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—El tío Bartolomé vino y me enseñó a hacerlo. He hecho un mapa del monasterio. ¡Hasta con las ratoneras!

Se rieron juntos mientras subían las escaleras.

—Esperamos y esperamos —dijo Diko—. Y no nos hacemos más jóvenes.

—Kemal sí —dijo Hunahpu—. Hace ejercicio constantemente. Olvidando sus otros estudios.

—Tiene que ser lo bastante fuerte para nadar bajo los barcos y colocar las cargas.

—Creo que deberíamos contar con un hombre más joven.

Diko sacudió la cabeza.

—¿Y si tiene un ataque al corazón, lo has pensado? Lo enviamos atrás en el tiempo para detener a Colón y se muere en el agua. ¿De qué nos sirve? Yo estaré entre los zapotecas. ¿Pondrás tú las cargas y mantendrás a Colón allí? ¿O regresará a Europa y hará que todos nuestros esfuerzos sean en balde?

—Sólo con ir conseguiremos algo. Estaremos infectados con los virus, recuérdalo.

—Para que el Nuevo Mundo sea inmune a la viruela y el sarampión. Y eso significa que más gente sobrevivirá para disfrutar de muchos años de esclavitud.

—Los españoles no estaban tan adelantados, tecnológicamente hablando. Y sin las plagas para hacerlos creer que los dioses han llegado, la gente no perderá valor. Hunahpu, no podemos evitar que las cosas mejoren un poco, al menos hasta cierto grado. Pero Kemal no fracasará.

—No —dijo Hunahpu—. Es como tu madre. Nunca menciona la muerte.

Diko se rió con amargura.

—Nunca la menciona, pero la planea todo el tiempo.

—¿Planea el qué?

—No ha hablado de ello durante años. Sólo se lo oí decir como un pensamiento a medio formar, y luego simplemente decidió hacerlo.

—¿Qué?

—Morir.

—¿Qué quieres decir?

—Estuvo hablando allá por… oh, hace una eternidad. Sobre cómo el hundimiento de un barco es una desgracia. Dos barcos es una tragedia. Tres barcos es un castigo de Dios. ¿Qué pasará si Colón piensa que Dios está contra él?

—Bueno, eso es un problema. Pero los barcos tienen que desaparecer.

—Escucha, Hunahpu. Él continuó. Dijo: «Si supieran que fue un turco quien voló los barcos. El infiel. El enemigo de Cristo.» Luego se echó a reír. Y después dejó de hacerlo.

—¿Por qué no lo mencionaste antes?

—Porque él decidió no hacerlo. Pero pensé que deberías comprender por qué no se toma en serio todos los otros aprendizajes. No espera vivir lo bastante para necesitarlos. Lo único que necesita es habilidad atlética, conocimiento de explosivos y suficiente español, latín o lo que sea que hablen los hombres de Colón para decirles que fue él quien voló los barcos, y que lo hizo en nombre de Alá.

—¿Y entonces se matará?

—¿Bromeas? Por supuesto que no. Dejará que los cristianos lo hagan.

—No será agradable.

—Pero irá derecho al cielo. Muerto por el Islam.

—¿De verdad es creyente? —preguntó Hunahpu.

—Eso piensa mi padre. Dice que cuanto más viejo te haces, más crees en Dios, no importa el rostro que tenga.

El doctor entró en la habitación, sonriendo.

—Todo muy excelente, como os dije. Vuestras cabezas están llenas de cosas interesantes. ¡Nadie en toda la historia ha contenido tanto conocimiento en su cabeza como vosotros y Kemal!

—Conocimiento y bombas de tiempo electromagnéticas —dijo Hunahpu.

—Sí, bueno, es cierto que cuando se dispare el mecanismo señalizador podría causar cáncer después de varias décadas de exposición. Pero no señalizará hasta dentro de cien años, así que pienso que sólo seréis huesos en la tierra y el cáncer no os resultará un gran problema.

Se echó a reír.

—Creo que es un morboso —dijo Hunahpu.

—Todos lo son —contestó Diko—. Es una de las asignaturas de la facultad de medicina.

—Salvad el mundo, jóvenes. Haced que sea un mundo nuevo y muy bueno para mis hijos.

Durante un horrible instante Diko pensó que el doctor no comprendía que, cuando se marcharan, sus hijos serían borrados, como todo el mundo en este tiempo condenado. Si tan sólo los chinos hicieran un esfuerzo por enseñar inglés a la gente para que así comprendieran lo que decía el resto del mundo…

Al ver la consternación en sus rostros, el médico volvió a echarse a reír.

—¿Creéis que soy tan listo que puedo poner huesos falsos en vuestros cráneos, pero tan tonto que no comprendo? ¿No sabéis que los chinos eran listos cuando todos los demás pueblos eran estúpidos? Cuando vayáis al pasado, jóvenes, decidle a toda la gente del nuevo futuro que son mis hijos. Y cuando oigan vuestros huesos falsos hablarles, entonces encontrarán los registros, sabrán de mí y de toda la otra gente. Así nos recordarán. Sabrán que somos sus antepasados. Es muy importante. Sabrán que somos sus antepasados, y nos recordarán.

Hizo una inclinación de cabeza y salió de la habitación.

—Me duele la cabeza —dijo Diko—. ¿No te parece que podrían darnos más drogas?

Santángel desvió la mirada de la reina y se fijó en sus libros, tratando de adivinar qué querían los monarcas de él.

—¿Puede permitirse el reino este viaje? ¿Tres carabelas, provisiones, una tripulación? La guerra con Granada ha terminado. Sí, el tesoro puede permitírselo.

—¿Fácilmente? —preguntó el rey Fernando.

Así que realmente esperaba detener el asunto por motivos financieros. Todo lo que Santángel tenía que decir era: «No, no fácilmente, ahora sería un sacrificio», y entonces el rey diría: «Esperemos pues a una ocasión mejor», y el tema nunca volvería a tocarse.

Santángel ni siquiera miró a la reina, pues un cortesano sabio nunca permitía que pareciera que, antes de poder contestar a uno de los monarcas, tenía que mirar al otro en busca de algún tipo de señal. Sin embargo, vio por el rabillo del ojo que ella se aferraba a los brazos del trono. «Le preocupa esto, —pensó—. Le concierne. Al rey no le importa. Le molesta, pero tampoco siente pasión por ello.»

—Majestad —dijo Santángel—, si tenéis alguna duda sobre la capacidad del tesoro para sufragar el viaje, me alegraré de subvencionarlo yo mismo.

Un susurro recorrió la corte, y luego se alzó un bajo murmullo. De un solo golpe, Santángel había cambiado todo el ambiente. Si había una cosa de lo que la gente estuviera segura era de que Luis de Santángel sabía cómo ganar dinero. Era uno de los motivos por los que el rey Fernando confiaba completamente en él en asuntos financieros. No tenía que engañar al tesoro para ser rico: era extravagantemente adinerado cuando llegó al cargo y tenía la habilidad de ganar aún más fácilmente sin tener que convertirse en un parásito de la corte real. Así que si se sentía tan entusiasmado por el viaje como para ofrecerse a sufragarlo él mismo…

El rey sonrió ligeramente.

—¿Y si aceptamos vuestra generosa oferta?

—Sería un gran honor si su majestad me permitiera relacionar mi nombre con el viaje del señor Colón.

La sonrisa del rey se desvaneció. Santángel sabía por qué. El rey era muy sensible a cómo lo percibía la gente. Ya era bastante malo que tuviera que pasarse la vida en este delicado equilibrio con una reina gobernante para asegurar una pacífica unificación de Castilla y Aragón cuando uno de ellos muriera. No le gustaba imaginar los chismorreos. El rey Fernando no pagaría el viaje. Sólo Luis de Santángel tenía la previsión de hacerlo.

—Vuestra oferta es generosa, amigo mío —dijo el rey—. Pero Aragón no escabulle su responsabilidad.

—Ni Castilla —dijo la reina. Sus manos se relajaron.

«¿Sabía que la noté tensa antes? ¿Fue una señal deliberada?»

—Reunid un nuevo consejo de examinadores —concluyó el rey—. Si su veredicto es positivo, concederemos a este viaje sus carabelas.