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Llegaron a su destino cerrada la noche; los Perdomo prefirieron retirarse a descansar sin probar bocado, y cuando los supo durmiendo, Mario Zambrano se preparó un bocadillo y una cerveza y salió a la terraza desde donde dominaba el fuerte y la ciudad, observando las luces y preguntándose una vez más por qué razón había decidido dejar a un lado su egoísmo e implicarse en uno de aquellos malditos problemas a los que siempre había sabido esquivar con tanta habilidad.

— Debo de estar haciéndome viejo… — musitó mientras encendía con infinita parsimonia una de sus innumerables cachimbas—. O me hago viejo, o esa chica me ha embrujado sin abrir la boca.

Cayó en la cuenta de que hasta ese momento Yaiza no había dicho ni siquiera una palabra, y, no obstante, tenía la sensación de que sabía de ella más de lo que supiera nunca de mujer alguna.

Comenzó a imaginar el cuadro que empezaría a pintar al día siguiente teniendo como marco el último torreón del fuerte de Richepanse, el azul del mar y el verde lujurioso de la vegetación de la colina, y por primera vez en tantos aсos de retratar mujeres se preguntó si sería capaz de plasmar en el lienzo toda la belleza y el misterio que encerraban el rostro y los inmensos ojos de aquella muchacha.

— Si lo consigo… — musitó antes de quedarse profundamente dormido en la ancha hamaca—, pasaré a la historia de la pintura… Pero, en lo más profundo de sí mismo, sabía que no estaba en condiciones de aprehender cuanto se adivinaba más allá del rostro y de los ojos de la menor de los Perdomo «Maradentro».

La «Graciela» era una balandra sin personalidad, que había ido pasando por tantas manos a lo largo de su azarosa existencia, que en ellas se había quedado el poco espíritu que pudiera haber tenido en un principio.

Olía a moho, se lamentaba de continuo aun fondeada como estaba en un quieta ensenada, y parecía negarse a obedecer las más elementales reglas de la navegación, como si sus velas, su casco y su timón hubieran decidido romper sus mutuas relaciones y su imprescindible necesidad de colaboración muchísimo tiempo atrás.

La «Graciela» debió de ser una embarcación construida en serie sobre unos planos ya sobados por alguien que no tenía otro interés en esta vida que acabarla cuanto antes, pasarle una mano de pintura e intentar embaucar a algún incauto que acabara de obtener su flamante título de Patrón de Yate. Nació muerta y muerta navegó a trancas y barrancas sobre infinitos mares, sin que ninguno de sus dueсos sintiera por ella más afición que la de revenderla cuanto antes; y así fue a parar a manos de Mario Zambrano, que la utilizó como medio de vida el tiempo estrictamente necesario y la dejó luego meciéndose en un olvido del que ella nunca pretendió salir.

Sebastián y Asdrúbal, incapaces de soportar la hediondez de su angustiosa camareta, prefirieron dormir aquella primera noche sobre cubierta, teniendo frente a ellos las luces del puerto, allá a lo lejos, al Norte, y casi por encima mismo de sus cabezas las blancas casitas que se desparramaban sobre la colina entre dos diminutos riachuelos que lanzaban sus aguas al mar abriéndose camino por entre una apabullante masa de vegetación.

— Cualquiera de esos arroyos lanza más agua al mar en un día de la que consume Playa Blanca en un aсo… — comentó Asdrúbal cuando la claridad del alba les permitió hacerse una idea del lugar en que se encontraban—. No cabe duda de que Dios sabía hacer bien las cosas, pero lo que resulta evidente es que nunca supo distribuirlas…

— Probablemente tenía otras cosas en qué pensar…

— ¿Como qué…?

— ¡Cualquiera sabe…!

Permanecieron en silencio, contemplando el amanecer y cómo multicolores barcas se hacían a la mar y algunos automóviles comenzaban a circular por la carretera que bordeaba la playa, y fue Asdrúbal el que al fin se volvió a su hermano:

— ¿Qué vamos a hacer ahora…?

— Trabajar, supongo… — rué la respuesta—. Aferramos a lo que salga y tratar de llegar a Venezuela… Se han portado bien, pero no me gustan los franceses… Nunca me gustaron ni creo que pudiera llegar a entenderlos… — Hizo una pausa—. Venezuela es otra cosa… Conozco a mucha gente que ha logrado abrirse camino allí… ¡Pero aquí…! Si ese tipo no aparece, esta noche hubiéramos tenido que dormir bajo un puente.

— Le gusta Yaiza.

— ¡Yaiza le gusta a todos…! Hasta el día en que se case y le traslademos la responsabilidad a su marido, Yaiza será, lo queramos o no, nuestro principal problema, hermano… Pero ese Zambrano en particular no me molesta… Parece que, en efecto, lo único que pretende es pintarla…

— Eso es sólo el principio… Luego querrá algo más. ¡Mierda…! — exclamó Asdrúbal en un arranque de rabia—. Desde que esa mocosa se convirtió en mujer todo han sido disgustos… Hasta los amigos dejaron de comportarse como antes… Sólo hablaban de Yaiza, y cuando venían a casa ya no era para estar con nosotros o echar una partida, sino para verla o decirle cualquier majadería…

— Lo mismo te ocurría a ti con la hermana del «Chepa»… Y lo único que tenía aquélla era un culo como un pandero… — Alzó los hombros en ademán de impotencia—. ¡Es la vida…! La diferencia estriba en que Yaiza es demasiado bonita y nos ha costado demasiado…

— No te quejes, que tú siempre quisiste venir a América… ¡Bien! Ya estamos en América… — Asdrúbal sonrió amargamente—. En Lanzarote éramos pobres, pero aquí, de momento, estamos viviendo de limosna…

Su hermano negó convencido:

— Pienso aceptar ayuda, no limosna… Para empezar pagaremos lo que comamos convirtiendo esta baсera en algo que se parezca a un barco… ¿Habías puesto alguna vez los pies sobre la cubierta de una mierda semejante…?

— No, ni creo que exista… En nuestras costas se hubiera ido al fondo al primer golpe de viento… — Observó a Sebastián con extraсa fijeza, tardó en hablar, y cuando lo hizo su voz sonaba sincera—. Tú eres el hermano mayor y el más listo — dijo—. Supongo que te corresponde ser el cabeza de familia y tomar las decisiones… Quiero que sepas que lo acepto y haré lo que digas hasta que hayamos sacado a mamá y Yaiza adelante… Lo importante es que la familia continúe unida, porque por separado no seríamos nada y convertiríamos en inútiles todos los esfuerzos que hemos hecho… ¿Por dónde empezamos…?

— Por sacar del agua a este cacharro, porque el mar no es su sitio de momento… Vamos a remozarlo de la quilla a la cofa y a convertirlo en un barco de verdad, aunque ni él mismo se lo crea… Vamos a demostrar que somos unos auténticos Perdomo «Maradentro», hijos de Abel y nietos de Ezequiel.

Su hermano rió divertido mientras echaba mano al grueso cabo que los unía a la boya:

— ¡Y bisnietos de Zacarías, que llegó a China dieciocho veces doblando el Cabo de Hornos…!

Cuando el sol asomó por encima de las colinas hiriendo en los ojos a Mario Zambrano y obligándole a despertar, lo primero que advirtió fue que un apetitoso olor a café y tostadas recién hechas inundaba su casa, y al asomarse a la balaustrada en busca de su vieja balandra se sorprendió al verla varada sobre la arena y alzada sobre fuertes calzos.

Penetró a toda prisa en la cocina para descubrir a Yaiza y Aurelia concluyendo de preparar el desayuno:

— ¿Qué hacen sus hijos…? — preguntó sin dar siquiera los buenos días.

— Reparar su barco… ¿No era eso lo que quería…?

— Sí, desde luego… — admitió desconcertado—. Pero no era necesaria tanta urgencia… Necesitan descansar.