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Suspiró.

—Pero ni siquiera el poder de las reinas es infinito. No tenía barcos que ofrecer y el coste de decir que sí al instante habría sido demasiado grande. Ahora Talavera ha decidido, y me temo que esté a punto de cerrar una puerta cuya llave sólo se me habrá dado en esa ocasión. Ahora pasará a otra mano y yo lo lamentaré para siempre.

—El cielo no puede condenar a vuestra majestad por no hacer lo que no estaba en su mano —dijo Doña Felicia.

—No me preocupa en este momento la condenación del cielo. Eso es algo entre mis confesores y yo.

—Oh, majestad, no quise decir que os enfrentarais a ningún tipo de condena del…

—No, no, Doña Felicia, no os preocupéis. No considero vuestra observación más que como una amabilísima muestra de confianza.

Felicia, aún agitada, se levantó para atender a la puerta. Era el padre Talavera.

—¿Queréis esperar junto a la puerta, Doña Felicia? —preguntó Isabel.

Talavera hizo un reverencia sobre su mano.

—Majestad, estoy a punto de pedir al padre Maldonado que escriba el veredicto.

El peor resultado posible. Isabel oyó la puerta del cielo cerrarse con fuerza a sus espaldas.

—¿Por qué hoy precisamente? —le preguntó—. ¿Lleváis todos estos años examinando a ese Colón y de repente hoy es una emergencia que debe ser decidida de inmediato?

—Creo que sí.

—¿Y por qué es eso?

—Porque la victoria en Granada se acerca.

—Oh, ¿os ha hablado Dios de eso?

—Vos también lo sentís. No Dios, naturalmente, sino su majestad el rey. Hay nueva energía en él. Está haciendo el esfuerzo final y sabe que tendrá éxito. El verano próximo. A finales de 1491, toda España estará libre del moro.

—¿Y eso significa que debéis resolver el asunto del viaje de Colón ahora?

—Significa que alguien que desea hacer algo tan audaz debe a veces proceder con mucha cautela. Imaginad, si queréis, qué ocurriría si nuestro veredicto fuera positivo. Adelante, majestad, decimos. Este viaje es digno de éxito. ¿Y entonces qué? De inmediato Maldonado y sus amigos buscarán los oídos del rey y criticarán el viaje. Y hablarán con muchos otros, de modo que el viaje pronto será considerado una locura. En particular, la locura de Isabel.

Ella alzó una ceja.

—Sólo digo lo que sin duda se dirá por parte de los corazones maliciosos. Ahora imaginad que se alcanzara el veredicto cuando la guerra termine, y su majestad el rey pueda dedicar toda su atención al asunto. El tema del viaje podría fácilmente convertirse en un obstáculo en las relaciones entre los dos reinos.

—Ya veo que, según vuestra opinión, apoyar a Colón será desastroso —dijo ella.

—Ahora imaginad, majestad, que el veredicto es negativo. De hecho, que el propio Maldonado lo escribe. A partir de ese punto, Maldonado no tiene nada de lo que chismorrear. No habrá comentarios.

—Tampoco habrá viaje alguno.

—¿No lo habrá? —preguntó Talavera—. Imagino un día en que una reina podría decirle a su esposo: «El padre Talavera vino a verme, y acordamos en que el padre Maldonado debería escribir el veredicto.»

—Pero yo no estoy de acuerdo.

—Imagino a esta reina diciéndole a su esposo: «Acordamos que Maldonado escribiera el veredicto porque sabemos que la guerra con Granada es la preocupación más vital de nuestro reino. No queremos distraeros, ni a vos ni a nadie, de esta santa cruzada contra el moro. Con toda certeza, no queremos dar al rey Juan de Portugal motivos para pensar que estamos planeando ningún viaje por aguas que considera propias. Necesitamos su completa amistad durante esa lucha final con Granada. Así que, aunque en mi corazón no quiero más que aprovechar la oportunidad y enviar a Colón al oeste, para que lleve la cruz a los grandes reinos de Oriente, he descartado este sueño.»

—Qué reina tan elocuente habéis imaginado —dijo Isabel.

—Toda controversia muere. El rey ve a la reina como una estadista de gran sabiduría. También ve el sacrificio que ha hecho por sus reinos y la causa de Cristo. Ahora imaginad que pasa el tiempo. La guerra se gana. En la alegría de la victoria, la reina acude al rey y dice: «Veamos ahora si ese Colón todavía quiere navegar hacia poniente.»

—Y él dirá: «Pensaba que ese asunto estaba resuelto. Creía que los examinadores de Talavera habían puesto fin a todas esas tonterías.»

—Oh, ¿dice eso? —repuso Talavera—. Por fortuna, la reina es bastante hábil y dice: «Oh, pero sabéis que Talavera y yo acordamos que Maldonado escribiera el veredicto. Por bien del esfuerzo de guerra. El asunto nunca fue zanjado en realidad. Muchos de los examinadores pensaban que el proyecto de Colón era digno y tenía una buena posibilidad de éxito. ¿Quién puede saberlo? Lo averiguaremos enviando a Colón. Si vuelve con éxito, sabremos que tenía razón y enviaremos grandes expediciones de inmediato. Si regresa con las manos vacías, lo encarcelaremos por defraudar a la corona. Y si nunca regresa, no perderemos más tiempo con tales proyectos.»

—La reina que imagináis es tan seca —dijo Isabel—. Habla como un clérigo.

—Es mi punto débil. No he oído a suficientes grandes damas en conversaciones privadas con sus maridos.

—Creo que esta reina debería decirle a su esposo: «Si navega y no regresa jamás, habremos perdido un puñado de carabelas. Los piratas toman más que eso cada año. Pero si navega y tiene éxito, entonces con tres carabelas habremos conseguido más de lo que Portugal ha logrado en un siglo de caros y peligrosos viajes a lo largo de la costa africana.»

—Oh, tenéis razón, eso es mucho mejor. Este rey que imagináis tiene un agudo sentido de la competencia.

—Portugal es una espina en su costado —dijo Isabel.

—¿Así que estáis de acuerdo conmigo en que Maldonado debe escribir el veredicto?

—Olvidáis una cosa.

—¿Y cuál es?

—Colón. Cuando se produzca el veredicto, nos abandonará y se dirigirá a Francia o Inglaterra. O Portugal.

—Hay dos motivos por los que no lo hará, majestad.

—¿Y son?

—Primero, Portugal tiene a Dias y la ruta africana a las Indias, y da la casualidad de que sé que los primeros contactos de Colón con París y Londres, a través de intermediarios, no recibieron ningún apoyo.

—¿Ya ha recurrido a otros reyes?

—Después de los primeros cuatro años —dijo Talavera secamente—, su paciencia empezó a agrietarse un poco.

—¿Y el segundo motivo por el que Colón no abandonará España entre el veredicto y el final de la guerra con Granada?

—Será informado por carta del veredicto de los examinadores. Y esa carta, aunque no contendrá ninguna promesa, le dará a entender que cuando la guerra termine el asunto volverá a ser abierto.

—¿El veredicto cierra la puerta, pero la carta abre la ventana?

—Un poquito. Pero si conozco a Colón, esa leve rendija en la ventana será suficiente. Es un hombre de grandes esperanzas y gran tenacidad.

—¿He de entender, padre Talavera, que vuestro veredicto personal es a favor del viaje?

—En absoluto. Si tuviera que juzgar qué visión del mundo es más correcta, creo que estaría a favor de Ptolomeo y Maldonado. Pero serían suposiciones, porque nadie lo sabe y nadie puede saberlo con la información que ahora tenemos.

—¿Entonces por qué venís aquí hoy con todas esas sugerencias?

—Pienso en ellas como imaginaciones, majestad. No me atrevería a sugerir nada. —Sonrió—. Mientras los demás han estado tratando de determinar qué es correcto, yo he estado pensando más en la línea de lo que es bueno y adecuado. He estado pensando en san Pedro bajando de la barca y caminando sobre el agua.