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Diko retiró con mucho cuidado los vendajes. La cura iba bien.

Pensó con tristeza en las pequeñas cantidades de antibiótico que le quedaban. Oh, bueno. Había tenido suficiente para esto, y con suerte no necesitaría más.

Los ojos de Cristóforo se movieron.

—Así que no vas a dormir eternamente después de todo —dijo Diko.

Los ojos se abrieron, y Colón trató de levantarse. Cayó de inmediato.

—Todavía estás débil. Los azotes fueron bastante malos, pero el viaje montaña arriba tampoco te hizo ningún bien. Ya no eres joven.

Él asintió débilmente.

—Vuelve a dormir. Mañana te sentirás mucho mejor.

Él sacudió la cabeza.

—Ve-en-la-Oscuridad…

—Puedes decírmelo mañana.

—Lo siento.

—Mañana.

—Eres una hija de Dios —dijo él. Le resultaba difícil hablar, encontrar aire, formar las palabras. Pero las formó—. Eres mi hermana. Eres cristiana.

—Mañana.

—No me importa el oro.

—Lo sé.

—Creo que has venido a mí enviada por Dios.

—He venido a ayudarte a hacer verdaderos cristianos de esta gente. Empezando por mí. Mañana empezarás a enseñarme la doctrina de Cristo, para que yo pueda ser la primera en ser bautizada en esta tierra.

—Entonces, por eso estoy aquí —murmuró él.

Ella le acarició el pelo, los hombros, la mejilla. Cuando volvía a hundirse en el sueño, le respondió con las mismas palabras.

—Por eso estoy aquí.

Pocos días después, los oficiales reales y varios hombres leales más encontraron el camino hasta Ankuash. Cristóforo, que ya era capaz de mantenerse en pie y caminar un poco cada día, puso a sus hombres a trabajar de inmediato, ayudando a los aldeanos con su labor, enseñándoles español y aprendiendo taino mientras lo hacían. Los grumetes aceptaron con bastante naturalidad este humilde trabajo. A los oficiales reales les resultó mucho más difícil tragarse su orgullo y trabajar junto con los aldeanos. Pero no había ninguna obligación. Cuando se negaban a ayudar, simplemente eran ignorados, hasta que por fin advirtieron que en Ankuash las viejas reglas jerárquicas ya no se aplicaban. Si no ayudabas, no importabas. Todos eran hombres que estaban decididos a importar. Escobedo fue el primero en olvidar su rango, y Segovia el último, pero eso era de esperar. Cuando más pesada era la carga del oficio, más difícil era soltarla.

Los mensajeros del valle traían noticias. Tras la marcha de los oficiales reales, Pinzón había aceptado el mando de la empalizada, pero el trabajo en la nueva nao pronto se detuvo, y se hablaba de que había peleas entre los españoles. Más hombres escaparon y llegaron a la montaña. Finalmente, estalló una refriega. Los disparos se oyeron desde Ankuash.

Esa noche llegó una docena de hombres a la aldea. Entre ellos se encontraba el propio Pinzón, herido en una pierna y llorando porque su hermano Vicente, capitán de la Niña, había muerto. Cuando su herida terminó de ser atendida, insistió en suplicar públicamente perdón al capitán general, cosa que Cristóforo concedió de buena gana.

Eliminada la última resistencia, las dos docenas de hombres que quedaban en el fuerte se aventuraron a salir para capturar algunos tainos, para convertirlos en esclavos o prostitutas. Fracasaron, pero dos tainos y un español murieron en la pelea. Guacanagarí envió a Diko un mensajero.

—Ahora los mataremos —dijo el mensajero—. Sólo quedan los malvados.

—Le dije a Guacanagarí que cuando llegara el momento estaría claro. Pero porque esperaste, sólo serán unos pocos, y los derrotarás fácilmente.

Los amotinados restantes que dormían confiados en la seguridad de su empalizada despertaron por la mañana y encontraron a sus guardianes muertos y el fuerte lleno de tainos armados y furiosos. Descubrieron que la amabilidad de los tainos era sólo una faceta de su carácter.

Cuando llegó el solsticio de verano de 1493, todo el pueblo de Ankuash había sido bautizado y se permitió a los españoles que habían aprendido suficiente taino para comunicarse bien que empezaran a cortejar a las mujeres de Ankuash o de otras aldeas. Igual que los españoles aprendían las costumbres tainas, también los aldeanos aprendían de los españoles.

—Están olvidándose de ser españoles —se quejó Segovia a Colón un día.

—Pero los tainos también se están olvidando de ser tainos —replicó Cristóforo—. Se están convirtiendo en algo nuevo, algo que el mundo ha visto rara vez antes.

—¿Y qué es eso? —demandó Segovia.

—No estoy seguro. Cristianos, creo.

Mientras tanto, Cristóforo y Ve-en-la-Oscuridad hablaban muchas horas cada día. Gradualmente él empezó a comprender que a pesar de todos los secretos que Diko conocía y todos los extraños poderes que parecía tener, no era un ángel ni ninguna otra clase de ser sobrehumano. Era una mujer, todavía joven, pero con mucho dolor y sabiduría en los ojos. Era una mujer y era su amiga. ¿Por qué debería sorprenderle eso? Era siempre gracias al amor de mujeres fuertes por lo que había encontrado las alegrías de su vida.

13

RECONCILIACIONES

Fue un encuentro que perduraría en la historia.

Cristóbal Colón era el europeo que había creado la Liga del Caribe, una confederación de tribus cristianas en todas las tierras que rodeaban el mar Caribe al este, norte y sur.

Yax era el rey zapoteca que, siguiendo la obra de su padre uniendo todas las tribus zapotecas y formando una alianza con el imperio tarascano, conquistó a los aztecas y llevó su sabiduría en la construcción de barcos y el uso del hierro al nivel cultural más alto conseguido en el hemisferio occidental.

Sus logros eran notablemente paralelos. Ambos hombres habían puesto fin a la prolífica práctica de los sacrificios humanos en las tierras que gobernaban. Ambos hombres habían adoptado formas de cristianismo que se fundieron fácilmente cuando se encontraron. Colón y sus hombres habían enseñado la navegación europea y algunas técnicas para construir barcos a los tainos y, cuando se convirtieron al cristianismo, también a los caribes. Con Yax, los barcos zapotecas comerciaban a todo lo largo y ancho de ambas costas del imperio. Aunque las islas caribes eran demasiado pobres en hierro para que igualaran los logros de los herreros taráscanos, cuando Colón y Yax unieron sus imperios en una sola nación todavía quedaban suficientes miembros de la tripulación española que sabían tratar el metal para ayudar a los taráscanos a dar el salto hacia la fabricación de armas de fuego.

Los historiadores contemplaban el encuentro en Chichén Itzá como el más grande momento de reconciliación de la historia. Imaginad lo que habría sucedido si Alejandro, en vez de conquistar a los persas, se hubiera unido a ellos. Si los romanos y los partos se hubieran convertido en una sola nación. Si los cristianos y musulmanes, si los mongoles y los chinos…

Pero eso era inimaginable. El único motivo por el que podían creer que fuera posible con la Liga del Caribe y el Imperio Zapoteca era que en efecto sucedió.

En la gran plaza central de Chichen Itzá, donde antiguamente se torturaban y sacrificaban seres humanos en ofrenda a los dioses mayas, el cristiano Colón abrazó al pagano Yax, y luego lo bautizó. Colón presentó a su hija y heredera, Beatriz Tagiri Colón, y Yax presentó a su hijo y heredero, Ya-Hunahpu Ipoxtli. Se casaron en el acto, mientras Colón y Yax abdicaban en favor de sus hijos. Naturalmente, ambos seguirían siendo el poder tras el trono hasta la muerte, pero la alianza se mantuvo y así nació el estado conocido como Caribia.

Fue un imperio bien gobernado. Mientras se permitía que todas las tribus diferentes y los grupos lingüísticos que lo componían se gobernaran a sí mismos, se impusieron una serie de leyes uniformes, permitiendo el comercio y el libre movimiento por toda Caribia. El cristianismo no se estableció como religión del estado, pero los principios de la no-violencia y el control comunitario de la tierra fueron uniformes, y los sacrificios humanos y la esclavitud quedaron terminantemente prohibidos. A causa de esto, los historiadores fecharon el principio de la era humanista en el momento de ese encuentro entre Yax y Colón: el solsticio de verano del año 1519, según el cómputo cristiano.