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La influencia europea producida por Colón fue poderosa, considerando que sólo él y un puñado de hombres y oficiales tuvieron oportunidad de difundir su cultura. Pero habiendo llegado a Haití, una tierra sin escritura, no debería haber resultado sorprendente que se adoptara el alfabeto español para escribir los lenguajes taino y caribe, o que el español fuera adoptado con el tiempo como el lenguaje del comercio, el gobierno y los registros históricos de toda la Liga del Caribe. Después de todo, el español era el idioma que ya tenía el vocabulario para tratar con el cristianismo, el comercio y la ley. Sin embargo, en modo alguno fue una conquista europea. Fueron los españoles quienes renunciaron a la idea de la propiedad privada de la tierra, que había sido siempre una gran causa de desigualdades en el antiguo mundo; fueron los españoles quienes aprendieron a tolerar diferentes religiones y culturas sin tratar de forzar la uniformidad. Cuando la conducta de la expedición española de Colón se compara con el registro de intolerancia marcado por la Inquisición, la expulsión de los judíos y la guerra contra los moros en la propia España, queda claro que aunque la cultura española proporcionó unas cuantas herramientas útiles (una lingua franca, un alfabeto, un calendario) fueron los tainos quienes enseñaron a los españoles lo que significaba ser cristiano.

Había otra similitud entre Yax y Colón. Cada uno de ellos tenía un enigmático consejero. Se decía que el mentor de Yax, Un-Hunahpu, venía directamente de Xibalba, y ordenó a los zapotecas acabar con los sacrificios humanos y buscar un dios sacrificado que más tarde identificaron con Jesucristo. El mentor de Colón era su esposa, una mujer de piel tan oscura que decían que era africana, aunque por supuesto eso no podía ser cierto. La mujer era llamada por los tainos Ve-en-la-Oscuridad, pero Colón (y la historia) la conocían por Diko, aunque el significado de su nombre, si lo tenía, se perdió. Su papel no estaba tan claro a los ojos de los historiadores como el de Hunahpu, pero se sabía que cuando Colón huyó de los amotinados fue Diko quien lo aceptó, lo cuidó, y al abrazar el cristianismo le ayudó a iniciar su gran obra de conversión entre los pueblos del mar Caribe. Algunos historiadores especulaban con que fue Diko quien domó la brutalidad de los cristianos españoles. Pero el propio Colón era una figura tan poderosa que resultaba difícil imaginar a nadie a su sombra.

Ese día de 1519, cuando terminaron las ceremonias oficiales, mientras los festines y danzas por la unión de los dos reinos se continuaban durante la noche, hubo otra reunión, de la que no fueron testigos más que los participantes. Se encontraron en la cima de la gran pirámide de Chichén Itzá, una hora antes del amanecer. Ella acudió primero y lo esperó en la oscuridad. Cuando él llegó a lo alto de la torre y la vio, al principio se quedó sin habla, igual que ella. Se sentaron uno frente a otro. Ella había traído esterillas para que no tuvieran que sentarse sobre la dura piedra. Él había traído un poco de comida y bebida, que compartieron. Comieron en silencio, pero el verdadero festín fue la forma en que se miraban.

Finalmente, ella rompió el silencio.

—Has tenido más éxito del que soñábamos, Hunahpu.

—Y tú también, Diko.

Ella sacudió la cabeza.

—No, no fue difícil después de todo. Él cambió solo. Los Intervencionistas eligieron bien cuando lo convirtieron en su herramienta.

—¿Y eso es lo que hemos hecho de él? ¿Nuestra herramienta?

—No, Hunahpu. Yo lo convertí en mi marido. Tenemos siete hijos. Nuestra hija es reina de Caribia. Ha sido una buena vida. Y tu esposa, Xoc. Parece una mujer amable y amorosa.

—Lo es. Y fuerte. —Él sonrió—. La tercera mujer más fuerte que he conocido.

De repente, las lágrimas corrieron por el rostro de Diko.

—Oh, Hunahpu, echo tanto de menos a mi madre.

—Yo también la echo de menos. Todavía la veo a veces en mis sueños, extendiendo la mano para conectar el interruptor.

Ella estiró la mano y la colocó sobre la rodilla de él.

—Hunahpu, ¿olvidaste que una vez nos amamos?

—Ni un solo día. Ni una sola hora.

—Casi pensé: Hunahpu estará orgulloso de mí por haber hecho esto. ¿Fue deslealtad por mi parte? ¿Anhelar el día en que pudiera mostrarte mi trabajo?

—¿Quién más podría haber comprendido lo que conseguí? ¿Quién podría saber más que yo cuan por encima de nuestros sueños has tenido éxito?

—Cambiamos el mundo —dijo ella.

—Por ahora, al menos —dijo Hunahpu—. Todavía pueden encontrar medios para cometer los mismos viejos errores.

Ella se encogió de hombros.

—¿Se lo dijiste? —preguntó Hunahpu—. ¿Quiénes somos y de dónde venimos?

—Tanto como pudo comprender. Sabe que no soy un ángel, al menos. Y sabe que hubo otra versión de la historia, donde España destruyó al pueblo caribe. Lloró durante días cuando lo comprendió.

Hunahpu asintió.

—Yo traté de contárselo a Xoc, pero para ella había poca diferencia entre Xibalba y Vigilancia del Pasado. Llámalos dioses o investigadores, no vio mucha diferencia práctica. ¿Sabes?, yo tampoco veo ninguna diferencia significativa.

—No parecían dioses cuando estábamos entre ellos. Eran sólo mi padre, mi madre y sus amigos —dijo Diko.

—Y para mí era un trabajo. Hasta que te encontré. O tú me encontraste a mí. O comoquiera que ocurriese.

—Ocurrió —dijo ella tajante.

Él ladeó la cabeza y la miró, para hacerle saber que sabía que hacía una pregunta capciosa.

—¿Es cierto que no vas a ir con Colón cuando navegue hacia el este?

—No creo que España esté preparada para un embajador casado con una africana. No los hagamos tragar demasiado.

—Es un anciano, Diko. Puede que no viva para regresar a casa.

—Lo sé.

—Ahora que vamos a convertir a Atetulka en la capital de Caribia, ¿vendrás aquí a vivir? ¿A esperar su regreso?

—Hunahpu, no estarás esperando que a nuestra edad empecemos a dar mal ejemplo, ¿verdad? Aunque admito sentir curiosidad por las doce cicatrices que según le leyenda llevas en tu… persona.

Él se echó a reír.

—No, no te estoy proponiendo un romance. Amo a Xoc y tú amas a Colón. Los dos tenemos todavía demasiado trabajo por hacer para ponerlo en peligro. Pero esperaba tu compañía. Para conversar.

Ella lo pensó, pero al final sacudió la cabeza.

—Sería demasiado… duro para mí. Esto ya lo es. Verte me devuelve a otra vida. Una época en que fui otra persona. Tal vez de vez en cuando. Cada pocos años… Navega hasta Haití y visítanos en Ankuash. Mi Beatriz querrá venir a la casa en la montaña. En Atetulka debe de hacer mucho calor.

—Ya-Hunahpu está deseando ir a Haití. Se ha enterado de que las mujeres no llevan ropa.

—En algunos sitios aún van desnudas. Pero los colores fuertes son la última moda. Creo que se sentirá decepcionado.

Hunahpu le cogió la mano.

—Yo no lo estoy.

—Ni yo.

Mantuvieron así las manos durante largo rato.

—Estaba pensando en el tercero que se ganó un sitio en lo alto de esta torre —dijo Hunahpu.

—Yo también pensaba en él.