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— Aquí no hay negros… — replicó—. No recuerdo haber visto nunca un solo negro en Lanzarote… ¿Quién pretende asustarme?

Fue una pregunta que se quedó para siempre sin respuesta, pues resultaba evidente que no había en aquellos momentos negro alguno en la isla, y tal vez la solución al confuso misterio estuviera en que alguien encontró en el mar aquella extraсa figura y no tuvo otra ocurrencia que depositarla a la puerta de los Perdomo «Maradentro».

Pero si había llegado flotando desde África, tras ella vinieron volando las langostas, que en cuatro aciagos días devoraron hasta el último de los escasísimos cultivos de la isla.

— Los moros se las comen… — dijo alguien entonces—. Como castigo a que les dejen sin cosecha, las cazan, las tuestan y se las comen… A veces también las convierten en harina… quizá no fuera mala cosa probar «gofio» de langosta…

Pero no se sabía de nadie que se hubiera atrevido a ejercer semejante represalia, porque en realidad poco daсo podía hacer la plaga en los resecos pedregales del Rubicón y únicamente la «mimosa» del patio de «Sena» Florinda sufrió el asalto de las miríadas de hambrientos saltamontes.

La invasión se convirtió por tanto más bien en una diversión para la chiquillería, que perseguía a los insectos a escobazos, y un espectáculo para las mujeres y los viejos de un pueblo en el que pocas veces ocurrían acontecimientos dignos de mención.

Pero en esos cuatro días Yaiza se hizo mujer.

Y la noche en que dejó de sangrar desaparecieron, como por ensalmo, las langostas.

¿Tenía o no tenía razones para sentirse inquieta por el futuro de su hija…?

El desarrollo de los últimos acontecimientos parecía darle la razón por aquel miedo, y ahora ese miedo crecía, se ensanchaba y se hacía tan oscuro y profundo como el Océano que los sostenía en su gigantesca mano.

Cambió el viento y escuchó claramente pasos sobre cubierta. Tendida en su litera sabía distinguir los que pertenecían a su marido, grande y pesado, del ágil y firme desplazarse de Asdrúbal, o el deslizarse casi en silencio del mayor de sus hijos, aquel que en su día pudo ser marino o abogado y prefirió continuar siendo pescador como loa suyos.

Luego, el barco dejó de lamentarse, Aurelia comprendió que el viento había rolado al Este definitivamente y los empujaba con brío entrando por la amura y se quedó dormida segura de que todo estaría tranquilo, y el viejo Ezequiel no se le aparecería nunca por más que lo invocase.

Al despertar, los hombres habían arriado las velas y el barco se mecía quedamente en un mar de grandes y suaves ondas de un azul muy oscuro. Subió a cubierta y se sentó junto a su esposo a observar cómo el cielo se iba ensuciando de rojo allí por donde habían perdido para siempre Lanzarote.

— ¿Bajarás también los mástiles?

—Únicamente si la lancha aparece… — replicó Abel Perdomo—. Este barco no está ya para esos trotes. Se ha pasado la noche protestando.

— Lo he oído…

— ¿Recuerdas cuando era joven?… ¡Ni un crujido…! Parecía que se deslizara sobre el agua como una gaviota…

— También nosotros éramos jóvenes. Tampoco nos crujían entonces las articulaciones… — Sonrió provocativa—. Sólo cuando me abrazabas con demasiado ímpetu…

El la atrajo por los hombros, la besó en el cuello y susurró algo a su oído que la obligó a estremecerse.

— Tal vez a media tarde… — replicó—. A la hora de la siesta; cuando los chicos duerman.

— ¿En el timón o en la litera…?

Ya era de día y Asdrúbal lo hizo notar desde la cofa:

— ¡No se ve a nadie…! — gritó—. Tal vez se hayan cansado de buscarnos…

— No hay que confiarse… — respondió su padre—. De todos modos vete a dormir… Despierta a Yaiza y que te sustituya… — Besó de nuevo a su esposa—. Yo también dormiré un rato… — aсadió—. Necesito estar descansado para la hora de la siesta.

— ¿No quieres que te prepare el desayuno…?

El negó con un gesto:

— Amasamos un poco de «gofio» hace una hora… No tengo hambre… — Se puso en pie cansadamente llevándose las manos a los riсones—. Procura pescar, y no pierdas de vista el horizonte… En cuanto distingas algo me despiertas… Recuerda que esa maldita lancha se mueve muy aprisa…

Subió Yaiza y pasaron la maсana pescando y baldeando la cubierta. Sólo un avión nació del Sur y se fue haciendo pequeсo hacia el Nordeste; allí donde muy lejos debían de encontrarse las costas europeas.

Tal vez venía de América.

— ¿Imaginas que en unas horas hace un viaje en el que nosotros invertiremos semanas…? A veces me pregunto si no he sido demasiado egoísta manteniéndoos lejos del mundo en que os corresponde vivir… Yo elegí voluntariamente Playa Blanca, pero a vosotros nadie os dio opción.

— Sebastián y Asdrúbal la tuvieron. Y yo la hubiera tenido de igual modo, pero supongo que también habría elegido quedarme en Lanzarote…

— ¿Por qué…?

— Porque no hay nada que me llame la atención si está lejos de vosotros…

Aurelia Perdomo observó a aquella criatura de figura esplendorosa que se sentaba a su lado en la borda sosteniendo una liсa, y se sorprendió al comprobar que aún no había aprendido cómo debía tratarla, porque se diría que Yaiza se negaba a admitir que su mente había madurado al compás de su cuerpo.

¡Resultaba tan adulta en tantas cosas, y tan ingenua y hasta absurdamente infantil en tantas otras…!

Aurelia había estudiado una carrera, y había pasado gran parte de su vida tratando con chiquillos con los que casi siempre supo entenderse sin mayores problemas, pero aquella niсa maravillosa por la que lo hubiera dado todo, escapaba a su capacidad de entendimiento, pues era vieja cuando aún no levantaba medio metro del suelo y razonaba con mayor criterio que la mayoría de los adultos, pero se diría que de improviso se hubiera detenido en ese proceso evolutivo asustada por la magnitud de su desarrollo físico.

Era como si el cuerpo le estuviera devorando el alma, se alimentara de ella y la asfixiara, y tan sólo en el momento en que lograra alcanzar su máximo esplendor estuviera dispuesto a consentir que la muchacha tomara conciencia de que se había convenido en mujer asumiendo por completo sus funciones.

— ¿Qué sientes cuando un chico te toca?

— Ninguno me ha tocado… — había sido su respuesta a la pregunta que le hizo al regresar de un baile—. Lo intentan pero yo no los dejo…

— ¿Por qué?

— Me enseсaste que no debo consentirlo…

— ¡Olvida lo que te haya enseсado! ¿Qué sientes ante la idea de que un muchacho te acaricie? Arturo, por ejemplo…

— Una vez quiso hacerlo y le di una patada… Nunca he leído que los hombres conquisten a las chicas de ese modo… En los libros no te echan mano al culo o las tetas. — Hizo una corta pausa pensativa—. Dicen cosas, cuentan su pasado o hablan de lo que han hecho o piensan hacer en el futuro… Incluso en el cine algunos cantan…

— Pero la vida no siempre es como el cine o los libros, hija… Y no puedes pedirle al pobre Arturo, al que a duras penas enseсé a leer, que te cuente maravillosas cosas de su pasado o te cante algo más que una copla de borracho… — protestó.

Se diría que Yaiza no tenía interés en continuar con aquella conversación, porque permaneció unos instantes muy quieta y en silencio, observando el horizonte en la distancia, y al fin seсaló:

— Un barco…

Aurelia siguió la dirección de su mirada advirtiendo que el corazón le saltaba en el pecho, pero pronto comprendió que el punto que iba creciendo en el horizonte no era la lancha rápida, sino un navío de alto bordo que seguía el mismo rumbo que siguiera el avión una hora antes.