la existencia de su máquina en nuestro tiempo sigue teniendo efectos en el mundo presente. Pero todo lo periférico o irrelevante a eso carece ahora por completo de efecto en nuestra corriente temporal. Y todo lo de su historia que la introducción de la máquina en la nuestra causó que no sucediera está completa e irrevocablemente perdido. No podemos volver a nuestro pasado y verlo porque no sucedió.