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— Hace tres días…

— ¡Tres días…! — se extasió—. Mi corazón no me engaсaba… Desde hace tres días mi pensamiento estaba puesto en esta casa… ¿Qué haces aquí…?

— Posando para un cuadro…

«Mamá Shá» pegó un salto como si una serpiente hubiera mordido su inmenso trasero y soltó un alarido que obligó a los demás a dar igualmente un repingo…

— ¡No…! — exclamó fuera de sí—. ¡Nadie puede pintarte…! — Se volvió alarmada a Mario Zambrano—. ¿Te has vuelto loco…? «Ella» no puede ser pintada… ¡«No debe ser pintada»! — recalcó—. Si lo haces la ira de Elegbá se abatirá sobre ti…

— Empiezo a estar hasta los cojones de sus tonterías, «Mamá Shá», y perdonen la expresión… — fue la respuesta evidentemente malhumorada—. Está haciéndome perder la paciencia… ¡O se comporta como una persona civilizada, o tendré que pedirle que se marche…!

— ¡Civilizada…! — replicó la otra, despectiva—. ¿Qué sabes tú lo que es estar civilizado, si ni siquiera puedes leer en un rostro cuáles son los designios de Dios…? ¿Y si no sabes leerlos ni interpretarlos, cómo puedes trasladarlos a una pintura? ¿Te digo lo que acabarías haciendo…?: una caricatura… ¡Eso es! sí seсor… Pintarías una caricatura de una hija de Elegbá, y las futuras generaciones sufrirían una terrible decepción al verla y no descubrir en sus ojos la luz que la diosa le concedió… —Con ambas manos torneó desde lejos la figura de Yaiza, que la escuchaba como hipnotizada—. ¿Acaso percibes el aura que la rodea…? ¿Acaso distingues sus tonalidades…? ¿No…?: Dime entonces cómo piensas trasladar a una tela todo eso… — Agitó la cabeza una y otra vez, de una forma casi obsesiva—. No debes pintarla. No la pintes nunca o la maldición de Elegbá te destruirá…

Escuchándola podía llegar a creerse que lo que decía era cierto, porque había logrado crear un clima que predisponía a aceptar como lógicas sus absurdas aseveraciones, pero fue Aurelia la primera en reaccionar sacudiendo la cabeza como si desechara uno de aquellos malos sueсos a que tan acostumbrada la tenía su hija.

— ¡Ya está bien…! — dijo—. No hemos cruzado el Océano ni sufrido tantas calamidades para venir a escuchar sandeces… Queremos vivir en paz… Sólo pedimos eso: vivir en paz trabajando y ganándonos la vida sin molestar a nadie… ¿Por qué la tienen tomada con mi hija…? ¿Qué daсo ha hecho a nadie…? Ella no quiere ser la elegida de Dios, ni tener ningún «DON», ni agradar a los muertos… Sólo pretende que la dejen ser una chica de su edad…

«Mamá Shá» fue a decir algo, pero Mario Zambrano la interrumpió con un gesto autoritario al tiempo que apartaba el sillón para que se pusiera en pie.

— ¡Déjelo por hoy…! — ordenó sin darle posibilidad de apelar—. Le suplico que no diga nada más… Márchese, y otro día, cuando estemos más tranquilos, vuelva si quiere y charlaremos del asunto…

La negra pareció comprender que en verdad se había agotado su tiempo y no le darían una nueva oportunidad, por lo que lanzó una larga mirada en la que estaba dejando toda su alma a Yaiza, recogió su bolso de tela de cortina y abandonó la casa tan a desgana y con un andar tan pesado, que se diría que le costaba un esfuerzo inaudito alejarse de allí.

Durante unos larguísimos minutos, Aurelia, Yaiza y Mario Zambrano no se sintieron con ánimos de decir una sola palabra, y fue el último el que, sirviéndose el resto de café que quedaba, comentó con pesar:

— Lo siento.

— Usted no tiene la culpa.

— Siempre supe que era una vieja excéntrica, pero me hacían gracia sus chifladuras y no podía imaginar que su locura llegara a estos extremos…

Concluyó el café, se puso en pie y se advertía que también le costaba un gran esfuerzo marcharse.

— He de irme si quiero bajar a Pointe-á-Pitre… No me esperen a cenar… — seсaló—. Quizá me quede a dormir allí…

Madre e hija permanecieron inmóviles y en silencio hasta que se escuchó el motor del viejo «Citroлn» que se alejaba colina abajo, y al fin fue Aurelia la que lanzó un hondo suspiro de resignación, mientras agitaba de un lado a otro la cabeza con profundo pesar:

— Había llegado a hacerme la ilusión de que lejos de Lanzarote las cosas cambiarían y olvidaríamos estas pesadillas, pero empiezo a temer que aquí puede ser aún peor… ¡Muchísimo peor…!

Cuando los chicos subieron a la hora del almuerzo no pudieron por menos que advertir que algo extraсo ocurría y no cesaron de inquirir hasta que la propia Aurelia decidió contar lo acontecido, palabra por palabra.

— No me preguntéis por qué se arrojó a los pies de vuestra hermana en cuanto la vio… — concluyó—. Pero así fue, y os juro que daba la impresión de que estuviera en presencia de un aparecido.

— Yo no hice nada… — musitó Yaiza—. Nada.

Su hermano mayor la miró con ternura y sonrió, tranquilizándola:

— Lo sé… —admitió—. No tienes que disculparte y entiendo que eres la más afectada… ¿Qué piensas de todo esto?

— Que está chiflada.

— ¡No…! — cono seco Asdrúbal—. No nos refugiemos en una explicación tan simple… ¡Por chiflada que esté, la gente no se tira a los pies de alguien que no conoce pidiendo que la bendigan…! Hay algo más… Pero, ¿qué es…?

— ¡Ya te he dicho mil veces que no lo sé…! —replicó Yaiza al borde del histerismo—. ¡Ni quiero saberlo…! ¡Estoy harta! ¡Harta…!

— Tal vez sea ése nuestro error… — comentó Sebastián sin reparar en la excitación de su hermana—. Estamos hartos de un fenómeno que no entendemos y tan sólo pretendemos olvidarnos de que existe para bien o para mal… ¿Por qué no cambiamos nuestra actitud…? ¿Por qué no intentamos aprovechar lo que tenga de bueno asumiéndolo plenamente?

Su madre se volvió desde el fogón y le miró adusta:

— ¿Estás insinuando que convirtamos a tu hermana en una atracción de feria…?

— No… — Asdrúbal intervino en defensa de Sebastián—. No creo que sea eso lo que quiere decir… Y estoy de acuerdo con él… En Lanzarote no nos parecía mal salir a pescar al lugar exacto y la hora precisa en que Yaiza aseguraba que iban a presentarse los atunes… Incluso a menudo le preguntábamos si había tenido algún sueсo, intentando hacerle recordar… Era como un juego, y nos sentíamos orgullosos de decirle a la gente que dentro de tres días tendrían buena pesca… ¿Por qué ahora tenemos tanto miedo…?

— ¡Porque ha muerto gente…! — respondió Aurelia con firmeza—. ¡Demasiada gente! Si no se hubiera corrido la voz de que tenía el «DON», aquellos chicos nunca hubieran venido a verla, y nada de esto habría ocurrido… — Comenzó a servirlos platos y sus cortantes gestos denotaban su firmeza y decisión—. Y no quiero que todo vuelva a empezar a este lado del mar… Yaiza es bonita… ¡Bueno…! Muy bonita… ¡Mejor! Demasiado bonita: ¡Tal vez…! Pero no echemos leсa al fuego, porque quiero que mi familia sea normal… ¿Lo habéis oído…? ¡Normal…! — De pronto pareció recordar algo que se abatió sobre ella como un mazazo, y dejándose caer en un taburete con ademán desmadejado, concluyó—: ¡Por cierto…! Vuestra hermana asegura que anoche se le apareció don Matías Quintero y que está muerto… Alguien, no sabe quién, lo mató…

Mario Zambrano regresó de Pointe-á-Pitre mucho antes de lo previsto, pues llegó cuando aún se encontraban los cuatro sentados al fresco contemplando la hermosa luna que había hecho su aparición sobre el tranquilo Caribe, reflejándose en el agua y recortando en blanco las siluetas de las palmeras de la punta sudoeste de la isla.