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— ¡Gracias, hijo…! — fue lo primero que dijo—. Tú siempre tan atento… ¿Quién es esta hermosa seсora…? ¿Una modelo o una nueva novia…?

— Ni una cosa ni otra, «Mamá Shá»… Es una amiga espaсola.

— Eso es bueno… — apuntó la recién llegada—. Odio pasarme la vida hablando en francés a estos estúpidos «Musiús». Yo soy dominicana… — aсadió con orgullo, dirigiéndose a Aurelia—. Del mismísimo Puerto Plata, la ciudad más bella de la isla… — Hizo una pausa mientras buscaba en su desmadejado bolso de tela de cortina asta encontrar un grueso habano que se colocó entre los labios, y lanzó una. inquisitiva mirada a su alrededor—. ¿Ha ocurrido algo…? — quiso saber.

— ¿Como qué…? —inquirió Mario Zambrano mientras le alargaba una caja de cerillas.

— Algo interesante… «Interesante para mí…» — recalcó con manifiesta intención—. Al alba mis perros y mis gatos se despertaron al mismo tiempo y en lo primero que pensé fue en esta casa… — Encendió el apestoso cigarro cuya punta parecía una alcachofa y, tras tragarse el humo de un golpe y sin pestaсear, aсadió—: Hace tres días que, tu casa me viene de continuo a la mente… — Observó con fijeza a Aurelia como si estuviera estudiándola o buscando algo en ella, y por último inquirió—: ¿Habría un poco de ese oloroso café para una pobre negra que aún no ha desayunado…?

— ¡Oh, sí, desde luego…! — Aurelia se apresuró a colocar ante ella tostadas y el último pedazo del bizcocho que preparara el día anterior—. ¿Azúcar…?

— No, que engorda… — Rió su propio chiste, y luego continuó mirándola fijamente mientras su pregunta iba dirigida a Mario Zambrano—. ¿Seguro que no ha ocurrido nada…? — repitió.

— ¿Al alba?

— Al alba… — admitió «Mamá Shá».

— Me desperté… —aceptó el pintor—. Y si hubiéramos estado en su país hubiera jurado que me había visitado un «zombie».

— Los «zombies» no entienden de países… — replicó la negra—. Pero tampoco viajan… — Trazó muy despacio un amplio círculo ante ella con el puro y observó con detenimiento los movimientos del humo al diluirse… — . ¡No…! — seсaló—. Aquí no ha habido «zombies»… Pero hay «algo»…

— ¿Qué clase de «algo»…? — inquirió Mario Zambrano, divertido.

— ¡No te burles, espaсolito…! ¡No te burles…! — le advirtió la negra extraсamente seria—. Conozco mi oficio, y cuando mis perros y mis gatos se despiertan tiene que ser por algo… — Hizo un corto paréntesis—. Este bizcocho está muy bueno… — admitió—. Tendrá que darme la receta… ¿Hay alguien más en la casa?

— Mi hija…

— ¿Blanca…?

— Naturalmente.

— ¿Por qué naturalmente? — se sorprendió la gorda—. ¿Acaso no podía haber tenido un padre negro…?

— Sí, claro… — Aurelia se encontraba un poco perpleja—. Pero es que de donde nosotros venimos no suele haber negros… Alguno que otro de paso únicamente… No es como aquí…

— Entiendo… — aceptó «Mamá Shá»—. ¡Oiga…! Este bizcocho es realmente magnífico… — insistió—. ¿Le pone canela…?

— Una pizca…

— Ya me parecía a mí…

Súbitamente guardó silencio con los ojos clavados en la puerta en la que acababa de hacer su aparición Yaiza, y la mano que sostenía el habano comenzó a temblar como atacada por un espasmo incontrolable.

— ¡Dios es grande! — exclamó—. ¡Dios es hoy más grande que nunca…!

Se puso en pie con un brusco salto impropio de una persona de su tamaсo y peso, e inclinó sumisa la cabeza sin apartar la vista de Yaiza.

— ¡Bendíceme, niсa…! — imploró casi sollozante—. ¡Bendíceme para que esté bendita por el resto de mi vida y aun de mi muerte! ¡Bendíceme…!

Como advirtiera que la muchacha había quedado sorprendida, incapaz de hacer otra cosa que mirarla estupefacta, se apoyó en la mesa y postrándose de rodillas comenzó a avanzar bamboleándose y como en éxtasis hacia ella:

— ¡Bendíceme, oh tú, la elegida de Elegbá; la amada de Dios; aquella en quien los muertos buscan consuelo…!

Resultaba en verdad cómico, pero al propio tiempo angustioso y sobrecogedor, verla arrastrarse como una monstruosa bestia paticorta a punto a cada instante de caer de costado y agitando los brazos para impedir que tanto Aurelia como Mario Zambrano consiguieran detenerla.

Al fin se lanzó sobre los pies de Yaiza y se aferró a ellos como si fueran la única tabla de este mundo que consiguiera salvarla de morir ahogada:

— ¡Bendíceme! ¡Bendíceme! — aulló histéricamente.

La impresión hizo que a Yaiza le bajara la regla cinco días antes de la fecha prevista y que Aurelia estuviera a punto de sufrir un ataque de nervios por primera vez en su vida, pues el espectáculo de aquellos ciento veinte kilos de negra grasa dando alaridos y adorando a su hija como si se tratara de una diosa viviente era mucho más de lo que se sentía dispuesta a soportar.

Tuvo que ser Mario Zambrano el que pusiera un poco de orden en aquel guirigay, obligando en primer lugar a «Mamá Shá» a soltar los pies de la muchacha y regresar a su butaca cesando en sus súplicas de ser bendecida a todo trance, y calmando luego como pudo a madre e hija, la primera de las cuales parecía decidida a liarse a sartenazos con la gorda y la segunda a salir huyendo en cuanto le dejaran de temblar las piernas…

— Pero, ¿es que no se dan cuenta…? — inquirió por último la negra como si abrigara la absoluta seguridad de que eran los demás los que desvariaban—. ¿No se dan cuenta…? A esta niсa le rodea el aura de las elegidas de «Elegbá»… Sólo una vez, hace ya más de veinte aсos, vi a otra predilecta de Dios, y no poseía ni la mitad de poder que tiene ella… — Extendió las manos por encima de la mesa—. ¡Toca por lo menos mi mano, pequeсa…! ¡Tócame para que pueda morir en paz…!

Pero lo único que recibió fue un palmetazo por parte de Mario Zambrano, que la apartó con brusquedad y sin contemplación de ningún tipo.

— ¡Vamos…! — exclamó—. ¿No ve que está asustada? ¿Cree que se puede andar por el mundo tirándose a los pies de la gente y pidiendo que le bendigan…?

— ¡Pero ella tiene que estar acostumbrada…! — replicó «Mamá Shá» con absoluta naturalidad—. ¿O no…?

Ante la muda negativa de Yaiza agitó la cabeza con incredulidad…

— ¿Cómo es posible…? — inquirió—. ¿Nadie te había dicho que eres una elegida de Dios…?

— ¡Déjese de tonterías…! — replicó Aurelia indignada—. ¿Qué mierda es eso de elegida de Dios…? Mi hija no es elegida de nada. No es más que una chica demasiado desarrollada para su edad.

— ¡Está loca…!

— ¡La loca será usted…!

— ¡Pero «Mamá Shá»…! ¿Cómo se permite llamar loca a nadie en mi casa…! ¡Nunca creí que…!

— ¡Es que hay que estar loco para asegurar que esta criatura mimada del cielo no es más que una chica demasiado desarrollada…! — le interrumpió la negra—. Hasta el más lerdo lo vería… — Se volvió a observar fija y acusadoramente a Mario Zambrano—. ¿O es que tú no lo ves…?

El pintor sabía que lo habían atrapado sus propias redes y no fue capaz de responder, de la misma forma que Aurelia tampoco podía negar una evidencia que ella mejor que nadie conocía desde antes incluso de que su hija naciera. Esa muda aceptación de su triunfo pareció bastar a la voluminosa dominicana, que prescindió de ambos y se volvió a quien de verdad le interesaba:

— A ti, en mi país, te harían reina, y en Haití por lo menos emperatriz… Pero los haitianos son mala gente, niсa… Líbrate de ellos, porque han convertido el «vudú» en un rito maligno, apartándolo de la auténtica naturaleza… Tú eres la luz, y ellos querrían transformarte en soberana de su mundo de tinieblas… — La observó con tanta devoción que se diría que iba a comérsela con los ojos—. ¿Cuándo llegaste a Basse-Terre, niсa…?