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La gente se quedó boquiabierta. Lo que Xoc demandaba no era la amabilidad de un señor hacia una esclava que planea liberar, sino el honor de un rey hacia la reina que engendrará sus hijos.

¿Qué debía hacer? ¿Quién habría imaginado, al ver el abyecto servilismo de Xoc durante sus meses de esclavitud, que tenía este tipo de ambición? ¿Qué pretendía conseguir? Hunahpu estudió su rostro y vio en él… ¿qué, desafío? Era como si la mujer hubiera sido capaz de ver a través de su charada y le desafiara a rechazarla.

Pero no, no era desafío. Era valentía ante el miedo. Claro que actuaba con osadía. Este hombre regio que decía venir de la tierra de los dioses era la primera oportunidad que tenía de alzarse sobre su miserable estado. ¿Quién podría reprocharle actuar como suelen hacerlo las personas desesperadas, agarrando la primera oportunidad de estirar la mano más allá de toda esperanza razonable? ¿Qué tenía que perder? En su desesperación, toda salvación había parecido imposible. ¿Entonces por qué no intentar ser reina, mientras este Un-Hunahpu parecía dispuesto a ayudarla?

«Es tan fea. Pero inteligente y valiente. ¿Por qué cerrar una puerta?»

Extendió la mano y le quitó la espina de hierro de la lengua.

—Que la verdad fluya eternamente de tu boca como ahora fluye la sangre. No soy ningún rey, y por tanto no tengo reina alguna. Pero como has mezclado tu sangre con la mía con esta última espina, prometo que durante el resto de tu vida escucharé cada día lo que quieras decirme.

Ella asintió con solemnidad mostrando en su rostro alivio y orgullo. Él le había dado la vuelta a su maniobra para ser su consorte, pero la había aceptado como consejera. Y mientras Hunahpu se arrodillaba y le pintaba los pies con la espina ensangrentada, no pudo evitar darse cuenta de que su vida había cambiado completamente y para siempre. Él la había hecho grande a los ojos de aquellos que la habían maltratado.

Tras ponerse en pie, Hunahpu colocó ambas manos sobre sus hombros y se acercó para poder susurrarle al oído.

—No busques la venganza ahora que tienes poder —dijo en maya puro, sabiendo que el dialecto nativo de ella era tan parecido que lo entendería bastante bien—. Gana mi respeto con tu generosidad y confianza.

—Gracias —respondió ella.

«Ahora de vuelta al guión original. Espero —pensó Hunahpu— que no haya muchas más sorpresas como ésta.»

Pero naturalmente las habría. La única opción sería improvisar. Sus planes tendrían que ser adaptados; sólo su propósito permanecería inalterable.

Alzó la voz por encima de la multitud.

—¡Que Bacab toque este metal! ¡Que Xocol-Ha-Man lo vea!

Los hombres avanzaron, lo estudiaron asombrados. De todas las espinas, era la única que no se doblaba, ni siquiera un poquito.

—Nunca he visto un metal tan fuerte —dijo Bacab.

—Negro —dijo Xocol-Ha-Man.

—Hay muchos reinos al otro lado del mar donde este metal es tan común como el cobre lo es aquí. Saben cómo fundirlo hasta que brilla blanco como la plata. Esos reinos conocen ya al rey de Xibalba, pero él les ha ocultado muchos secretos. Es la voluntad del rey de Xibalba que el reino de Xibalba-en-la-Tierra encuentre este metal y lo domine, si sois dignos de ello. Pero por ahora esta negra espina de metal permanecerá con Xoc, que antes fue una esclava, y acudiréis a ella o a sus hijos para comprobar si habéis encontrado el duro metal negro. La gente de tierras lejanas lo llama ferro y herró y iron y fer, pero vosotros lo llamaréis xibex, pues procede de Xibalba y sólo debe ser usado en servicio del rey.

La última de las espinas había sido arrancada ya de su cuerpo. Eso le hizo sentirse agradablemente liviano, como si su peso lo hubiera debilitado.

—Que esto sea ahora un signo para todos vosotros de que el rey de Xibalba toca a todos los hombres y mujeres del mundo. Esta aldea será asolada por la plaga, pero ninguno de vosotros morirá.

Esa predicción tenía un riesgo de fracaso: los inmunólogos dijeron que una de cada cien mil personas moriría. Si una de esas malas reacciones se producía en Atetulka, Hunahpu la resolvería bien. Y comparado con los millones de personas que murieron de viruela y otras enfermedades en la historia antigua, era un precio pequeño que pagar.

—La plaga avanzará desde esta aldea a cada tierra, hasta que toda la gente haya sido tocada por el dedo del rey. Y todos dirán: de Atetulka vino la enfermedad de los señores de Xibalba. Vino primero a vosotros, porque yo vine primero, porque el rey de Xibalba os eligió para que gobernéis el mundo. No como gobiernan los mexica, con sangre y crueldad, sino como gobierna el rey de Xibalba, con sabiduría y fuerza.

Ahora, el virus de inmunidad bien podría convertirse en parte del espectáculo divino.

Contempló sus rostros. Asombro y sorpresa, y aquí y allá, resentimiento. Bueno, eso era de esperar. La estructura de poder de la aldea iba a ser transformada muchas más veces antes de que esto terminara. De algún modo estas gentes se convertirían en dirigentes de un gran imperio. Sólo unos pocos estarían a la altura del desafío; muchos quedarían atrás, porque sólo eran adecuados para la vida en la aldea. No había ningún deshonor en eso, pero algunos se sentirían excluidos y heridos. Hunahpu intentaría enseñarles a contentarse con lo que podían hacer, enseñarles a enorgullecerse de los logros de los otros. Pero no podría cambiar la naturaleza humana. Algunos se irían a la tumba odiándolo por los cambios que había introducido. Y nunca podría decirles cómo hubieran acabado sus vidas si no hubiera interferido.

—¿Dónde vivirá Un-Hunahpu? —preguntó.

—¡En mi casa! —exclamó Na-Yaxhal de inmediato.

—¿Tomaré la casa del rey de Atetulka, cuando apenas ahora se está convirtiendo en un hombre? ¡Ha sido la casa de hombres-perro y mujeres! No, debéis construirme una casa, aquí, en este mismo sitio. —Hunahpu se sentó cruzado de piernas en el suelo—. No me moveré de este lugar hasta que tenga una nueva casa a mi alrededor. Y encima de mí tendré un techo de paja hecho con los techos de todas las casas de Atetulka. Na-Yaxhal, demuéstrame que eres un rey. Organiza a tu pueblo para que construya mi casa antes de que caiga la noche, y enséñales sus deberes lo bastante bien para que aquellos que la construyan lo hagan sin decir ni una palabra.

Era ya mediodía, pero por imposible que pareciera la tarea, Hunahpu sabía que tenían capacidad de sobra para hacerla. La historia de la construcción de la casa de Un-Hunahpu se extendería y haría que muchos otros creyeran que eran realmente dignos de ser la ciudad más grande entre las ciudades del nuevo reino de Xibalba-en-la-Tierra. Esas historias eran necesarias para forjar una nueva nación con voluntad de imperio. La gente debía tener una fe inquebrantable en su propio valor.

Y si no la terminaban antes del anochecer, Hunahpu simplemente encendería la cesta de luz y declararía que los señores de Xibalba estiraban el día con ese pedazo de sol para que pudieran acabarla. De cualquier forma, la historia sería buena.

La gente lo dejó rápidamente en paz mientras Na-Yaxhal los organizaba para la construcción. Cuando por fin pudo relajarse, Hunahpu sacó el desinfectante de una de las bolsas y lo aplicó a su pene herido. Contenía agentes para potenciar la cura y cicatrización: pronto la sangre quedaría reducida a un hilillo y cesaría. Las manos de Hunahpu temblaban mientras aplicaba el ungüento. No por dolor, pues aún no había comenzado, ni siquiera por la pérdida de sangre, sino por alivio tras la tensión de las ceremonias que acababan de terminar.

En retrospectiva, había sido tan sencillo asombrar a aquella gente como lo había imaginado cuando propuso el plan a los demás en el futuro perdido. Sencillo, pero Hunahpu nunca había estado tan asustado en su vida. ¿Cómo consiguió Colón crear tan osadamente un futuro? Sólo porque no sabía nada de lo mal que los futuros podían salir, decidió Hunahpu, sólo por ignorancia pudo dar forma al mundo con tanta intrepidez.